miércoles, 19 de junio de 2013

SERES FANTÁSTICOS COSTARRICENSES - Algunos de los seres míticos de Costa Rica y sus leyendas.

La Tulevieja, el Micomalo, el espanto azul, el Dueño del Monte, el Cadejos, la carreta sin bueyes, el padre sin cabeza... Éstos, y muchos otros, son algunos de los seres fantásticos propios de Costa Rica, nacidos de la mezcolanza de las antiguas culturas indígenas y los viejos colonos españoles. En esta mitología propia abundan las almas condenadas, los fantasmas y los espíritus, pero también otros seres fantásticos. Como se suele decir, no son todos los que están, pero sí están todos de los que son...


BRUJA

La ciudad de Escazú, ubicada en el Valle Central, es famosa en Costa Rica por ser un pueblo prolífico en la producción de mitos y leyendas, de modo que es conocida como “La Ciudad de las Brujas”. La población existía ya antes de la llegada de los conquistadores españoles con el nombre de “Itzkatzu”, y fue una de las primeras villas en poblarse durante la colonización (alrededor del año 1600). El origen de la leyenda de la existencia de brujas en Escazú es antiguo.


El Acta de la Independencia Centroamericana, aceptada en Costa Rica el 29 de octubre de 1821, estipula que en la autonomía se deben de dar una serie de condiciones, entre ellas, tener como única aceptada en el país la religión cristiana católica. Los judíos escazuceños, entonces, empezaron a reunirse a escondidas en el subsuelo de Escazú, así como en sinagogas ocultas en el interior de edificios. Ya que en esos ritos la mayoría de las invocaciones a Dios y ruegos se dan en idioma hebreo, y como los rabinos vestían de negro, la gente comenzó a creer que eran brujas, realizando hechizos o aquelarres. Otra versión más popular afirma que la leyenda proviene del hecho de que en Escazú existían (y aún existen) gran cantidad de curanderas, a las que a veces se les llamaba brujas.


Entre las leyendas de brujas más conocidas de Escazú están: la leyenda de la Bruja Zárate (ver: Zárate), quien tendría un encanto en la piedra de San Miguel de Escazú en la cual pasaba el invierno (el verano lo pasaba en el encanto de la piedra de Aserrí); la Tulevieja (ver: Tulevieja), a quién la tradición escazuceña sitúa como comadre y compañera de la Bruja Zárate y que vive con ella en la piedra de San Miguel; la leyenda de la bruja doña Fustes (coloquialmente, ña Fustes), quien lanzaba maleficios sobre los retratos de la gente para matarla a alfilerazos poco a poco (similar a algunos rituales vudú), sin que valieran rezos o médicos, y por cuya causa se recomendaba no regalar retratos a nadie; el Negro Zara, un individuo que tenía pacto con el Diablo y que se decía que conversaba con el Micomalo (ver: Micomalo) en un viejo higuerón que existía antes en lo que hoy es la plaza de Escazú; y diversas leyendas de brujas que se quitaban la piel y adquirían formas de animales; la más conocida de éstas, es la de una bruja llamada María La Negra (ver: María la Negra).

CADEJOS

Al contrario que otros países latinoamericanos, donde existen dos cadejos, en Costa Rica sólo existe uno. La tradición habla de un espectro con forma de perro negro grande y encadenado, de ojos rojos encendidos, a menudo con dientes de jaguar y patas de cabra, que se aparece por los caminos a deshora para acompañar a los noctámbulos que andan en malos pasos, generalmente en estado de ebriedad, y advertirles para que cambien su forma de ser. No es de carácter bravo o sanguinario y jamás ataca a ningún hombre. En otras versiones se narra que, cuando los niños se desvelan, puede ser invocado, y al poco tiempo se escucharán las uñas en las baldosas o las paredes de la casa, con su aliento resoplando por una hendija de la ventana, sin marcharse hasta que halla silencio y el niño caiga en profundo sueño. La versión más popular relata que se trata de un hijo menor (un benjamín o, como típicamente se les llama en Costa Rica, “cumiche”) que vivía en un total libertinaje, y sufrió la maldición de su padre; o bien, un sacerdote corrupto que fue castigado por Dios. Otra versión narra que se trataba de un joven hijo de un alcohólico, el cual recibía, junto a su madre, el maltrato por parte de su padre, y que, intentando corregir los malos pasos de éste, se disfrazó de un animal negro y peludo, saliéndole al paso una noche en que el hombre venía totalmente ebrio. Tras el susto, éste se dio cuenta de que era su hijo, por lo que, maldiciéndolo, lo condenó a vagar en forma de perro espectral que sigue, pero no daña, a los bebedores que trasnochan. Se cuenta que, tras cien años de penar, el cadejos se transformó nuevamente en un ser humano, y posteriormente se suicidó arrojándose al cráter del volcán Poás. Pese a esto, no murió, y es él quien provoca los estremecimientos del coloso.


