sábado, 25 de agosto de 2018

VACACIONES EN CASA o, sencillamente, haciendo el perro

Porque no todo son unas vacaciones perfectas...

Observando las tórtolas turcas desde la ventana de casa...

Este verano he pasado una semana de vacaciones forzadas en casa, y digo forzadas porque personalmente, de poderlo decidir yo, jamás cogería voluntariamente vacaciones durante las fechas estivales. En verano la gente se aglomera en las playas, los turistas se amontonan en las ciudades, se agolpan en las zonas más concurridas, y hay colas para entrar en los museos y comer en los restaurantes… ¿Y las carreteras? ¡Ay, las carreteras! Retenciones, caravanas, tráfico lento… Y eso por no mencionar esos precios que en verano se disparan. ¡Y además está el calor! Ese calor sofocante, húmedo, pegajoso, que, en mi caso particular, me pisa y achicharra, no dejándome útil para nada, salvo las inevitables siestas de sueño pesado, que a causa del calor son poco reparadoras en su resultado. No, realmente el verano no es para mí.

Con la llegada de las altas temperaturas mi presión sanguínea siempre baja: de repente me siento débil, cansado y, llegado a cierto punto, puedo llegar a sentirme levemente mareado y con la visión ofuscada. Es fácil evitar todo esto si me encuentro en un ambiente fresco y tranquilo -o bien encerrado en casa, donde paso calor pero no lo sufro tan intensamente-, por eso, en verano, a la mínima oportunidad que tengo, siempre me fugo a la alta, alta montaña. ¡Al norte, siempre al norte!

Con las cosas de este modo, así pues, este verano me he visto condenado a pasar las vacaciones en casa sin hacer nada especialmente extraordinario, salvo vegetar y poco más. Tenía muchos planes en mente, sí -y la mayor parte de ellos para ser realizados en casa-, pero al final casi todo ha quedado en nada, ya que básicamente me he pasado esos días perreando, durmiendo largas siestas y perdiendo el tiempo en los mundos virtuales de internet. Y aún así…

Me he dedicado a observar las aves desde los balcones y la ventana de la cocina de mi casa.

He ido a la comarca de la Cerdanya a visitar Puigcerdà, Meranges y Malniu. Y en este último sitio logré fotografiar a un zorro rojo, que nos acompañó parte del camino.

Paseando por la zona de Malniu, comarca de la Cerdanya.

Aproveché para visitar a mis padres y hacer un par de quedadas con algunos nuevos y viejos amigos, con una noche loca de pizzas de por medio por un lado y una tarde de cervezas por el otro.

Prácticamente no he escrito nada (algo que quería hacer), pero he leído mucho. Còmics, libros de leyendas y un breve manual de fotografía...

El día que salimos a pasear por el centro de Girona nos vimos atrapados por un largo diluvio  y acabamos empapados de cabo a rabo.

Diluviando en Girona...

He visto unas cuantas películas pero, sobretodo, muchos documentales (la mayoría de ellos dedicados a los climas árticos y siberianos, por aquello de hacerse pasar el calor viendo hielo y nieve).

He repasado, limpiado y explorado mi huerto balconero, fotografiando a varios de sus habitantes en el proceso.

Me he dedicado a fotografiar algunos de los insectos, arácnidos, miriápodos y otros animales invertebrados que se pasean por el balcón, y he disfrutado con ello.

Una fotografía de una abeja en uno de los balcones de casa.

He aprovechado para hacer algo de limpieza en los viejos archivos fotográficos que tengo en el ordenador, aunque aún me queda mucho trabajo por delante.

He llevado el coche al taller para hacer la típica revisión, cambio de filtros y aceite, que era algo que ya tenía pendiente desde hacía unos meses. Una tarea pendiente menos…

He ido a hacer una de mis visitas periódicas a los Aiguamolls de l’Empordà, siempre en busca de aves que fotografiar, y he estado a menos de medio metro de un joven coipú.

A menos de medio metro de un joven coipú, Aiguamolls de l'Empordà.

He hecho varias siestas, aunque menos de las que hubiese querido, y he logrado recuperar parte del sueño perdido.

He salido de tapas, cocinado porque me apetecía y disfrutado de buena comida y bebida.

Hicimos un recorrido que nos llevó desde Camprodon -en la comarca del Ripollès- a los pueblecitos franceses de Prats de Molló, Arles de Tec, la Farga del Mig y Costoja, en la comarca de Vallespir.

Santuari del Remei, Camprodon.

Me he dedicado a poner algo de orden en mi estudio, aunque he descubierto que ésta es una tarea mucho más ardua y compleja de lo que me había creído. Así pues, ésta continúa siendo una tarea pendiente.

He renovado parte de mi calzado.

He dedicado buena parte de mi tiempo -la mayor parte del tiempo, de hecho- en no hacer nada productivo.

Bien mirado, he estado de vacaciones en casa, pero he hecho mucho más de lo que hubiese imaginado, aunque ni un diez por ciento de lo que hubiese querido. ¡Pero bueno! Como digo, el verano nunca será mi mejor momento, pero en todo caso, ya he ido planificando algo para mis futuras -y verdaderas- vacaciones, cuando hayan desaparecido la mayor parte de turistas, el exceso de gente y el calor sofocante, y el frescor otoñal por fin se haga evidente.

Lo dicho, unas vacaciones en casa haciendo el perro. ¡Nada más que decir!

viernes, 17 de agosto de 2018

19 ºC



Hacía ya tiempo que mi cuerpo necesitaba un poco de aire fresco. Llevaba días sin descansar. Dormía, sí, y más horas de lo habitual en mí, pero no sentía que mi cuerpo ni mi mente reposaran. No era un verdadero descanso, para nada, sino más bien una muerte en vida.

Y así han ido pasando los días de verano: encerrado en casa esperando el momento en que se ponga el sol y que descienda algunos grados la temperatura, o bien esperando a que llegue el fin de semana para poder escapar al norte, a las altas montañas de los Pirineos, donde la temperatura por lo general decrece varios grados respeto a Girona, el lugar donde vivo.

Cuando por fin, la semana pasada, llegó el tiempo nublado y una tempestad atronadora por fin refrescó el ambiente, pasando de los 36 ºC de temperatura media, por la tarde, a los 19 ºC, ¡fue una bendición! El aire volvía a oler a limpio, a aroma de la hierba recién aplastada por la lluvia y hojas caídas de los árboles. Volvía a oírse diáfano el canto de los pájaros -gaviotas, gallinetas, ánades, tórtolas, urracas, estorninos y gorriones- que animados por el frescor rebuscaban comida en el río, el césped, y entre los setos y arbustos.

Por fin, después de varios días de agotamiento, me volví a sentir vivo.

Han pasado ya días, desde entonces, pero el descenso de la temperatura se ha notado y, gracias a eso, vuelvo a atreverme a salir de casa, sin tener que esconderme en las sombras. Por fin vuelvo a reposar agradablemente por las noches. Y aún así... ¡19 ºC! Continúo soñando con esa agradable temperatura sobre mi cuerpo, como la brisa de la alta montaña.