En su momento, muchos años atrás, yo hubiera querido tener hijos. Sin embargo, por ciertas circunstancias de la vida, a partir de cierto punto opté por no tener hijos y nunca me he arrepentido de esa decisión. Haber tenido hijos en un momento determinado de mi vida podía haberme costado mi casa -una casa de la que habría tenido que continuar pagando la hipoteca-, unos gastos de manutención familiar, y la problemática de tener que buscar un nuevo hogar, renunciando además a buena parte de la libertad de mi vida. Puede que la razón de una relación fallida fuese una de las razones por las que me empecé a plantear no tener hijos, pero más allá de eso, muchos otros motivos me llevaron a tomar esa decisión respecto al futuro, ya que no tener hijos me ha permitido disfrutar de una libertad de la que muy poca gente dispone, y con ello, disfrutar mucho más de la vida.
No me corresponde a mí decidir si una persona debe o no tener hijos, ni creo que le corresponda a nadie decidir por otra persona si debiera o no debiera tenerlos. Cada cual tiene sus razones y sus motivos. Por mi parte, éstas son algunas de las razones que me decidieron tomar esa decisión, aunque éstos son tan sólo uno de los pocos motivos, entre muchos otros...
FELICIDAD
Hay muchas maneras de obtener la felicidad. Para algunas personas, los hijos traen la felicidad, pero para otras, no. Los hijos, además de ser una enorme responsabilidad, traen consigo unas cargas y sacrificios con los que no todo el mundo está dispuesto a correr, aunque desgraciadamente muchos no lo saben hasta que los tienen. Del mismo modo, los hijos no son la panacea para ninguna mala relación. Demasiadas han sido las personas que han creído que con un hijo se podían arreglar los problemas de pareja, cuando lo más frecuente es, de hecho, en estos casos, que ocurra todo lo contrario. Los hijos no son la solución para una relación que no funciona.
A lo largo de mi vida he conocido a muchos padres y madres que me han reconocido que si pudieran empezar de nuevo, no tendrían hijos, aunque para ser sinceros la mayoría de ellos tampoco se arrepiente de ello. Simplemente, de no tener hijos, saben que vivirían de otro modo, disfrutarían más de la vida. Cuando he hablado sobre este tema, generalmente el problema de estas personas es siempre el mismo, con hijos a su cargo, prácticamente no disponen de tiempo libre, y el poco tiempo libre del que disponen, por norma general tiene que compartirlo con sus hijos. Han tenido que olvidarse de una parte de su vida que, de no tener hijos, probablemente nunca hubiesen abandonado.
Este hecho, también puede ser contrastado en muchas parejas con hijos que se separan. Al tener la custodia compartida, mucha gente separada descubren el alivio que supone no tener a sus hijos cada fin de semana, por poner un ejemplo. De repente descubren que pueden compaginar una semana de libertad con una en la que comparten su tiempo con sus hijos. De repente su vida se enriquece, al compaginar parte de su tiempo con su familia, y parte de su tiempo consigo mismos.
A pesar de ello, hay que reconocer que también hay gente que no solo tiene hijos y disfruta constantemente de ello, sino que de poder tener los medios, repetirían la experiencia porque, simplemente, les gustan los hijos, disfrutan con una familia. Y el modo de llevar esto mejor o peor, depende en gran medida, de la educación. Y no me refiero sólo a la educación de los padres, sino también a la educación que han recibido los hijos. Hay familias numerosas que funcionan mucho mejor que familias de un hijo único, simplemente porque las tareas del hogar y el espacio se reparten y comparten entre todos, formando una unidad viva, mientras que algunas familias de hijo único a veces acaban convirtiéndose, prácticamente, en esclavos de un pequeño tirano, orbitando únicamente alrededor de estos hijos.
Así pues, hablar de felicidad, en este caso no tiene que ir ligado al hecho de tener o no tener hijos, sino en el modo en que nosotros decidimos vivir nuestra vida, con o sin ellos.
LIBERTAD
Quizás, la ventaja más inmediata de no tener hijos es la libertad, el hecho de tener una mayor disponibilidad de tiempo para uno mismo y no depender para ello del tiempo de otros –en este caso, los hijos- para poder disponer del mismo.
Tener hijos significa perder buena parte de la libertad de la que hemos disfrutado hasta el momento, y la necesidad de gestionarla mejor llegados a este punto. Uno no pierde necesariamente la libertad al tener hijos, pero evidentemente se hallará mucho más limitado en tiempo y en el uso que le dé al mismo, ya que a menudo se verá obligado a compartir ese tiempo con los hijos. Ello no debe suponer necesariamente una carga, pero he conocido a mucha gente con hijos a lo largo de mi vida que se quejan de ese hecho.
