Por aquellos que se fueron y por aquellos que se quedan...
Hace ya meses que estoy agotado. Desde mediados de diciembre del año pasado hasta hace apenas una semana una serie de pequeñas desgracias, todas ellas encadenadas una detrás de otra, fueron mermando mi ánimo. Sin embargo, todos esos problemas se vieron reducidos repentinamente en nada ante la devastadora noticia de un accidente cerebrovascular y la posterior muerte de un ser querido, David.
¿Qué significan los problemas mecánicos de un coche, los problemas económicos derivados de una enorme factura a causa de un accidente de tráfico o los problemas de un pequeño desastre en el hogar frente la desaparición de una vida? Esos problemas aún colean en mi vida, pero ahora resultan irrelevantes y parecieron haberse extinguido repentinamente desde el momento en que me enteré de la terrible noticia que fue el inicio de la lenta desaparición de ese hilo que era la vida de David. Un hilo que, en cierto modo, estaba entretejido con los hilos de muchas más vidas formando un tapiz: los de su esposa, sus hijos, su madre, su hermano, y numerosos parientes, amigos, compañeros y allegados. De todos esos hilos, posiblemente el mío fuese uno de los más irrelevantes, ya que únicamente estaba unido por un lejano parentesco político... y sin embargo, ¡qué cercano me resultó siempre como persona! Con su desaparición, un enorme hueco o descosido se ha abierto sobre ese punto donde se encontraban entretejidos todos esos otros hilos que son sus familiares y allegados más cercanos, y entre ellos el mío.
He visto la muerte de muchas formas, pero casi siempre me ha afectado más la tragedia de los vivos, de aquellos que quedan detrás, que la muerte de aquel que desaparece. He sentido la muerte de personas cercanas, y todas ellas me han afectado de un modo u otro, pero creo que nunca una muerte me había pillado tan desprevenido ni me había dejado tan tocado, salvo quizás la muerte de un viejo amigo que desapareció ya hace tiempo...
En poco menos de dos semanas, la muerte se llevó a David.
Todo fue tan rápido...
Hoy me siento cansado, muy cansado. El constante choque de la expectativa de que un mínimo resquicio de esperanza se abriera y todo se arreglara, y el temor de la inevitabilidad de su muerte hicieron mella en el ánimo de toda la familia como un torbellino. Fue el inicio de un duelo en vida, que tras tu muerte sigue ahora un transcurso más natural y curativo.
Se acabó. Ya no estás, pero te echaremos de menos y sin duda te recordaremos. La vida continúa, lo sé, y en cierto modo ya me he repuesto al permitir que los recuerdos tristes de tu partida queden amortiguados por la enormidad de todos esos buenos momentos que compartimos juntos, casi siempre dentro del marco de alguna celebración familiar, pero también en algunos de aquellos encuentros casuales que tuvimos en Girona cuando estabas allí por motivos de trabajo.
¿Qué podría decir de ti? ¿Qué podría decir de él?
Hasta donde yo sé, la vida en la gran ciudad de Barcelona nunca hizo mella en ese carácter de campo tan cercano y genuino que tenía. Siempre fue ese tipo familiar y sencillo que tenía una gran capacidad para bromear y hacernos reír a todos, y por lo poco que sé era así con todo el mundo, fuesen familiares, amigos, o compañeros de trabajo, desde sus jefes hasta el peón más bajo de la empresa donde trabajaba. Y creo que precisamente ahí era donde residía parte su magia, en su capacidad de mostrarse tal cual era, sin falsedades, disfraces, engaños ni prejuicios.
No presumiré diciendo que fui íntimo amigo suyo, por que no lo fui. Si acaso me unieron a él uno de aquellos leves lazos familiares y de amistad circunstanciales debido a que era el primo de su esposa, Eva. Pero sea como sea, tengo que decir que su constante buen humor y su constantes bromas, unido a su familiaridad y su sencillez se ganaron fácilmente mi corazón igual que el corazón del todo el resto de mi familia. Su modo de ser siempre ayudó a que todos lo percibiéramos como alguien cercano, constante incluso cuando no estaba.
Por cierta conversación que tuve con él en motivo del entierro de mi abuela, no exenta de humor y cierto desparpajo, sé que su propia muerte no le afectaría demasiado, más allá del dolor que le causase desprenderse de los suyos. Por lo que hablamos, sé que entendía claramente que la muerte, mal que nos pese, forma parte de la vida. Echaría de menos a su familia, pero sin duda también se tomaría su propia muerte por aquello que es, un paso más, inevitable, en el camino de esta vida.
Quizás por ello, en memoria de él y todos aquellos muertos que de algún modo nos han allanado el camino, todos deberíamos procurar ser más felices, mientras aún estamos vivos. Es necesario pasar un duelo, darse tiempo, reordenar todos esos sentimientos de tristeza, pérdida o frustración que se generan por la partida de un ser querido y amado, pero una vez hecho esto, debemos aprender a disfrutar de todos los buenos momentos que aún nos quedan, y hacerlo depende de nosotros. Eso no significará que olvidemos a los muertos, sino, simplemente, que aún vivimos.
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