En plena era de la comunicación -internet, las redes sociales, los móviles...-, muchos de nosotros, los humanos, estamos sumidos en la era de la incomunicación. Es cierto que los medios digitales nos han permitido ampliar enormemente, a veces, nuestras redes sociales, pero con ello, por regla general, no se ha enriquecido la calidad de nuestras relaciones, al contrario, muchas veces se ha empobrecido la calidad humana de esas mismas relaciones que a veces tanto anhelamos.
La era digital nos ha vuelto en figuras solitarias y aisladas en la que nos perdemos entre multitud de mensajes, twitters, wasaps, redes sociales, foros o blogs de opinión, sin tener un contacto real, físico, con la gente que nos rodea. No sé yo, cada vez tenemos más “contactos”, pero estamos más pendientes de las máquinas que originan esos contactos que no de las personas mismas. Es la era del egocentrismo, en los que a veces creemos que la gente tiene que estar más pendientes de nosotros y de nuestras opiniones, que no nosotros de ellos.
Reconozco que tiempo atrás yo me vi atrapado en ese mundo. Incapaz de salir de casa después de una ruptura, me vi presa de Facebook, Messenger y Skype, y, antes de todo eso, de Meetic, del que no guardo recuerdos demasiado agradables precisamente. En parte, esa vida digital me ayudó a sobrellevar mi soledad, pero también me aisló más y más del mundo real, del que cada vez me apartaba en mayor o menor medida. ¡Oh, sí, tenía amigos en el mundo real, pero me resultaba más fácil creer que estaba haciendo nuevos amigos por la red! En algunos casos contados, efectivamente fue así, pero ni mucho menos en la mayoría. Sí, me ayudó, creo, el hecho de que, sobretodo a través de Facebook, llegué a conocer a unas pocas personas que, por mis gustos e inquietudes, valió la pena conocer en persona, pero, entre todo ello, caí atrapado en medio de una vorágine inútil de palabras, mentiras y figuras de escaparate, que me hicieron pasar horas y horas perdidas detrás de una pantalla, en una búsqueda inútil de escapar de la soledad y regresar al mundo real, sin darme cuenta que perdía mi vida detrás de un ordenador. Aún así, como digo, agradezco a Facebook, sobretodo, que me permitiera llegar a conocer a través de él a unas cuantas personas que no me arrepiento de haber conocido, y con algunas de las cuales aún mantengo el contacto.
Es complicado conocer a personas hoy en día, y más si ya tienes cierta edad -como es mi caso-, trabajas, tienes una casa de la que cuidar y mantener, o una familia que ocupa tu tiempo –que no es mi caso-, y la mayoría de tus amigos ya hacen su propia vida. Hay gente que, desde su casa huye de la realidad a través de internet, sin afrontar los mismos problemas de los que discute por la red con otras personas en su propio hogar. Gente que cree compartir una conexión especial con alguien con quién en realidad no comparte su vida, su día a día, idealizando una relación virtual. Dialogar por la red, callar en la realidad. Pasar horas y horas hablando con gente desconocida, siendo incapaces de hablar de ello con las mismas personas que nos rodean.
No soy yo quién para juzgar una cosa u otra, porque yo he vivido entre esos dos mundos. Aunque no tengo duda, que de tener que elegir entre ambos, el mejor, para mí, es el mundo más real, el que te permite ver, tocar y reír o llorar con gente cara a cara. Pero no negaré que internet me ha ayudado ampliar mis redes sociales, me ha permitido conocer a gente nueva, tanto en el mundo digital como real, y contactar con muchas otras personas que se mueven por mis mismos intereses, aficiones o sentimientos.
Sin embargo no olvido que internet o las diversas aplicaciones para móviles que existen hoy en día nos ha abierto muchas puertas, pero a menudo nos ha cerrado otras.
Con el tiempo yo he aprendido a mantener la distancia con las relaciones personales por internet, a no implicarme demasiado emocionalmente. Y si alguien me dice que quiere o le gustaría conocerme, mejor acelerar el proceso y hacerlo lo más rápidamente posible –siempre que las circunstancias lo permitan-, que no vivir de ilusiones. Porque lo que decimos que somos o sentimos a través del mundo digital y lo que somos y sentimos en la realidad a veces resultan ser dos cosas muy distintas.
Sí, vivo entre esos dos mundos, el real y el digital. Intento conservar a mis verdaderos amigos a mi lado, y si la casualidad o el azar lo permite, conocer a gente nueva a través de internet, para, llegado el caso, llegarla a conocer en el mundo real.
Pero de algún modo, eso es lo único que me ha enriquecido y me ha apartado de mi soledad de verdad: la gente real.
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