viernes, 17 de agosto de 2018

19 ºC



Hacía ya tiempo que mi cuerpo necesitaba un poco de aire fresco. Llevaba días sin descansar. Dormía, sí, y más horas de lo habitual en mí, pero no sentía que mi cuerpo ni mi mente reposaran. No era un verdadero descanso, para nada, sino más bien una muerte en vida.

Y así han ido pasando los días de verano: encerrado en casa esperando el momento en que se ponga el sol y que descienda algunos grados la temperatura, o bien esperando a que llegue el fin de semana para poder escapar al norte, a las altas montañas de los Pirineos, donde la temperatura por lo general decrece varios grados respeto a Girona, el lugar donde vivo.

Cuando por fin, la semana pasada, llegó el tiempo nublado y una tempestad atronadora por fin refrescó el ambiente, pasando de los 36 ºC de temperatura media, por la tarde, a los 19 ºC, ¡fue una bendición! El aire volvía a oler a limpio, a aroma de la hierba recién aplastada por la lluvia y hojas caídas de los árboles. Volvía a oírse diáfano el canto de los pájaros -gaviotas, gallinetas, ánades, tórtolas, urracas, estorninos y gorriones- que animados por el frescor rebuscaban comida en el río, el césped, y entre los setos y arbustos.

Por fin, después de varios días de agotamiento, me volví a sentir vivo.

Han pasado ya días, desde entonces, pero el descenso de la temperatura se ha notado y, gracias a eso, vuelvo a atreverme a salir de casa, sin tener que esconderme en las sombras. Por fin vuelvo a reposar agradablemente por las noches. Y aún así... ¡19 ºC! Continúo soñando con esa agradable temperatura sobre mi cuerpo, como la brisa de la alta montaña.

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