A los que hibernan y se sienten cómodos en su hogar cuando llega el frío.
Llega el frío y con él, mi estado de apalancamiento e hibernación.
Creo que si realmente está sociedad no nos obligase a vivir este ritmo contra natura en el que vivimos los humanos, en el que ya no se respeta ni el ritmo de las estaciones ni el de las horas, realmente entraría en un estado semi letárgico de hibernación o de dormancia. ¡Bueno, quizás exagero! ¡Jajajajaja! No, no es que crea que realmente durmiese todo el invierno, pero posiblemente las horas que pasaría en la cama aumentarían, y allí me pasaría la mayor parte del día, abrigado, dormitando, y si acaso, en los momentos más lúcidos, me sumiría en mis pensamientos, aún en ese estado de semiletargo más típico del cansancio o el absoluto bienestar, despertando brevemente para comer una frugal comida o hacer alguna actividad cubierto por el calor del hogar. En ese estado, no necesitaría más. Una chimenea de leña, quizás, y alguna buena lectura para pasar las horas frente al calor de las llamas. Sería tiempo para escuchar historias y crear dentro de cuatro paredes y bajo un techo.
Cuando se habla de hibernación, ésta puede entenderse en un sentido muy amplio. Cierto es que los humanos no hibernamos, pero en invierno la actividad metabólica desciende en casi todos los seres vivos, y el cuerpo humano lo nota por igual; es algo biológico. Aunque desde la época de la industrialización, simpre movida por la economía, y con el apoyo que ésta siempre ha recibido desde las “altas esferas”, eso ha cambiado.
Antiguamente, cuando no existía la electricidad, los días de invierno eran días de estar en casa. Se reservaban para esta estación muchos de los trabajos que podían realizarse dentro del hogar: el curtido de pieles, la fabricación de diversos enseres para el hogar o el campo -ya fueran cestas, ropa, yugos, sillas de montar o bridas, cubiertos de madera o juguetes para los niños, apaños para las herramientas de labranza; se realizaban diversos trabajos de carpintería y algo de herrería si uno disponía de las herramientas necesarias en casa. Era tiempo de la matanza de algunos animales con la que se fabricarían embutidos y otros encurtidos y de los cuales también se salaría su carne. Era la época de hacer las conservas con frutas almibaradas o secadas, pescado en vinagre o salazón, queso en aceite... Era tiempo de contar historias reunidos alrededor de la hoguera del hogar, y de acostarse al poco de la caída del sol, tan sólo iluminados por las llamas de una chimenea, velas o un candil. Con la llegada de la luz de gas, y posteriormente con la electricidad, las cosas ya empezaron a cambiar, y la industrialización hizo el resto al imponern a los hombres unos nuevos horarios de masas que ya no seguían los ritmos de las estaciones ni el ciclo de las horas de luz, y nos convertimos así, de nuevo, en esclavos.
Reconozco que soy parco y austero, y me gusta sufrir los rigores del invierno tan solo para recordar aquellos tiempos en el que el hombre se regía por las estaciones, y no intentaba cambiar el devenir de éstas en su hogar como se hace en la actualidad. Hay momentos en que me gusta sentir el frío en casa y abrigarme bajo el calor de una manta, o sentirme envuelto en un buen jersey de lana, quizás con unos guantes agujereados bien dispuestos y una buena gorra para la cabeza. También es mi modo de decir "¡NO!" a las grandes empresas energéticas que en estos tiempos nos explotan con precios abusivos por tener la calefacción en marcha, y de ello se aprovechan.
Y así, estúpidos de nosotros, hoy en día no es extraño ver a la gente sufrir calor en pleno invierno en el interior de sus casas, donde se mueven en manga corta mientras en el exterior hace un aire frío, o genter eternamente resfriada debido a los grandes contrastes de temperatura a los que nos vemos sometidos constantemente bajo esas condiciones. Pero no, no es extraño el gran derroche energético al que nos han acostumbrado las grandes empresas de energía. Nos han enseñado a hacerlo, nos han enseñado a consumir, nos han enseñado a pagar, todo ello más allá de lo necesario. No es extraño, para nada, y así, en algunos hogares uno va más destapado que en verano, sin entender ya nada de ciclos estacionales.
El invierno, antaño, era una época de descanso. Se trabajaba en las casas, sí, pero era tiempo de compartir, era tiempo de familia, tiempo de estar recogido, y de no salir demasiado del hogar. Ir a cortar leña o salir a cazar alguna cosa, si acaso. Ir a vigilar el bienestar de los animales en sus establos o disfrutar de la compañía de los nuestros o quizás de la soledad. Era tiempo de contacto, de sentir cerca a los tuyos, o disfrutar del calor del cuerpo y el alma de los demás. Ahora son muchos los que, llegados a ese punto, ya no son capaces ni de disfrutar de eso.
Si pudiera, hibernaría. En otoño empezaría ese lento proceso en el que uno va recogiéndose en su nido, a medida que las horas de luz se acortan, y así haría hasta caer en el sueño hibernal. Y dormiría como duerme la tierra y el bosque durante las noches frías, compartiendo las pocas horas en que estuviese activo con los míos o en la soledad, acompañado de la lectura de un buen libro, frente la chimenea del hogar.
Me es grato leer este articulo y compartir tus tributos al tiempo de espera, de letargo y... en definitiva?, a la estacion de invierno. Y es que el Capitalismo a anulado parte de una economia eficiente, constructiva y sostenible, pues como dice Aristoteles....,en el arte de adquirir riqueza, el fin no tiene limites pues su objeto son el dinero y las posesiones.... pero la economia tiene un limite, pues la mera adquisicion de dinero es diferente de la riqueza natural..., y esta ultima debe ser el verdadero objetivo de la economia.
ResponderEliminarProximamente volvere a publicar economia de hibernacion para apuntillar que estamos intoxicados por las practicas de la Usura, que no hace sino debilitar, la autoestima humana y el compromiso y deber para con la Naturaleza.