CARRETA SIN BUEYES

Se trata del fantasma de una carreta que deambula por las noches las callejuelas de alguna ciudad, especialmente aquellas dónde viven jóvenes libertinos o matrimonios que pelean constantemente. También se comenta que aparece cerca de la casa de alguna persona que se ha vuelto muy codiciosa o un avaro que acaba de morir. En ambos casos, la presencia del espectro es una advertencia a los pobladores que corrijan su forma de vivir y busquen el buen sendero. Tradicionalmente se asocia con la avaricia y la codicia. La leyenda cuenta que, a deshoras o en pleno día, se oye a una carreta pasar cerca de la vivienda de alguna persona que se está volviendo muy avara, o de un avaro que acaba de morir, advirtiendo que cambien su pensar. Se caracteriza porque, de repente, se oye en algún lugar, luego en otro, ora en uno diferente, ahora en un lugar más apartado, pero en base a un punto de órbita, el lugar del avaro. Es un espectro con el don de la ubicuidad, entonces. Se dice que aparece como una carreta (la costarricense está pintada de múltiples colores) que tiene la yunta (en donde se enganchan los bueyes) alta y vacía. A veces se menciona que quien la ve muere a los ocho días de contemplar la aparición. Sobre el origen de tal fantasma se narra lo siguiente: un labrador codicioso y avaro decidió construir una carreta, pero para no comprar la madera necesaria robó la que estaba consagrada para construir el templo del lugar. Al terminar la carreta, enganchó los bueyes y se subió al vehículo para guiarlos, pero los animales se desengancharon y él cayó muerto. Desde ese día, guía la carreta sin necesidad de tracción animal (una versión de la leyenda escribe “¿Porqué condenar a unos inocentes bueyes?”) y va como advertencia por los caminos y yermos, para aquellos que solamente conocen la palabra riqueza. Los que no hacen caso de su errar, al morir van y se unen al espectral boyero para conducir la carreta maldita por sendas inciertas. Otra versión, recogida por Elías Zeledón en su “Leyendas costarricenses”, indica que el hombre de la carreta era el amante de una bruja, y que al morir pidió que fuera enterrado como cristiano. La bruja intentó entrar con todo y carreta al templo, pero el sacerdote la reprendió por su incredulidad, y desde entonces la carreta va anunciando desgracias, conducida sin bueyes por el Diablo.

CEGUA

La Cegua, Segua o Tzegua es un espectro popular que se aparece a los hombres que viajan en solitario por veredas desiertas, en la forma de una mujer muy bella. Particularmente, el varón debe ir en un medio de transporte (un caballo, comúnmente, aunque en relatos modernos se puede dar también en automóviles). Después de que la víctima acepta llevar a la mujer, la cara se le transforma en una calavera de caballo con la carne podrida, ojos fulgurantes, enormes dientes averiados y aliento con hedor a descomposición. Lo que le ocurre a la víctima varía según las versiones. Se dice, que los mata con un beso, o bien que éstos mueren de puro terror y miedo, o que escapan y quedan raquíticos, o que les muerde la mejilla para marcarlos como adúlteros o lujuriosos. De cualquier manera, en la Costa Rica de antaño se consideraba a la Cegua uno de los espantos más aterradores con el que podían encontrarse los trasnochadores. Sobre el origen del personaje, se creía que la Cegua era una joven libertina que había sido maldecida por su madre cuando la chica había intentado pegarle, al negarle ésta el permiso para ir a un fiesta. Existen, también, un par de versiones del cuento de la Cegua donde éste personaje toma la forma de un niño que llora por las veredas, y que se convierte en el monstruo de cabeza de caballo una vez que los jinetes lo han recogido y subido al caballo.