El hecho de tener hijos significa sustituir una parte de la propia libertad por la responsabilidad hacia los propios hijos. Ésta es una carga que no todo el mundo está dispuesto a soportar, y mientras que algunas personas optan por no tener hijos, otras, simplemente, cuando los tienen, optan por traspasar esa carga a los demás, a veces abusando de ello, traspasando esa carga a abuelos, hermanos, amigos o instituciones. No nos equivoquemos, a veces el hecho de que esto sea así es algo inevitable, pero en otros casos es simplemente un abuso, ya que en una situación normalizada, deberían ser los padres quienes se hagan cargo de ellos, sin que ello sea impedimento para que los otras personas puedan echarle una mano en ciertos momentos puntuales.
No tener hijos, en este caso, es una liberación de esa enorme carga de responsabilidad que puede durar años, y tener la libertad de poder desarrollarse en otros muchos aspectos de la persona. Al fin y al cabo, el tiempo es el mayor tesoro del que podemos disponer, y si uno es libre, sin duda dispone de mucho más tiempo. Sea como sea, con hijos o sin ellos, el saber utilizar ese tiempo de un modo más o menos provechoso dependerá de uno mismo y, por supuesto, de las circunstancias de cada uno.
ECONOMÍA
Uno de los factores en que influye cada vez más en las personas la decisión de tener o no tener hijos, o en el número de éstos en el caso de querer tenerlos, más allá del aspecto afectivo, es la economía. No nos engañemos, el aspecto económico es importante y determina el modo en que vivimos nuestra vida, más allá de la filosofía de cada uno.
En el pasado, y en otras sociedades aún hoy en día, los hijos eran fuente de riqueza. Formaban parte de la casa, ayudaban en las tareas y eran un seguro en la vejez. Actualmente, sin embargo, los hijos han pasado a ser una importante carga económica, ya que en un sentido estrictamente económico no dan beneficios, generando unos gastos considerables, al menos en lo que a familias de nivel económico bajo o medio se refiere, y llegados a cierto punto la mayoría se van de casa y continúan su propia vida sin que los vínculos familiares sean tan fuertes como lo fueron en otras generaciones. En la mayoría de casos ya no son siquiera un seguro en la vejez, aunque por supuesto la familia, en muchos casos continúe siendo importante y los vínculos afectivos jamás se corten.
El hecho es, sin embargo que una persona o una pareja que vivan solos, sin ningún hijo a su cargo, lo harán de un modo mucho más desahogado económicamente que una pareja con los mismos medios económicos que tenga un hijo o más. Un hijo, supone un considerable sacrificio económico, del mismo modo que puede serlo una hipoteca, por poner el caso. No es sólo un gasto temporal, sino un gasto que sigue mes tras mes, año tras año, hasta cierto punto, en que es capaz de independizarse económicamente. Esto es algo, además, que pueden vivirlo especialmente mal aquellas parejas con hijos de solvencia económica media o baja que se han separado o divorciado, especialmente cuando uno de ellos se queda la casa o el piso donde vivían, que en muchos casos aún puede estar hipotecado, y el otro se ve obligado a reiniciar su vida con la gran carga económica que le puede suponer correr con los gastos de los mencionados hijos, una hipoteca pendiente, y la búsqueda de un nuevo lugar donde vivir.
ESPACIO
Por supuesto, a veces, lo que en un inicio era un espacio más que suficiente para una persona o un pequeño grupo de personas, acaba siendo un espacio demasiado reducido, especialmente cuando las necesidades crecen, y hay que buscar un nuevo espacio que no siempre estará al alcance de todos (lo que nos lleva de nuevo al tema económico). Esto, sin duda es más frecuente que suceda en una familia con hijos que no en una familia sin ellos.
SUPERPOBLACIÓN
Más allá de uno mismo o el núcleo familiar, uno puede mirar mucho más allá a la hora de pensar en si tener o no tener hijos. Hoy en día, aunque la cosa ya viene de muchos años atrás, uno puede pensar en el aspecto de la superpoblación, del crecimiento de la especie humana en el planeta.
Siempre habrá quién encuentre discutible este punto, sobre si actualmente hay superpoblación humana en el mundo o no; lo que no podrá negarse es el increíble impacto que ejerce la humanidad sobre el medio natural, y que este impacto crece día a día, exponencialmente al crecimiento mismo de la humanidad y a la tasa del consumo incontrolado de la misma.
