Texto: Joan Ramon Santasusana Gallardo.
Siempre le había encantado acudir allí donde
veía a grandes multitudes reunidas, independientemente del hecho que las
aglutinase. Nunca tuvo manías. Simplemente le gustaba encontrarse rodeado por
la gente, ya que su vida era triste y solitaria. Así que, cuando oyó el sonido
de esa enorme marabunta de cuerpos avanzando a paso lento por la calles, sin
prisa pero sin pausa, entre gritos, susurros y arrastrar de pies, cogió las
llaves de su piso y bajó para unirse a ellos con una sonrisa en su cara. No fue
hasta después de media hora que comenzó a observar que algunos de aquellos
manifestantes tenían el aspecto realmente demacrado, y empezó a ver algunos
cuerpos mutilados y devorados por el camino, que empezó a entender que por fin
el apocalipsis zombi había empezado. ¡Sí, sin duda era eso, ya que entonces
observó que algunos de aquellos cuerpos a medio devorar se levantaban! Pero
bueno, la verdad es que no importaba demasiado... Ese fin de semana tampoco
tenía nada mejor que hacer, así que les siguió la corriente durante un par de
horas y, hacia aquello de las nueve de la noche, se apartó lentamente del grupo
y volvió a casa. Mientras, veía como los muertos continuaban acorralando y
devorando a todos aquellos que, aterrados, intentando huir a toda prisa. El
terror de los vivos era el acicate que empujaba a los muertos a devorar a los
vivos. Él nunca entendió demasiado de emociones. Cuando llegó a casa se hizo
una buena tortilla de patatas.
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