DIABLO CHINGO

El Diablo Chingo o Chingo Negro, es una leyenda oriunda de Guanacaste, y una de las más conocidas en todo el país. Se trata de un enorme toro negro de rabo chingo, o sea con cola corta o sin ella, y unos ojos ardientes como brasas y una enorme cornamenta, que causa espanto por los potreros de la llanura guanacasteca. Se dice que se trata del mismo Diablo en persona. La leyenda más conocida es aquella donde un capataz (o mandador) que un Viernes Santo intentó lazar al Diablo Chingo, pero el animal, huyendo por la montaña, arrastró al mandador en una terrible persecución, para no volver a ser visto. Desde eso se asegura que los Viernes Santo, en el llano de Mata Redonda, a los pies del volcán Orosí, a las tres de la tarde pasan corriendo dos sombras, una detrás de la otra, que se internan en la montaña, oyéndose el grito de un sabanero que corre ganado y el mugido de un toro. En torno a esta leyenda, existe en Guanacaste una danza folclórica conocida como la Danza del Diablo Chingo. Se dice que corneaba mortalmente a todo aquel que se topase por la calle a altas horas de la noche, y no podía ser lazado ni mucho menos ser montado.  En la provincia de Puntarenas, en especial en la zona de Chomes, existe una variante de esta leyenda, donde el Diablo Chingo no es un toro sino un gran venado astado que pierde a los cazadores en la montaña.


DUENDE

Probablemente derivados de la mezcla de los trasgos españoles con los espíritus guardianes de la tierra indígenas, los duendes folclóricos costarricenses se describen como criaturitas con vestidos de colores, de treinta centímetros de altura, que parecen niños barbados, y sus huellas tienen la forma de las de un ave, un gallo. Traviesos y juguetones, una leyenda indígena dice que en la primera batalla entre el Diablo y Dios, los duendes no siguieron a Dios ni apoyaron al Diablo. Esa apatía da origen a su condición de seres neutros, ni buenos ni malos.


Las creencias folclóricas de los campesinos dan fe de que, en su afán por actividades lúdicas, si se ensañan con una familia ponen de cabeza la casa. Vierten cenizas o heces en los alimentos, dejan caer los comales, rompen platos, vasos, etc. Pero si se encariñan con los habitantes de la casa son excesivamente complacientes: hacen la comida, alimentan a los animales, limpian los utensilios culinarios, desgranan el maíz, hacen los quehaceres domésticos, etc. La más popular de las leyendas sobre duendes en Costa Rica, habla de una familia que decidió mudarse por los continuos asaltos de los duendes a su vivienda. Ya de camino, en la carreta, la esposa sintió deseos de hacer sus necesidades, y descubrió que habían olvidado el bacín de madera, y al comentarle a su marido lo sucedido una vocecilla dijo: “Aquí está”, y se oyó cuando el duende puso el recipiente en el piso de la carreta. Su conducta con los niños varía. En lo común, las leyendas narran que los secuestran, tentándolos con juguetes y confites (dulces), para jugar con ellos y devolverlos, o para hacerles maldades (pellizcos, coscorrones). Pero, siempre según el folclore, cuando nace el hijo o hija de una familia bienamada por ellos, se encariñan con un infante por su inocencia, pasan a ser una especie de segundo ángel de la guarda. Como todo duende legendario, los duendes costarricenses poseen poderes mágicos. Muchas veces los usan para gastar bromas pesadas, como hacer que los viajeros apurados se extravíen o, en un relato, llenar a una mujer de vello.

