Hoy es 10 de agosto, el Día Mundial del León, y en la memoria de todos aún permanece Cecil, el león insignia del Parque Nacional de Hwange de Zimbabue, que fue asesinado fríamente por un cazador... sin que, personalmente, me importe demasiado la nacionalidad de este tipo, a decir verdad.
No sé a cuento de qué hubo tanta polémica sobre si el cazador de Cecil era o no era español en su momento, y ahora que se ha desvelado que éste en realidad es un dentista estadounidense llamado Walter James Palmer, muchos ataquen al país de éste por el delito que ha cometido a nivel individual. ¿Realmente tiene alguna relevancia la nacionalidad de este individuo? No lo creo, en todas partes se cuecen habas y, sin ir más lejos, en este país, España, tenemos un ex rey asesino de elefantes, y la matanza de los toros en una plaza aún es considerado una fiesta nacional celebrada por muchos, y aún se atreven a llamarlo “arte”; puede que algunos lo hayan olvidado, pero yo no.
Aún así, cuando se publicó la noticia sobre la muerte de Cecil, si alguien se molestó realmente en leer la noticia y no solamente los titulares, habría visto que en ella ya se decía claramente que el cazador de Cecil llegó a Zimbabue en un avión proveniente de España, no que fuese español, aunque algunos titulares lo dieran a entender así. En todo caso, la noticia en sí dejaba claro que aunque llegase de un avión proveniente de España, el mataleones podía ser de cualquier nacionalidad. La cuestión, como digo, no es tanto su nacionalidad, sino el hecho de que ese asesino de animales sin escrúpulos y su cómplice hayan sido descubiertos. Y no llamo asesino a este individuo simplemente porque sea sólo un cazador entre muchos, sino más bien porque todos los indicios indican que esa persona y su cómplice sabían perfectamente bien que iban a matar a un animal que era el símbolo de todo un país; prueba de ello es el hecho de que cuando cortaron la cabeza del animal asesinado, quisieran liberarse del chip con GPS que le había colocado la Universidad de Oxford para hacer un seguimiento de este magnífico felino, y el hecho de que todo indica que hicieron salir al felino de los límites del parque nacional con trampas y engaños para poderlo cazar impunemente. ¡Hijos de la gran puta! Aunque a decir verdad, ¿qué tipo de hombres somos nosotros mismos, que nos atrevemos a juzgar a este hombre sin ser conocedores aún de su propia versión? ¿Quiénes somos, dispuestos a linchar al primer cazador, entre muchos, que nos ponen en bandeja? A veces me sorprende lo rápidamente que somos capaces de juzgar a alguien y lincharlo sin un juicio justo, diferenciándonos poco más de ellos... Pero bueno, eso, la facilidad con que juzgamos a otras personas, es otra historia; quizás hable de ello en otra ocasión.
El caso es que, después de leer la noticia de que el cazador de Cecil no era español, pareció que muchos “españolitos” que se habían sentido atacados por ello respiraron mucho más aliviados cuando se demostró que el asesino no era tal, sino que era estadounidense. ¡Cuán necios somos! En un país, España, donde abundan los asesinos de lobos, aún se cazan o roban los huevos de numerosas aves rapaces, y se asesina a muchos otros animales, de pronto parece que el que un asesino de leones no sea de este país eso nos exculpe de la gran cantidad de otros crímenes perpetrados impunemente contra numerosos animales, muchos de ellos protegidos por la ley. No seamos necios, asesinos de ese tipo los hay en todo el mundo, y que uno de los asesinos no sea de este país, no nos libra de todas las culpas, ni nos exonera de otros muchos asesinatos, empezando, como ya he dicho, de todos aquellos cometidos en esa “gran” fiesta nacional que son los toros, celebrada por miles de descerebrados que llaman arte a ese tipo de lenta tortura de un animal, a la caza indiscriminada emprendida contra los castores europeos, protegidos por las leyes de la Unión Europea, que pretende lograr su total erradicación en este país (ver: El castor europeo en la Península Ibérica: un voto por la biodiversidad), o al imperdonable ejemplo del ex-rey Juan Carlos I, asesino de elefantes, dio al mundo, al que por suerte Adena le retiró el cargo de Presidente de Honor de sus estatutos, después de demostrarse que andaba matando a estos nobles y otros animales desde el año 2006. Otro hijo de la g... Bueno, ya sabéis como continúa la frase... ¡No, no estamos libres de culpa ni de lejos!
