Me asomo a la ventana y esto es lo que hoy contemplo: es un día gris, con un cielo gris, lleno de nubes grises. Son unas nubes que se mueven rápidamente por el cielo cambiando y mutando en cuestión de segundos: se forman, se rompen, se recomponen, se deshacen de nuevo... Parecen los jirones podridos de la mortaja de un muerto, dispuestos a deshacerse al más leve toque... Los árboles de la calle se mecen, la mayor parte de sus hojas ya caídas... El sol ya no parece el sol amarillo y agradable al que estoy habituado: su color es de un blanco brillante que recuerda al gris azulado del acero frío. Es un sol que ilumina, pero no calienta... El aire es frío, frío. Recorrido por el viento, el aire se me antoja gris como el cielo, blanco como el sol... Un cielo gris, frío, pero que después de mucho tiempo parece limpio por fin. Miro, y veo un mundo helado, pero sin hielo ni nieve... Observo el gran patio interior lleno de grava del edificio donde vivo, ahora cubierto de restos de las obras que se están haciendo en la fachada del edificio; todo ello parece abandonado. Grandes mallas de tela fina recubren el andamio que rodea el edificio, y se me antojan como gigantescas telarañas abandonadas que cubren la edificación entera. Todo ello, todo, tiene un tono post-apocalíptico. Redes, obras que parecen medio abandonadas, juguetes de niños quemados por la luz del sol tirados por el suelo, sus colores apagados... No se escuchan voces, ni motores, no se ve rastro de gente alguna... La imagen post-apocalíptica sólo se ve rota por el ocasional canto de un pájaro o el vuelo de alguna gaviota que se desplaza rápidamente arrastrada por el viento a través del cielo gris. Este parece ahora un mundo sin humanos, un mundo frío, pero aún con vida. Y en el misterio de esas ruinas, contemplando esta imagen desoladora desde mi ventana, que sin embargo transmite calma, acaso yo soy el único superviviente de la raza de la orgullosa especie humana, que en su vanidad quizás fue la causante de su propio fin, de su propia extinción. Si fuese así, si fuese el único superviviente humano, o me creyese tal, hoy cogería mi mochila y saldría a explorar después de ir a regar mi pequeño huerto urbano, alojado en ese mismo patio vacío que ahora contemplo. Hoy saldría a explorar en busca de más víveres, e previsión del invierno que se acerca, y con la esperanza de encontrar a otros supervivientes.
Contemplo este paisaje desolado desde la ventana de mi estudio, y me doy cuenta que todo esto no ha sido más que otro sueño de mi fugaz fantasía. El paisaje hoy está de acorde con mi estado de ánimo: frío, gris, pero limpio y dispuesto para un nuevo principio, una nueva aventura, lejos del mundo de los hombres.
Joan Ramon (16 de noviembre de 2013)
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