DUEÑO DEL MONTE

Un fantasma de alta estatura, corpulento, cubierto de pelo largo de la cabeza a los pies; enseña nada más que un ojo, grande, redondo, brillante como el lucero que sale a las tres de la mañana. El Dueño del Monte, también conocido como el Viejo del Monte, es un gigantesco fantasma, muy corpulento, con el cuerpo cubierto completamente de pelo largo, que recorre los bosques y las montañas lanzando grandes alaridos que estremecen a los viajeros. Este personaje es el alma en pena de un cazador a quien nada ni nadie detenía en su pasión desmedida de cavernario criminal, matando cuanto animal encontraba en la montaña por el simple placer de matar. Cuando murió, Dios no podía perdonarle, pero a ruego de San Francisco de Asís, le dio una nueva oportunidad enviándole de nuevo al mundo como un espíritu que defiende a los animales de los excesos desmedidos de los hombres. Tiene el poder de transformar a los animales, por ejemplo, cuando un cazador está a punto de matar a un venerable venado que defiende a sus cervatillos, el Dueño del Monte lo convierte en un tigre que hace temblar y huir al cobarde. En la región de la sabana guanacasteca y el pacífico costarricense, el Viejo del Monte aparece por los potreros en la figura de un sabanero montado a caballo, de barbas largas y enmarañadas, cabello largo hasta el hombro, agitando una larga soga al aire, espantando al ganado con gritos de “¡Hey... arre... hey! ¡Arree... ee... ganado!”. Sobre el origen del fantasma, en la región de Guanacaste se asocia al Viejo del Monte con la leyenda del Sisimico, mientras que en el Valle Central se habla de que el fantasma tendría un origen común con el mito bribri que da lugar a la leyenda de la Tulevieja.

ESPANTO AZUL

Se dice que por el lado de Cartago, en el camino que lleva a Paraíso, se suele aparecer un hombre alto de color azul que arroja fuego por todo lado. Se cuenta que se trataba de un hombre muy malo que le gustaba torturar a las personas, y que cuando murió fue a parar al infierno, pero logró escapar y aún continua ardiendo el fuego del infierno en su interior. Asusta a las personas que hacen mal a otros y tiene la capacidad de quemar los malos espíritus.


FANTASMA DE LA SABANA

Confundido algunas veces con el fantasma de los llanos (ver: Fantasma de los llanos), la leyenda guanacasteca del fantasma de la sabana habla de un espectro que es el alma en pena de un valiente sabanero -aquel que arrea el ganado a caballo, la versión costarricense del vaquero norteamericano o el gaucho argentino- llamado Ramón Luna, que murió tratando de lazar un aguerrido e indomable toro cimarrón, llamado El Escorpión, el cual le embistió, matándolo. Desde entonces, el fantasma de Ramón Luna -conocido como el fantasma de la sabana- se aparece como una sombra en las haciendas, espantando a los toros, que rápidamente buscan el amparo de los corrales.

FANTASMA DE LOS LLANOS

Se trata del alma en pena de un caballero montado a caballo que se aparece en la pampa guanacasteca las noches de luna llena. La leyenda cuenta que se trata del hijo de un administrador de una hacienda de Guanacaste, un muchacho apuesto pero de mal carácter que quería conseguirlo todo a su manera aunque fuera por las malas. Se enamoró de una hermosa joven que era sobrina suya, la cual no correspondía su amor, por el carácter de él y por ser familiares. Además, ella estaba enamorada de un humilde sabanero que trabajaba en aquella hacienda, con quién se veía a escondidas a la sombra de un pequeño árbol de guanacaste. Allí les sorprendió el amante quien, despechado, quiso matar de un tiro a la muchacha, pero interponiéndose el enamorado sabanero, la bala ultimó al vida de ambos. Enterado el padre de la joven de lo sucedido, con el dolor de su alma maldijo al asesino, condenándole a vagar por los llanos sin descanso por todos los siglos de los siglos.

JINETE SIN CABEZA

En el libro “Leyendas ticas”, Elías Zeledón recopila una leyenda escrita por Mario Cañas Ruiz acerca de un jinete sin cabeza que se pasea por la pampa guanacasteca, muy semejante al fantasma de los llanos (ver: Fantasma de los llanos), pero con la particularidad de carecer de cabeza, como su nombre indica.


LLORONA

La leyenda costarricense de la Llorona habla de una muchacha que, en la versión más difundida, era campesina y viajó a la ciudad de San José. Allí, comenzó a imitar las extravagantes maneras de la aristocracia josefina, y al poco tiempo, quedó embarazada. Cerca de nacer el niño (o niña, según algunas versiones) lo abortó y lo lanzó a un río, o bien, fue un parto prematuro con el mismo desenlace. Arrepentida, vagó por todo el cauce del río en busca del niño que había asesinado. Se dice no sabe que ya murió. Va errante y llorando a lo largo de ríos, lagos, lagunas o incluso charcos, por cualquier lugar donde hay agua, persiguiendo al alma de su hijo, pero cuando lo va a rescatar de las aguas, este desaparece.


