miércoles, 4 de mayo de 2011

EL GOLPE

Dedicado a Nacho García, cuyo puño aparece en la foto que adorna este relato -foto que fue tomada por David Ruiz en cierto bar sin nombre que ahora ya no existe-, impactando en toda mi jeta... Porque esa imagen fue la que me inspiró a escribir esta pequeña historia.



Sentí el crujir de sus nudillos contra mi mandíbula.

Y de repente todo pareció cobrar sentido en mi vida...

Durante los últimos meses había estado perdido, solo, vacío...¡muerto! Cada día era igual al anterior, y éste al otro. Y sabía que el futuro no tenía nada mejor que ofrecerme, salvo la pena, la tristeza y la melancolía devoradoras que, en el mejor de los casos, me agostaría, conduciéndome a un fallecimiento prematuro. Pero, como digo, por dentro ya estaba muerto.

Desde que ella desapareció, su alma perdida tras un estúpido accidente, mi espíritu se fue marchitando, hasta el punto que me parecía sentirlo pudriéndose, devorado por larvas astrales que se alimentaban de su carne etérea y entumecida. Constantemente, en mis fosas nasales me parecía percibir el hedor de la materia muerta e inerte en que se había convertido mi mente, arrastrando con ella a mi cuerpo abandonado.

Iba a trabajar, pero me limitaba a cumplir con mi rutina como una pieza más del engranaje, mientras escuchaba como en un extraño vacío las quejas de los clientes o las chanzas de mis compañeros. Sus palabras no me decían nada. Navegaba en un mar de nieblas, mi rostro imperturbable, simple sombra de un ser vivo.

Salía del trabajo, compraba algo de comida, iba a casa, cocinaba de forma robótica algo sencillo, y tras alimentarme, más por costumbre que no por autoimposición, me sentaba en el sillón y pasaba las largas horas sumido en mis pensamientos, donde cada vez el recuerdo de ella estaba más difuminado por la simple contemplación de un enorme vacío que se extendía cuando miraba a la nada, sin atender las llamadas de teléfonos o del timbre de mi piso, que se repetían diariamente, como si a alguien le importase. Estaba, simplemente, desapareciendo.

Muerto en vida, convertido en un acto reflejo de mí mismo.

Ya no valoraba nada. Había dejado, incluso, de quererme. Ya nada tenía sentido.

Y entonces aquel día, una vez más sonó el timbre de mi casa. No sé que me impulsó a levantarme aquel día, ni que me hizo salir de la abstracción en que me sumía contemplando el blanco de las paredes entre las sombras. Me levanté y abrí la puerta sin encender luz alguna.

-Diga... -Miré a la persona que tenía delante con la mirada perdida. Era un chico moreno, con la barba algo descuidada, mirada simpática, voz agradable y algo regordete.

-¿Como qué diga? ¡Soy yo, Nacho, tu amigo! Llevo semanas pasando por aquí para ver que es de tu vida...

-¿Mi vida? -Contesté yo lacónicamente.

-¡Sí tu vida! Ya no sabemos prácticamente nada de ti...

-Eso es porque yo ya no quiero saber nada de nadie, ni de ti, ni de nada en absoluto.

-¡Tío, tienes que reponerte! Desde que ella murió...

-¿Desde que ella murió? ¡Qué te den por culo, cabrón! -Contesté sin pensar, sintiendo de repente una ira que jamás había sentido.

-¿Qué? ¡Serás desgraciado!...

Debí pensar que con Nacho no se juega. Más veloz que un meteoro vi llegar una mancha blanca hacia mi rostro, sin tener siquiera la oportunidad de cerrar los ojos. Noté como su puño se hundía en mi carne y como partía los huesos de mi cara, mientras una oscuridad, que no sabía de donde surgía, invadía mi visión y me engullía.

Desperté en el hospital. Tenía una fractura de mandíbula leve, aunque me habían saltado un par de muelas. La policía me interrogó, pues al parecer un vecino me había hallado tendido en el portal de mi casa. Me preguntaron sobre si sabía quién era mi agresor. Dije que no...

Es curioso, pero ese golpe lo cambió todo. Perder la noción del tiempo, hundirme en la oscuridad, sentir un dolor que de repente me despertó y me hizo sentir vivo...

Puede que ahora tenga que tomar alimentos semilíquidos con pajita durante algún tiempo y que haya perdido dos muelas que estaban perfectamente sanas, pero, ¡qué cojones!... de un golpe, Nacho me sacó toda la tontería que llevaba encima. En cuanto salga voy a invitarle a un par de cubatas...

¡Gracias, Nacho, por devolverme la esperanza y despertarme de este mal sueño!

De nuevo, puedo vivir la vida.


Nota: Quiero añadir que Nacho, en el mundo real, para nada actúa así, ¿eh? Al contrario, es un chaval supermajo, agradable y siempre dispuesto a la risa. No va arreando puñetazos sin ton ni son, a diestro y siniestro, ni sé de que alguna vez lo haya hecho... Este relato es un simple divertimento. Puedo decir con todo orgullo que aún conservo todas mis muelas.

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