lunes, 30 de septiembre de 2019

LA SIMBOLOGÍA DEL CIPRÉS COMO ÁRBOL FUNERARIO

Cipreses en el cementerio de la iglesia de Santa Coloma Sasserra.

En el entorno mediterráneo, el ciprés común o ciprés mediterráneo (cupressus sempervirens) es el árbol funerario por excelencia, aunque no por ello simboliza únicamente la muerte, sino también la vida, la vida inmortal. Ello se debe, en parte, al simbolismo general de las coníferas: su follaje perenne y siempre verde evocan la inmortalidad y la resurrección, y su resina incorruptible a la incorruptibilidad del alma. Si a esto, en el caso del ciprés, además se añade su gran longevidad, ya que puede llegar a vivir más de mil años, se entiende perfectamente su simbología, relacionada con la permanencia del alma y la otra vida, o la vida del más allá. Además, a todo esto se añade el hecho de que el ciprés, en su variedad piramidal, de porte columnar (la más común en los cementerios o templos) siempre está majestuosamente erguido apuntando al cielo, considerándolo como el guía que ayuda a las almas de los muertos a elevarse en esa dirección. Así, no es de extrañar que este árbol se convirtiera en el elemento vivo ornamental por excelencia de templos, cementerios y otros lugares considerados sagrados en las distintas culturas mediterráneas.

Aunque posiblemente tengamos bien visibles a estos árboles por su presencia alrededor de las viejas ermitas e iglesias cristianas, y especialmente en sus cementerios, lo cierto es que el origen funerario de este árbol retrocede mucho más atrás en el tiempo.

Cipreses en el cementerio de Llers.

De acuerdo con Teofrasto (371 a.C.-287 a.C.), filósofo griego, el ciprés común estaba consagrado a Hades, el dios de la muerte, ya que sus raíces nunca daban nuevos brotes una vez talado el árbol. Los griegos conservando la costumbre de algunos pueblos antiguos, colocaban este árbol sobre los sepulcros y monumentos funerarios. Su ramaje sombrío y lúgubre, parecía llamar en efecto la melancolía y el dolor. Este árbol no fue consagrado solamente a Hades, dios del inframundo griego; Asclepio o Asclepios (llamado Esculapio por los romanos), dios de la medicina y la curación, también tenía un templo, cerca de Siciona, rodeado enteramente de cipreses. La ciudad de Ciparisa, en la Focida, fue llamada así en lo sucesivo, por estar rodeada de cipreses. Más abajo, explicaremos el origen mítico de este árbol dentro de la mitología helenística.

Horacio (65 a.C-8 a.C.), poeta romano, indica que los antiguos enterraban a los muertos con una rama de ciprés y envolvían el cuerpo con sus hojas. Por su parte, Plinio el Viejo (23 d.C.-79 d.C.), escritor, naturalista y militar romano, comenta que una rama de ciprés colgada en la puerta de una casa era un signo fúnebre. Los latinos daban al ciprés, lo mismo que a Plutón, dios del inframundo romano, el sobrenombre de Jeralis, árbol fúnebre, y los etruscos, los habitantes de Fiezoli, los asculanos y el pueblo de Verona, adornaban con él sus lámparas funerarias. Los mismos pueblos rodeaban de cipreses los altares de los dioses infernales y los sepulcros de los grandes hombres. Tal fue el caso del sepulcro del primer emperador romano, Augusto (63 a.C-14 d.C.), colocado en el Campo de Marte, en Roma. Se cubría también con ramas de este árbol el pavimento de las casas de los desgraciados y delincuentes. Era así mismo la señal del dolor y de la desesperación; todas las víctimas que se ofrecían a Plutón eran coronadas de ciprés y los sacerdotes en los sacrificios establecidos en honor de este dios, llevaban siempre sembrados sus vestidos con hojas de este árbol.

Fue precisamente el pueblo romano el que generalizó su empleo como árbol ornamental en los cementerios.

Cipreses en la entrada de la Cartuja de Escaladei.

APOLO Y CIPARISO: EL MITO DEL ORIGEN DEL CIPRÉS

El ciprés obtuvo su nombre de Cipariso, un personaje de la mitología griega. Cipariso (del griego: kyparissos; latín: cupressus, ciprés), fue un joven nacido en Quíos, o en Ceos, hijo de Télefo, descendiente de Heracles. Cipariso fue un amante del dios Apolo, y habría sido amado también por el dios Céfiro y, según la tradición latina, por Silvano, el espíritu tutelar de los bosques, aunque sólo el dios Apolo habría logrado el amor del muchacho. Apolo le regaló a Cipariso uno de sus ciervos sagrados, consagrado a las ninfas, que desde entonces se convirtió en el fiel compañero del muchacho. Cipariso adornaba las astas de oro del animal con guirnaldas de piedras preciosas, que también colgaba de su cuello. En cierta ocasión, Apolo regaló también a Cipariso una jabalina para cazar, pero el joven, al intentar cazar otro ciervo, mató por error al suyo. Fue tan intenso el dolor del muchacho por la pérdida del animal, que pidió al dios Apolo que le permitiera llorarlo para siempre y que sus lágrimas fluyesen eternamente. El dios aceptó su súplica y lo convirtió en ciprés, el árbol de la tristeza, el dolor y el duelo por los seres queridos, consagrado desde entonces a los difuntos.

Apolo y Cipariso de Claude-Marie Dubufe (1821).

EL CIPRÉS COMO SÍMBOLO DE HOSPITALIDAD

En algunas zonas el ciprés también fue considerado como un símbolo de hospitalidad. En la antigüedad se plantaban dos cipreses a la puerta de una vivienda para indicar a los viajeros que la hospitalidad de la casa les ofrecía comida y cama durante unos días. Esta simbología perdura todavía hoy en día, aunque ya no se practique al modo antiguo, y en algunos lugares es normal contemplar como dos hileras de cipreses discurren paralelas a través de la carretera o camino principal que conduce desde la puerta de entrada de un terreno o una villa hasta la puerta principal de una casa o edificio señorial.

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