Existen otras versiones de la leyendas, pero todas coinciden con la causa del lamento de la Llorona. Unas dicen que fue violada, otras no la sitúan en la ciudad, si no en un poblado, y una incluso habla de que fue una mujer indígena de gran belleza, llamada Tulirá, hija de un cacique huetar llamado Quezaro, rey de Pacacua. Con la llegada de Juan Vázquez de Coronado, y estando prometida al cacique Garabito, el más poderoso rey huetar, esta mujer se enamoró de un soldado español de ese gobernador, al que se unió a espaldas de su padre, pero éste, enterándose del idilio, los sorprendió a ambos, entrando en combate a muerte con el español al enterarse que su hija había tenido un niño. Ella, desesperada, habría arrojado el niño a un río, o en otra versión, su padre lo habría lanzado, para luego enloquecer y, tras ser maldecida por su padre, vagar por los ríos como el espíritu en pena de la Llorona. Cabe mencionar también que entre los indígenas bribris existen leyendas previas a la llegada de los españoles, donde se habla de espíritus que habitan en los ríos y cascadas, que emiten grandes lamentos cuando un niño va a morir, y que reciben el nombre de itsas, palabra que en el idioma bribri significa tanto Llorona como Tulevieja.

MARÍA LA NEGRA

María la Negra era una bruja que se podía transformar en un enorme y peligroso cerdo, y que evitaba el paso de las carretas de café por la única vía que durante el siglo XIX comunicaba Escazú con San José. No es la única bruja con este don, aunque sí la más famosa de éstas.


MICOMALO

Se le describe como una bestia infernal de apariencia cambiante. En “Leyendas costarricenses” de Elías Zeledón, se le presenta como un león (puma) con solamente pelo en torno a la cintura, que es guiado por un pájaro demoníaco, la Ju del León. También se le describe como una especie de gorila, con ojos como cerillas y manos candentes que dejan huellas de quemaduras. Igualmente se le describe como un monito pequeño, blanco, con cuernos y cola terminada en punta, que cuando los matrimonios pelean demasiado, se abalanza sobre los cónyuges y los despedaza. En Guanacaste y en la ciudad de Puntarenas, este mismo fantasma recibe el nombre de la Mona, y se trataría de una bruja que tiene la capacidad de transformarse en un mono al expulsar su alma dentro de un guacal. En el Valle Central, sobre todo en los cantones de Escazú y Acosta es popular la leyenda de la Chancha, una bruja que puede transformarse en cerdo o danta.


MONJA DEL VASO

La Monja del vaso o la Monja del San Juan de Dios es un fantasma que, según la leyenda, se aparece en el Hospital San Juan de Dios de la ciudad de San José, uno de los hospitales más antiguos de Costa Rica, que en el pasado era atendido por religiosas pertenecientes a la Orden de las Hermanas de la Caridad. Éstas vestían de blanco y usaban una toca alta con forma de barco de papel. La leyenda narra que una religiosa, bastante malhumorada negaba el agua a todo aquel que se lo pedía o desatendió el último deseo de un moribundo (un vaso de agua) dejando que éste muriera sin haber bebido. La monja, arrepentida, pena ahora por los pasillos del hospital ofreciendo un vaso a los enfermos. Muchos dicen que al beberlo sanan milagrosamente. Existe una segunda versión de la leyenda donde se dice que el fantasma vaga por los pasillos del hospital sin poder descansar hasta que un moribundo le acepte el vaso con agua. Nadie lo hace por el terror que la aparición produce. En versiones más recientes, se narra de la aparición de una monja del vaso también en el Sanatorio Durán.


ORONTES

Ésta es una leyenda natural del cantón de Orotina, que habla de un poderoso rey indígena llamado Orontes, que habitó ese lugar antes de la llegada de los españoles. Orontes era muy rico y además, un gran guerrero y cazador, por lo cual, cuando su primo el rey Garabito le solicitó ayuda contra los españoles, Orontes fue a la guerra, no sin antes ocultar su fabuloso tesoro en el cauce de un río cercano. De vuelta en su pueblo, tras ser herido, murió al poco tiempo, cubierto de gloria. El tesoro nunca fue encontrado y se dice en el pueblo que cerca de la Quebrada Zúñiga se pueden ver luces de colores que flotan en el aire: es el alma de Orontes, que cuida de su tesoro. Se supone que el nombre del cantón surge a partir de este personaje.