El hecho es que el mundo está lleno de miserables que con la excusa del dinero, de su posición social, del furtivismo de sus actos o del todo vale, creen poder salir impunemente de todos los crímenes perpetrados mediante su “inocente” afición de matar animales sólo por el puro placer de hacerlo, aún cuando hablamos de especies protegidas o que, sin estarlo, su número ha sido reducido drásticamente en los últimos años. Y encima hay que oír que muchos de ellos luego se hacen llamar amantes de la naturaleza cuando lo hacen sin tener siquiera una verdadera necesidad de ello. ¡Hay que ser muy cínicos! ¡Hay que ser caraduras!
La crueldad del hombre sobre los animales no tiene límites, y si bien es cierto que muchos animales sufren la desgracia de ser criados en granjas donde la ética y el valor de la vida animal no es contemplada como lo que es, sino que los animales simplemente son convertidos en un producto más de lo que es la gran industria alimentaria, y no contemplados como los seres vivos que son, independientemente de que vayan a ser usados como alimento o no, en este texto hablamos de una cosa muy distinta. O quizás no, porque es evidente que tanto en un caso como otro, los animales parecen convertirse en simples objetos de comercio, en un caso productos de primera necesidad, como alimento, y en el otro, como simple objeto de lucro, la caza por placer o por vanidad, aún cuando ello derive en la posible extinción de toda una especie... Y no digo que los animales no puedan ser, por ellos mismos, también, bestias crueles, como lo son los hombres, pero si los hombres siempre han presumido de algo, ha sido de diferenciarse del resto de los animales por el uso de la razón, y estamos actuando como unos descerebrados. Ha día de hoy nos estamos cargando el propio mundo que nos mantiene vivos, exterminando su diversidad biológica, destrozando sus ecosistemas y, en cierto modo, destruyendo la misma riqueza espiritual que nos aporta la existencia de todos los seres vivos, de la Tierra, de la vida misma. A día de hoy nos hemos convertido en bestias más crueles de lo que éramos, y ya ni siquiera pedimos permiso a la tierra misma a la hora de tomar los vienes que nos ofrece, simplemente se lo quitamos, creyéndonos con derecho a ello, pisando el derecho mismo que tiene cualquier otro ser vivo. Les robamos el agua, sus bosques, su mundo, y al hacerlo, nos lo hacemos a nosotros mismos.
Antiguamente, nuestros ancestros, después de cazar un animal, daban las gracias a esa bestia por permitirles alimentarse de su carne. Hoy en día, los humanos, todos nosotros, nos hemos convertido en los hijos desagradecidos de la Tierra, en sus asesinos, sus violadores, sus ladrones... Creo que de un modo u otro, aún sin quererlo, todos asesinamos a Cecil, porque pocos son los que se involucran de verdad en salvar este mundo de su propio egoísmo como especie... y como individuos. Yo mismo, poco más hago aparte de hablar o escribir sobre ello. ¡Ah, sí, suelo recoger la basura y desperdicios que muchos tiran por el campo y los bosques en su ineptitud, sus latas, plásticos y papeles de aluminio, pero poco más que eso! ¿Qué hacéis vosotros? Los grandes actos siempre empiezan con pequeñas acciones, es lo mínimo que le debemos al mundo, es lo mínimo que nos debemos a nosotros mismos y a todos aquellos que nos sigan, sean humanos o no.
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