Es evidente que en el mundo hay unas zonas más pobladas que otras, pero si midiésemos la superpoblación en referencia al impacto que ejerce el ser humano sobre el medio que lo rodea, es evidente que el ser humano ha rebasado el límite hace tiempo. El calentamiento global, la contaminación, la deforestación, la extinción continuada de diversas especies animales o vegetales, el agotamiento de los recursos hídricos y el aumento de las desigualdades sociales son síntomas de todo ello. Ninguno de estos hechos puede atribuirse a causas naturales, aunque tampoco pueden atribuirse todos ellos a la superpoblación, naturalmente, ya que en ello influye enormemente, también, un modelo económico social de consumo desmedido e irracional, pero mientras esto no se cambie, éste aumentará a la par que lo hace la población.
En ese sentido, creo que en la actualidad la misma gente que tiene hijos debería agradecer a las personas que no los tienen el hecho de que de este modo frenen un poco el paso al ritmo de crecimiento de la población –que a pesar de ello sigue en aumento- y con ello los niveles de conflictividad y competencia constantes que hay en la actualidad y con el que tendrán que lidiar también sus descendientes.
Pero ¿cuántos de los padres del mundo se detienen siquiera en pensar sobre estos temas en el momento en que deciden tener un hijo? Si cada pareja tuviese únicamente un hijo, o incluso dos, la número de población humana iría descreciendo poco a poco, paulatinamente hasta recuperar cierto equilibrio sostenible para el planeta. A pesar de ello, el hecho es que esto no es así, y por diversos temas, como es la presión cultural, la educación o la propia cultura o religión, el crecimiento acelerado de la población humana sigue multiplicándose exponencialmente, a costa de eliminar unos recursos que no siempre son renovables, destruir y degradar los hábitats y ecosistemas de miles y miles de especies hasta el punto de llevarlas a la extinción, y degradar el agua, la tierra y la atmósfera del planeta hasta un punto irreversible, lo que nos lleva a otro punto de concienciación a la hora de pensar si tener o no tener hijos: la ecología.
CONCIENCIA ECOLÓGICA
A mayor población humana, mayor presión sobre el resto de especies vivas del planeta. El hombre transforma, invade y destruye constantemente el hábitat de otras especies y pocas veces se detiene a medir las consecuencias de sus propios actos a corto o largo plazo. Y no hablo tan sólo de los actos que realizamos nosotros como especie, ni de los modelos sociales y económicos que promueven la constante destrucción del planeta, sino que hablo de los actos mismos que realizamos nosotros a nivel de individuos. Una pequeña decisión como puede ser tener o no tener un hijo, en la actualidad puede marcar una gran diferencia en el futuro.
El crecimiento actual de la población humana hace tiempo que ha sobrepasado el nivel ideal de equilibrio entre lo que damos y lo que quitamos al conjunto del planeta. La Tierra aún puede sostener mucha vida humana, sí, pero a costa de un elevado precio, y más si seguimos el modelo actual de sociedad y economía, básicamente irresponsable.
Si no somos capaces de cambiar la sociedad ni el modelo económico de consumo actual, ni frenar el aumento de las diferencias sociales, si podemos al menos, a nivel individual, poner freno a algunos aspectos de todo ello, como es el caso de la excesiva natalidad, al decidir no tener hijos o a lo sumo tener uno o dos de ellos. No hay que renunciar a los hijos si uno no quiere, ya que éste es un acto que debería ser voluntario, y no venir impuesto; no debería ser decisión de un gobierno, ni una élite, ni una situación forzada, sino simplemente un acto de voluntad propio, de concienciación social y ecológica respecto al mundo que nos rodea, en todos sus aspectos: su biodiversidad, su geografía, su clima...
Y aquellos que tengan hijos deberían responsabilizarse de concienciar a sus propios hijos sobre estos problemas, no esperando simplemente a que éstos tomen conciencia por sí solos cuando lleguen una situación irreversible. No hay que cambiar sólo el modo de entender el crecimiento demográfico, sino la sociedad misma, su modelo económico o de consumo, y el modo de ver la vida. El ser humano debería dejar de mirarse tanto el ombligo y entender de una vez por todas que debemos compartir el planeta con el resto de seres vivos, que éstos no son un recurso más que ser explotado, sino que tienen tanto derecho como el hombre a tener sus propios espacio en el mundo.
ÉTICA
Al final, tomar una decisión tan importante como tener o no tener hijos debería ser un acto ético meditado de forma racional y responsable, no sólo un acto emocional, y un acto de acorde con los tiempos y la sociedad en la que vivimos. Y por supuesto, una vez se toma una decisión tan trascendental como tener un hijo, uno debería aprender actuar también en consecuencia.
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