PADRE SIN CABEZA

El padre sin cabeza es un personaje perteneciente a una leyenda colonial del folclore latinoamericano, el cual es descrito como el fantasma de un sacerdote sin su cabeza. La leyenda costarricense narra, en una de sus versiones, que el padre sin cabeza fue un sacerdote que emigró al Perú, que fue decapitado por la Inquisición por mujeriego, avaro y descarado, por lo que todavía anda buscando la cabeza. El origen de esta versión estaría en el cantón de Escazú, la llamada “Ciudad de las Brujas”, por la abundancia de mitos y leyendas de fantasmas y seres sobrenaturales que caracterizan esta ciudad costarricense.


Una de las versiones más populares, sin embargo, de la leyenda, dice que el fantasma del padre sin cabeza se aparece en el distrito de Patarrá, en una ermita localizada en una calle conocida como “La Calle del Cura del Cabeza”, donde el espectro se materializa dando misa a los pecadores, pasando todo el rito religioso de espaldas, sin dar la cara, oculto entre las sombras, hasta que a la hora de dar la eucaristía, cuando el testigo se acerca, el cura se da vuelta y la persona nota, horrorizada, que le falta la cabeza. En el cantón de San Ramón, existe otra versión donde el padre sin cabeza sería el espíritu de un sacerdote al que le gustaba mucho el juego, quien habría amasado una gran fortuna y la habría ocultado bajo un frondoso árbol de esta ciudad, luego de lo cual habría hecho un viaje a Nicaragua, siendo decapitado en ese país. Su fantasma se aparecería a los pies del árbol cuidando que nadie le robase su tesoro. En la ciudad de Cartago, capital colonial del país, también corre la leyenda de que el padre sin cabeza se aparecería en las ruinas de la antigua iglesia destruida por los sucesivos terremotos de 1841 y 1910. La causa sería un horrible sacrilegio, cuando un furioso enamorado, por amor a una mujer bellísima, dio muerte, sobre las gradas del altar, al sacerdote en el momento en que éste consagraba la hostia. En otra versión de esta misma leyenda, el cura y el enamorado son hermanos, enamorados de la misma mujer, y sería el cura el que daría muerte a su hermano en el momento de casarlo con su amada, razón por la cual le cortan la cabeza. Esta también sería la razón por la que no se puede reconstruir la antigua catedral de Cartago, destruida varias veces por los terremotos.

PIRATA SIN CABEZA

En Costa Rica, se narra la leyenda del pirata sin cabeza, el cual cuidaría un tesoro producto de la piratería en la playa de Tivives, en el pacífico costarricense.

SISIMIQUI

Conocido en otras regiones de Centroamérica como sisimite, sisimike o sisimico, se trata de una leyenda de origen indígena, difundida en el país principalmente por los maleku, acerca de una criatura (o raza de criaturas) de forma humanoide, de gran tamaño, con cara de hombre y cuerpo de mono cubierto de espeso vello, que habita en las oscuras y profundas cavernas de las montañas, y que se caracteriza por tener solamente cuatro dedos en las extremidades, destacándose que tienen los pies invertidos, por lo que dejan huellas al revés, de modo que nadie pueda seguirlos. Estos seres tendrían particular debilidad por raptar a las mujeres en su noche de bodas y llevárselas a sus cuevas. En la región de Matambú, en Guanacaste, existe la creencia de la existencia de sisimicas, es decir, versiones femeninas de esta criatura, en la forma de mujeres viejas y desgreñadas. También en esta zona se cree que la Sisimica es la esposa del Viejo del Monte (ver: Viejo del Monte), cuya apariencia recuerda mucho al sisimiqui.


TULEVIEJA

Se llama de ese modo a un fantasma femenino que, cubierta por una especie de sombrero llamado tule (con forma de plátano) y con los senos hinchados y erectos (unas veces chorreando leche, según la versión) o que le llegan casi a la cintura, va errante por los diferentes caminos y despoblados. El origen del nombre tiene que ver con la toca: Tulevieja, un tule viejo o una vieja con tule (el significado del nombre varía según la versión de la leyenda).


