sábado, 16 de septiembre de 2017

MI MERIVITA

Descansa en paz...
(Febrero de 2006-Septiembre de 2017)


Fue mi tercer vehículo. El primero fue un Fiat Uno blanco que nunca olvidaré. Después le siguió un Ford Escort rojo del que apenas guardo recuerdos. Y tras éste, llegó el turno al Merivita, un Opel Meriva plateado que fue un fiel compañero en parte del trayecto de este largo viaje que es la vida.

Lo compré, eso sí lo recuerdo, cuando aún estaba con mi primera pareja. Llevábamos ocho años saliendo, y por aquel entonces elegimos este coche porque nos pareció bastante práctico si decidíamos formar una familia. Hablábamos de tener hijos y todo eso… pero como suele suceder, las cosas no fueron como soñábamos y, por un motivo o por otro, la cosa terminó.

Por un tiempo, cada vez que bajaba al garaje y veía el coche vacío allí aparcado, pensaba en aquel hijo o hija que me hubiese gustado tener en aquel momento de mi vida, y sentía una leve punzada en el corazón, al traerme aquellos pensamientos de lo que pudo ser y no fue. Pero no iba a desprenderme del coche por unos recuerdos. El piso, el coche, la familia y los amigos era lo poco que por entonces me parecía que me quedaba. ¡Ahora veo que ese poco en realidad era mucho!

Pero por las circunstancias que he comentado más arriba, podría decir que, por un tiempo no le tuve demasiado afecto a aquel Meriva gris que sólo me traía viejos recuerdos.

Lentamente, las cosas cambiaron. Necesitaba el coche para ir de un sitio a otro lado, y mi Meriva plateado fue convirtiéndose en un compañero de aventuras que ni me pedía explicaciones ni me juzgaba. Con él empecé a ver el mundo de otro modo. Dejó de ser la representación de algo que ya se había acabado para convertirse en el símbolo de un nuevo mundo que comenzaba…

No recuerdo exactamante cuando empecé a verlo como un compañero o un amigo. Sin ser otra cosa que un objeto eempecé a percibirlo a veces como un hombre, a veces como una mujer, hasta ese punto en que un coche puede ser persona o disfrutar de algún género. Era sólo un objeto, lo sé, pero todo objeto, si se vuelve familiar, acaba formando parte, de un modo u otro, de nuestra vida, y podemos sentir cariño, incluso amor, hacia él. No era persona, ni animal, pero lo percibía como una cosa sintiente, como un proyección de mí mismo pero aparte de mí.

Acabé por quererlo…

Sin duda ha sido el coche que, hasta el momento, más alegrías me ha dado, con el que recorrí caminos más salvajes e inhóspitos, y con el que pasé a través de cuatro relaciones sentimentales, desde mi primera pareja hasta llegar a mi pareja actual, Esther. Cuatro relaciones a través de las cuales mi Merivita me acompañó en los buenos y malos momentos por los que, por fuerza, atravesé. Y sólo puedo decir que, en ciertos aspectos, este coche me ayudó a superar algunos de esos baches que nos pone la vida.

Doce años, casi fueron, doce años en los que aprendí, evolucioné y, quiero creer, mejoré en algunos aspectos. Doce años en los que aprendí a vivir de otro modo y renuncié a ciertos sueños, como tener hijos, para sentirme verdaderamente yo, sentirme libre y ser feliz. Un largo camino que tuve que aprender a hacer solo, aunque la gente que quiero siempre estuvo ahí. ¡Felicidad! Un largo camíno…

No recuerdo cuando empecé a llamarlo Merivita. Puede que quién primero lo llamase así fuera yo, pero es mucho más probable que la primera persona que lo llamase así cariñosamente fuera Esther. Antes de eso, sé que yo sólo me refería al Meriva como “él” o “ella” indistintamente, pero sin ponerle nombre alguno…

Nunca supe si, de tener sexo un coche, era macho o hembra, pero de lo que si estoy seguro es que siempre fue un compañero o compañera que estuvo ahí, esperando pacientemente a que encendiera su motor para descubrir nuevas rutas.

¿Cuándo empezó a fallar? ¿Cuándo empezó a torcerse todo?

Sospecho que su lenta agonía comenzó aquel nefasto día de febrero de 2017 en que me dirigí a una gasolinera “low-cost”, y el surtidor del dispensador de gasoil pareció que, durante unos largos segundos, sólo se dedicara a escupir una larga mezcla de aire y posos de combustiblr al interior del depósito de mi vehículo. Me pareció muy raro. Y justo el día después de aquel aciago hecho, inexplicablemente empezó a fallar el gas del vehículo, y poco a poco el coche fue yendo a peor.

Pasamos por una visita al mecánico, un accidente, por dos mecánicos de nuevo, y nadie supo decirme que podía ser o de que se podía tratar, porque el coche parecía ir bien o mal según el día, aunque cada vez que llenaba el depósito parecía fallar de nuevo. Quizás debiera haber denunciado a la gasolinera, pero ¿cómo demonios iba a demostrar que fue un dispensador suyo quién me había llenado de mierda el coche muchos meses antes? Simplemente no lo podía demostrar…

A pesar de todo, durante esta etapa que duró algo más de medio año, el Merivita nos llevó a Esther y a mí a todos lados, a través de treinta y cuatro comarcas catalanas, atravesando caminos de bosque y montaña, metiéndonos y sacándonos de lugares donde parecía imposible que un simple coche utilitario pudiese circular. Visitamos sitios donde muchos 4x4 ni siquiera se habrían atrevido a entrar, como el Pas del Llop, por encima del Barranc de l’Infern, cuyo camino parecía poco más que una tartera, pedrera o canchal que conducía hasta un enorme precipicio del que llegamos a pensar que no podríamos salir. ¡Aún me palpita el corazón y me viene la ansiedad al recordar aquellos momentos!

Poco a poco, sin embargo, nuestro Merivita fue fallando. Los limpiadores de inyectores parecieron insuflarle nueva vida por un tiempo, pero finalmente un día el coche se paró y dijo “Prou! (¡Basta!). Lo intentamos todo, pero era ya demasiado tarde: los cilindros se habían rayado, la junta de la culata se había deformado, y podía que hubiese algo, aunque no lo podían determinar con seguridad. Después de 3.000 euros de gastos en mantenimiento y reparaciones en lo que ya iba de año, pagar 4.000 euros más por un nuevo motor, sin garantía de que con eso se acabaran los problemas, nos pareció que era arriesgarse demasiado y tomamos una decisión. Sólo podíamos llevarlo a un desguace y comprar un coche nuevo.

¡Nuestro Merivita! Quisiera llorar por ti. Ya únicamente me queda ese recuerdo agridulce de querer creer que, al menos, antes de morir, te llevamos a tantos sitios y disfrutaste de todos aquellos paisajes en medio de la naturaleza que tanto nos gustaron, entre espacios montañosos o de amplio verdor, y cielos azules y salvajes, descansando apaciblemente sobre tus ruedas mientras contemplabas puestas de sol con tus faros.

Quisiera haberte dado un final más digno que acabar en un simple desguace, un final de película, pero no pudo ser. Pero tuviste un final digno, ¡eso sí! Acabaste tus días como aquella persona que cuando muere, joven o anciana, sabe que ya ha dado todo y lo mejor de sí y puede morir tranquilo. ¡Así fuiste tú, Merivita! ¡Y por eso, aunque no llegaras a ser otra cosa más que un coche, siempre te llevaré en mi corazón!


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