miércoles, 13 de abril de 2011

NO TE OLVIDES DEL MITO...

No te olvides ahora del mito, hijo mío, no pierdas ahora la esperanza...

El mal azota estas tierras, la guerra y el hambre se extiende por dóquier mientras los ejércitos de los condes y duques se disputan estos castigados lugares tras la muerte de un rey estéril que no supo dejar descendencia, buscando cada uno de estos nobles poseer un día la corona.

Pronto llegará la enfermedad y la peste y la Muerte llenará sus carros con los cuerpos abandonados en los caminos o los cadáveres olvidados en el interior de habitaciones solitarias.

Cada día oigo de las atrocidades que los soldados y mercenarios cometen en las aldeas y entre las tribus nómadas. Violaciones, torturas, mutilaciones... Muchos de los que escapan de esta matanza acaban convirtiéndose ellos mismos en bandidos de la peor calaña.

Ayer mismo, parece ser que un grupo de doce hombres armados sin amo y señor irrumpieron en la granja de la Cañada del Eco Perdido. Clavetearon al cabeza de familia en una de las columnas de madera del hogar con grandes estacas, fijando sus piernas y brazos, y ante sus atónitos ojos ensangrentados, a los que les cortaron los párpados para que lo viera todo, violaron, torturaron y mutilaron a su esposa y sus hijas, sistemáticamente hasta darles muerte, del mismo modo que hicieron antes con todos los miembros varones de la familia. No dejaron un animal vivo. Finalmente, y después de contemplar todas estas atrocidades, a él le arrancaron los ojos dejándolo abandonado a su suerte. Un grupo de vecinos lo halló aún vivo, cuando llegaron a la granja atraídos por el humo, y lo trajeron a la aldea, dejándolo al cuidado de la vieja curandera.

La barbarie se ha apoderado de este reino sin rey... De lo que era una gran familia de diecisiete personas, ahora sólo existe un hombre ciego de miembros rotos sumido en la fiebre y locura...

¡Pero no desesperes, y recuerda el mito, hijo mío!

En algún lugar, un hombre se alza en el corazón de este oscuro bosque habitado por criaturas desconocidas. No tiene odio en su corazón. Él conoce la verdad. Y la verdad es ésta: él es la Justicia misma. No la justicia de los nobles, ni la justicia de los sacerdotes; es la justicia misma. Él conoce los pecados de los hombres, pero sólo juzga a aquellos que en estos tiempos no conocen la piedad y acaban con la vida de los demás sin seguir otra razón que su ciega ambición. No usa caballo, pero se mueve rápido en las sombras. No corre, pero nada lo detiene. Su paso es incesante, acudiendo allí donde siente la llamada de los desesperados, o donde ha habido terribles actos injustos que claman venganza. Pero el no es la mano de la veganza, sino tan el hacha de la justicia.

Es alto, fuerte, pero no es un hombre excesivamente grande... lo veo entre las nieblas que aturden mis sentidos... posee robustos miembros fibrosos, su cuerpo ágil y bien formado, como la pantera blanca que se extingue pero aún vive en nuestras montañas. Su mirada es férrea, su rostro imperturbable, sus ojos acerados. Sus brazos armados con poderosas manos de duros nudillos que son como terribles mazos... Su cuerpo elástico cruje cuando sus músculos se hinchan en medio de la batalla. No es un dios, tan solo un hombre marcado por el destino que busca equilibrar la balanza en esta época de impiedad.

Los hombres que sirven a nuestros déspotas nobles ya están inquietos. Ninguna puerta detiene su paso, ningún vigía se percata de su llegada... Es una voz, un rumor, un mito... pero deja su marca allí donde pasa.

Él es la justicia que todo lo arrasa. No busca honores, ni gloria, ni riquezas... y ahora avanza silencioso y sinuoso por los margenes de este bosque.

Recuerda ahora el mito, hijo mío, y toma mi arma mientras mi vida bajo la lluvia se escapa... Recuerda el mito y tal como te digo, sírvele y pon a su servicio esta espada... Porque el mito, en el centro de unas ruinas escondidas en este bosque se alza.

Él ya no tiene nombre... pero puedes llamarlo Justicia.

Toma mi filo, y únete a su causa.

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