La Tulevieja fue, según la leyenda, una joven que tuvo un embarazo no deseado y que, una vez hubo parido su hijo, lo mató de hambre negándole el pecho, razón por la cual quedó maldita y se transformó en este monstruo, que anda errante por los caminos buscando amamantar al bebé que perdió, con el pecho rebozando de leche, tanta, que deja un rastro que van siguiendo las hormigas. El folclore no ha podido ponerse de acuerdo a la hora de explicar el porqué de este espectro. Su origen parece estar en la mitología bribri, en unos genios llamados itsas que lloraban en los ríos o cascadas cuando un niño iba a morir (o incluso que robaban y comían niños) y que tenían la forma de una vieja con cuerpo de ave de rapiña. La versión más conocida, empero, la vincula con la leyenda de la Llorona. Dice que ella fue una muchachita que siempre usaba un tule, la cual tuvo un embarazo no deseado. La muchacha huyó a Puntarenas, en la costa pacífica, y después de parir dejó al niño en un río, arrepintiéndose luego, pero ya el bebé se había ido. Desde entonces se dice deambula por los ríos, llorando y buscando a su bebé con la esperanza de algún día encontrarlo. En otras versiones de la historia, se cuenta que simplemente fue una mujer que siempre tenía puesto el tule, hasta para dormir. Un día, el viento le arrancó el sombrero y lo dejó caer en el río. La mujer fue tras él y murió ahogada. Desde ese día, se aparece por la vera de los ríos lanzando un lastimero gemido que dice “¡Tulevieja... Tulevieja...!”. Otra versión dice que fue transformada en un demonio que se le aparece a los hombres lujuriosos con los senos descubiertos, invitándolo a acariciarlos mientras bailan. Pero la fiera tiene un hormiguero entre su pecho, y las zompopos pican al hombre, anestesiándolo. Luego, la Tulevieja alza vuelo con el incauto para devorarlo. También existe otra versión en el cual la Tulevieja cuando no está deambulando en los caminos, viviría en las aldeas disfrazada de una señora de edad avanzada y aspecto aterrador, con un rostro marcado por profundas arrugas y cicatrices, con una mirada fría y penetrante, y siempre vestida de negro; casi siempre acarreando una carga de leña. Se dice que a lo largo de los años, los niños de los poblados desaparecen inexplicablemente después de habérseles visto jugar cerca de la casa de una vieja con sombrero de tule; principalmente cuando la insultan con el apodo de Tulevieja, sin saber que es la verdadera. Posteriormente cuando por diversos motivos desaparece de una aldea para dirigirse a otra, en ocasiones se observaría al verdadero monstruo acarreando una carga de leña hacia su nuevo hogar.

ZÁRATE

Zárate, coloquialmente conocida como Doña Zárate, Ña Zárate, la Vieja Zárate o Mamá Zárate, es una india fea y gorda, pero de gran corazón, pelirroja, el cabello acomodado en dos trenzas, y gran amante del tabaco.


La leyenda cuenta que, donde ahora está el inmenso bloque de piedra conocido como la Piedra de Aserrí, cerca del pueblo de ese mismo nombre, estaba antiguamente emplazado ese poblado. Pero entre los aserriceños vivía Zárate, que se enamoró del gobernador de la ciudad. Como éste no vio más que su condición física, la rechazó, y ella por despecho convirtió la villa en piedra, los habitantes en animales y al gobernador en un pavo real que lleva siempre atado a su lado con una cadena de oro. Con el paso del tiempo comenzaron a circular rumores de cómo Zárate, cuando le pedían ayuda por los problemas económicos, regalaba unas verduras con la instrucción de no mirarlas por el camino. Al llegar a la casa, el beneficiado se encontraba con que eran totalmente de oro. Otras leyendas mencionan que la Bruja Zárate poseía varios encantos, además de la Piedra de Aserrí, donde solía residir o guardar tesoros: la piedra de San Miguel, en Escazú; el cerro del Tablazo o de la Vieja, en Acosta, y el cerro del Espíritu Santo, en Naranjo.


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