lunes, 23 de abril de 2012

EL DÍA DE SANT JORDI VISTO POR UN TRANSEÚNTE SOLITARIO.

Lo escribí hace un par de años, pero creo que aún puede servir, porque el sentimiento de aquel momento  existió y aún permanece en el recuerdo.


¡Bueno, un año más ha llegado Sant Jordi!

Un año más ha llegado y, lo mismo que el año pasado, me he sentido extraño.

Extraño porque estoy sólo y no tengo con quién compartir este día como hacía antaño.

O sea que hoy me apetece dar mi punto de vista de la Diada de Sant Jordi como un soltero... ¡Y cuidado, que no todos los solteros lo vivirán así! Esto que voy a escribir es tan sólo mi punto de vista, y puede que alguien se sienta identificado, o puede que no.

Sé que podría hacer este escrito desde un punto de vista humorístico, como un monólogo, ¡qué ganas no me faltan!, porque no se me da mal reírme de las cosas, pero no, no lo haré así. Analizaré, más bien, mis sentimientos y pensamientos en este día, que no deja de ser especial, me guste o no. Sólo hay que salir a la calle y notar el ambiente que se respira... Yo ya lo he hecho. Salir a la calle, digo.

En Girona hace un día extraño, gris, frío, encapotado. Esta mañana ha llovido, pero después ha amainado. Espero que el día aguante para que la gente lo puedo disfrutar. Es un día alegre, festivo. No es un día cualquiera, aunque sea laborable... Alegre para muchos, pero triste para otros.

Hoy me siento más solo, entre la multitud, más desplazado, más extraño...

No creo que hoy sea el único que se siente así... aunque evidentemente cada persona vivirá esto a su modo, sea soltera o tenga a alguien en su vida.

Me encanta leer y me gusta salir; ver los libros expuestos del modo en que están expuestos en las ferias, ya sea en la Diada de Sant Jordi que se celebra hoy, o ya sea en las fires o festes majors que se suelen celebrar por cualquier población de Cataluña a lo largo del año...

Es cierto que tanta aglomeración de gente al final cansa, porque para acceder a alguna tiendecita o parada y alcanzar el libro que te apetece hojear, a veces debes librar una auténtica batalla, de tal calibre, que la de Sant Jordi y el dragón se queda corta, pero, bueno, eso es otra historia.

Recuerdo que cuando vivía en pareja (y eso fueron muchos años de pareja), hoy era un día especial, en el que esperaba que ella saliera del trabajo para ir a ver tiendecitas y tenderetes y, agarrados de la mano, en nuestro paseo, irnos encontrando a personas conocidas a las que saludábamos después de largo tiempo sin saber nada de ellas.

Porque en estos días en que la gente se aglomera así, es difícil no encontrar a algunas caras conocidas, y hablar con gente con la que hace tiempo que no hablas.


Tras largos años en pareja, cuando uno está soltero y llega este día, ahora todo te parece un poco más triste y extraño, te sientes algo descolocado. Fuera de lugar. En el día de hoy, la calle no es tu sitio. Ves a los demás y es difícil no ver los derroteros distinto que han tomado las vidas de la gente con la que antes tenías tanto en común.

Recuerdo que cuando era un adolescente, sin novia ni pareja, me sentía un poco triste de no tener a quién regalarle la rosa, aunque al final siempre encontraba a alguien a quién entregársela. Y puede que tuviera mis dudas de si alguien me regalaría un libro, aunque al final siempre aparecía. Pero era una época distinta, porque entonces existía esa ilusión de salir a la calle, la complicidad de los amigos y el encuentro con los conocidos del colegio, instituto o colegas de fin de semana.

En fin, en aquella época, éste era un sentimiento que acosaba a chicos y chicas por igual, aunque a mayoría lo negásemos. El deseo de agradar a alguien y recibir un regalo, fuera rosa o libro.

Te haces mayor y las cosas cambian. La gente va y viene. La gente va de un lugar a otro, los gustos cambian, la familia obliga, el trabajo te ata... Sólo unos pocos permanecemos libres, inalterables, después de largos años, sin haber cambiado demasiado. Atados aún a nuestros sueños e ideales que los largos años no han podido derrotar ni esclavizar. Pero habiendo vivido en pareja, y más tras largos años, la perspectiva de algo de todo esto, cambia.

No te apetece salir porque te sientes como un extraño cuando, paseando, te vas encontrando, a tu paso, constantemente, parejas felices (o que simulan serlo al menos en este día), y recuerdas como era tu felicidad pasada junto a aquella otra persona.

Y vas encontrando a gente conocida con su respectiva pareja, o familia en algunos casos, y te preguntan por tu vida, e indagan sobre ti desde que abandonastes la escuela, la carrera o el trabajo en el que os conocisteis. Y en realidad a ti no te apetece responder. Pero lo haces. Y en mi caso, que soy demasiado sincero, doy respuestas sinceras que no siempre agradan.


Pero son preguntas, las que te hacen, por otro lado, lógicas y lícitas. Es normal interesarse a veces por quien no has visto durante meses o años. Y en principio supongo que no me molestarían, si no fuera porque se repiten cada vez que vas encontrando a alguien, y te acaban haciéndote sentir incómodo.

Llegados a este día, uno (y me refiero a mí) desearía salir a la calle por ser la fiesta que es, aquí en Cataluña, pero también lo teme y prefiere buscar la tranquilidad encerrado en casa o paseando por algún lugar tranquilo, en el campo.

Bueno, tanto da, el caso es que de momento yo ya he salido, y se me cruzan ambos sentimientos: el de sentirme bien entre una multitud que parece viva, contenta y apasionada, y el de la incomodidad del que se siente como una pieza que no encaja.

Una rosa... parece mentira que un simple símbolo, una simple flor, acabe teniendo tanto peso sobre mi alma.

No me importa no recibir un libro (ya tengo bastantes acumulados), pero me pesa mucho no tener a quién regalarle esa rosa simbólica, y con quién no poder compartir este día.

¡Oh, sí, puede que regalé la rosa a alguien! Pero yo ya me entiendo... me refiero a esa persona especial que te haga sentir que cada día puede ser una Diada de Sant Jordi. Ella la princesa, y tú el caballero y el dragón, todo en uno...

Y lo bueno es que a día de hoy sé muy bien a quién me gustaría regalarle una verdadera rosa este año.

Puede que no por amor, pero sí de cariño y de corazón, porque significa algo y creo que la merece.

Pero hoy es Sant Jordi y estoy solo.

Las cosas son así.

Y entre la multitud, sólo soy un transeúnte solitario, que quisiera regalar una rosa o un libro a todas aquellas personas que hoy, como yo, se sienten abandonadas.

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