Si pudiera decidir sobre mis sentimientos, decidiría... Puedo apresarlos, incluso gobernarlos, pero no puedo decidir su próximo puerto, como mucho tan sólo podré abortar su salida.
La marea de las decisiones cambia las arenas de la playa, cada nueva ola conforma un nuevo dibujo y, sin saberlo, un nuevo mar. El mar de las emociones y la vida puede estar en calma chicha, monótono e imperturbable, o bien convertirse en temibles tempestades que todo lo cambian y arrasan. Un barco navega y se hunde, otro permanece a flote con las velas rasgadas y los remos partidos. Sobrevive... es el galeón de la esperanza, cuya tripulación depende de la suerte de un bote salvavidas y el mensaje críptico lanzado en una botella. Sargazos en el camino, restos de bajíos y rocas partidas... un corazón sin salida, marinero del destino.
Y así está, sin poder decidir cual es su rumbo, observando un cielo oscuro que se confunde con el mar. Puede que el barco navegue o bien vuele invertido, quizás las estrellas sólo son las luces proyectadas por peces fosforectences y medusas luminescentes en una inmensa bóveda celestial, y puede que las verdaderas estrellas buceen bajo las aguas.
¡Tanto da! ¡Hoy navegaré en busca de tu alma!
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