martes, 29 de octubre de 2013

ALGUNOS RECUERDOS PROPIOS SOBRE EL DÍA Y LA NOCHE DE DIFUNTOS...

Yo tuve un pasado, y mi pasado se esconde en el campo, en los bosques, las montañas y muchas de sus viejas tradiciones. Tuve un pasado nacido de cuentos e historias de fantasmas y espíritus que alimentaron mi imaginación, de tardes y noches otoñales e invernales alrededor de la fogata de una chimenea o una vieja estufa de gas, escuchando las palabras de los viejos, sus cuentos y sus relatos. Y no fueron tiempos tan lejanos, en realidad. Yo nací en medio de esos dos mundos, el de las tradiciones de antaño, y la modernización que ha acabado con mucho de esos recuerdos. Es por ello, que creo que mi deber es recordar y escribir sobre parte de esas costumbres que he vivido.



No es casualidad que el Día de Todos los Santos (1 de noviembre) o el Día de Difuntos (2 de noviembre) se celebren en esta época del año. Más allá de las raíces católicas de estas celebraciones y sus aún más antiguas raíces celtas, estas festividades han ido unidas desde siempre al culto de los muertos por una buena razón: situadas en medio del otoño, una estación en las que las cosas “mueren”, las hojas de los árboles caen, las plantas se marchitan, y los animales de recogen pronto en sus nidos o madrigueras, éste es el momento en el que la mente atávica abre un pasaje de transición entre la vida y la muerte, un momento en el que el mundo de los vivos y el mundo de los muertos se unen, permitiendo que hagan su aparición toda una legión de muertos, fantasmas protectores o espíritus condenados. Así, los cuerpos descarnados se levantan de su tumba en busca de venganza, las sombras de los que perecieron de modo inesperado regresan para arreglar algunos de los asuntos que dejaron pendientes con sus seres más allegados, y las puertas del Infierno o el Purgatorio, al estilo del antiguo Otromundo celta, se abren para permitir su paso…

Me crié en el campo, y así fue parte de mi infancia. Se contaban historias a lo largo del verano o en los oscuros inviernos, pero era en las noches de éstos días cuando hacían aparición las historias de muertos y difuntos. Algunos eran buenos, otros malos, pero todos ellos volvían al mundo de los vivos de diversas formas. Las historias, de día tenían un toque familiar, y se recordaba a todos aquellos que os habían dejado. Por la noche, las historias eran más inquietantes, cuentos de fantasmas, condenados o espíritus vengativos, o seres surgidos del Infierno que vagaban a través del viento y el frío.

Me vienen historias como la del alma condenada del Comte Arnau, la historia de la Marieta (una historia terrorífica con la que se espantaba a los críos), la de personas que encontraban la muerte o la locura al visitar algún cementerio una noche como ésta, o la de almas arrepentidas que tan sólo buscaban que sus parientes vivos encendieran alguna vela o candela para acortar su visita en el Purgatorio a causa de los pecados que habían quedado sin confesar.

Era la noche del Día de Todos los Santos o del Día de Difuntos y ambas días se confundían en uno sólo. Por la mañana o la tarde la gente visitaría los cementerios para recodar a los familiares muertos, después de comer, y tomando un café se haría una pequeña tertulia recordando anécdotas que involucraban a los que ya se habían marchado al otro mundo, e incluso recuerdo a la gente más anciana que rezaba el rosario mientras unos y otros explicaban historias que los más pequeñajos escuchábamos embobados. Hacia la tarde se encendían algunos cirios para los difuntos, y en homenaje a ellos se comían castañas asadas, boniatos o panellets.

Sí, yo he llegado a vivir estas costumbres que ahora se me antojan remotas. Todo eso desapareció cuando fui a vivir a una ciudad y el campo, con algunas de sus costumbres más tradicionales, que quedó atrás. Y años después, al volver al campo, veo que la mayoría de estas costumbres ya han desaparecido, absorbidas por la modernización de todo. Las viejas historias de difuntos han sido sustituidas por ciclos de películas de terror que abarcan asesinos en serie, licántropos o monstruos extraterrestres. Las castañadas o reuniones donde se contaban historias de aparecidos han sido sustituidas por fiestas de disfraces mucho más banales, sin que mucha gente recuerde ya el sentido de todo ello.

