Querido otoño de contemplación...
La contemplación de la naturaleza es, en cierto modo, un acto espiritual. Cada estación del año y cada lugar donde transcurre cada una de estas estaciones nos transmiten unos sentimientos variados y distintos.
De todas las estaciones, siempre he dicho que el otoño, en cuanto a contemplación se refiere, es mi momento preferido, aunque, para ser sinceros, disfruto con cada estación por distintos motivos: me maravilla la explosión de vida de la primavera, la actividad de los seres vivos en verano, con la calma de sus mediodías y sus largos días de sol, y me atrae la fría paz del invierno que invita a acurrucarse en el hogar buscando el calor del abrigo, el cobijo de una manta o la lumbre del hogar mientras uno contempla el paisaje gris a través del cristal de una ventana.
Sin embargo, como digo, el otoño siempre ha sido mi estación preferida, porque tiene ese algo especial, donde se combina un aire de vida y decadencia que me fascinan… Es el momento en que el color de las hojas de los árboles de hoja caduca cambian, en que el ambiente se empieza a tornar más frío y las noches se alargan, en que la lluvia marca su pauta, y el mismo repiquetear de los tacones de los zapatos en una acera húmeda parece hacer un sonido distinto al que emitía en primavera o verano, cercano pero más lejano, más frío. Es la estación que invita a la soledad, a los largos paseos en el bosque, a los recuerdos y la nostalgia, y a oler el aroma de los frutos secos, las setas y las castañas asadas, o a cocinar boniatos, arroz con leche o pan de cebolla.
Pasear por los bosques de hoja caduca durante este momento del año tiene algo mágico, especialmente si se hace al amanecer o atardecer, entre niebla, rocío y frío. Observar los pájaros entre las ramas, buscando bayas o insectos, el rumor del correteo de un conejo o un ratón entre las hojas. El verde, el rojo, el marrón y el amarillo se combinan en majestuosas tonalidades de color, en el que las hojas de los árboles, el musgo y el liquen combinan prodigiosamente con los frutos y bayas coloridas del bosque.
Los japoneses tienen una bella palabra para este describir este tipo de contemplación de las hojas y árboles otoñales: momijigari. Una palabra hace referencia a la costumbre o tradición japonesa de ir a contemplar las hojas de los árboles en otoño, refiriéndose especialmente a las del arce japonés, que toma bellas tonalidades rojizas y muchas otras tonalidades, y que va ligado al gran amor por la naturaleza y contemplación de la filosofía zen.
No sé vosotros, pero yo, en otoño -aunque también me sucede el resto del año a otros niveles- necesito disfrutar de esa contemplación de lo vivo, del cambio del mundo, de los ruidos y rumores del bosque, y el lento goteo de las gotas del agua cayendo a través de las hojas perennes o caducas de los altos árboles o el musgo.
¿Qué más puedo decir? ¡Amo el otoño! Y amo guardar el recuerdo de sus colores en fotografías o directamente en mi memoria, esperando poder contemplar ese mismo espectáculo el próximo ciclo del año. Hasta entonces, continuaré viviendo en lo que pueda y la salud lo permita, cada momento de mi vida.
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