Antiguamente, estas celebraciones tenían un sentido doméstico, familiar y de recogimiento. Ahora tiene un sentido comercial, lúdico, festivo, pero mucho más vacío, y se ha perdido buena parte de la magia y el misterio que antiguamente conllevaba una reunión familiar en la propia casa o en la casa de otros familiares o vecinas, o la calidez de una historia de miedo bien contada, al más puro estilo de la tradición oral.

Sí, realmente he visto todos estos cambios.

Recuerdo que antes, en el campo, no era extraño que la gente muriese en su casa, en la cama, rodeado de los suyos. Ahora esto ha sido sustituido por muertes solitarias en la cama de un hospital, o en urgencias, mientras los parientes del que muere esperan en una sala, y el que muere lo hace rodeado por una serie de médicos, enfermeros o auxiliares desconocidos. La muerte antiguamente era algo familiar y natural, ahora, de algún modo, se esconde. La gente, especialmente los viejos, morían rodeados por sus familiares, grandes y pequeños, y por los vecinos. Se hacían veladas y vigilias a su alrededor, y el séquito funerario salía de la casa donde había vivido. Ahora, sale de una funeraria aséptica, y los amigos y parientes a menudo no ven al muerto hasta llegado el momento del entierro, cuando ya no incineración, y raro es que los niños vean morir siquiera un anciano, cosa que antiguamente sucedía a menudo.

Desprovistos de este entorno, lo que antes se podía considerar algo cercano, el espíritu de un familiar difunto, o un muerto que se conoció en vida, ahora se ha convertido en un conjunto se seres fantásticos imaginarios totalmente anónimos o personajes con nombre propio, pero sin ningún tipo de cercanía familiar ni por el tiempo ni por el espacio.

Pero como digo, el hecho de ir a vivir a una ciudad cambió buena parte de estas costumbres paulatinamente. Llegada esta época, las historias de fantasmas narradas en persona fueron siendo sustituidas por maratones de películas de terror, y durante unos años, esta noche era una noche dedicadas a hacer partidas de rol de mesa en el que el tema central fuesen los no muertos en todas sus diversas formas (vampiros, zombis, liches…). Juegos como Dungeons & Dragons, Aquelarre o La llamada de Cthulhu reunían a un grupo de gente para compartir una historia… Y años después, dejado de nuevo el rol atrás, de vuelta a las maratones de películas de terror, y a las mucho más recientes fiestas de Halloween.

Sin embargo, yo aún recuerdo esos tiempos en que se veneraba a los familiares que habían muerto, en que la familia se reunía y recordaba a los difuntos comiendo castañas asadas, panellets y boniatos, en la que algún anciano o anciana rezaba el rosario entre susurros, o se ponía un plato vacío o con alguna castaña o panellet en la mesa o algún rincón de la casa, como tributos a los muertos. Y en un rincón de la casa, también, generalmente cerca de un retrato, ardían las velas que al quemar, acortaban la estancia de esa alma en el Purgatorio.


Este año, voy a celebrarlo en mi casa, lejos del los campos en los que me críe, con los amigos. La Noche de Difuntos tendrá un aire más festivo, más cercano a la importada celebración de Halloween que no a las viejas Noches de Difuntos donde nos reuníamos alrededor de una mesa o una sala y se contaban esas historias admirables de aparecidos. Esta noche la celebraré con una zombi walk de por medio, aunque lejana a esas antiguas procesiones de los muertos que recorrían los bosques en busca de almas. Pero en mi interior, yo siempre llevo el recuerdo de la noche que esta noche es: unas horas en las que en un mundo más primitivo el mundo de los vivos y los muertos se unían, en medio de la admiración y el temor sobrenatural a lo desconocido.

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