martes, 27 de septiembre de 2011

CON SÍNDROME DE CREADOR


En general, siempre me ha gustado escribir, dibujar y crear cosas nuevas; eso incluiría mis disfraces y algunos de los objetos que me construyo para ellos. Mi mundo personal está poblado de sueños e historias que a veces, de un modo u otro, he compartido, y muchas otras veces me he guardado para mí. Proyecto mundos imaginarios en casi todo lo que veo, y, muy a menudo, me imagino poblando alguna tierra paralela muy parecida a la nuestra con nueva vida, siendo, a partir de entonces, un observador del desarrollo de ésta. Reconozco que me encantaría poder vivir eternamente para observar esos mundos y ver como a lo largo de los millones de años, la vida se iría modificando según introdujera una especie u otra. En todo ello hay cierto caos y cierto orden que me fascina.


Recientemente he construido un acuario. Es un trabajo que requiere cierta paciencia, ya que la cosa no es tan fácil como comprar un recipiente de cristal y, acto seguido, echar unos cuantos pececillos de colores en él. Construir un acuario es crear un pequeño ecosistema, procurando que los inquilinos de éste se sientan a sus anchas en él. Y para ello, las cosas deben hacerse paso a paso...

Supongo que el hecho de disfrutar tanto con todo ello se debe a que, de algún modo, es como si creara un pequeño micromundo, con sus distintas especies y habitantes, participando en la construcción de un equilibrio biológico. Algo parecido a lo que hice, años atrás, a partir de la materia orgánica que salía de mi cocina, que acabó derivando en un pequeño huerto, en mi balcón, de donde han surgido multitud de insectos, arácnidos, miriápodos, gusanos y otros invertebrados, que finalmente han acabado atrayendo a salamanquesas, lagartijas, y la visita ocasional de algún pajarillo.


Construir un acuario requiere del un breve proceso de maduración -de un mes, aproximadamente-, donde el agua se cultiva con bacterias y, en mi caso, pequeños invertebrados (nemátodos, planarias, tubifex, cyclops, dafnias...); un proceso donde se plantan distintas plantas acuáticas, no sólo como algo decorativo, sino buscando un propósito para cada una de esas plantas, y cierta armonía con el paisaje acuático. Y finalmente, la instalación de los inquilinos que, en definitiva, dan más vida a este pequeño ecosistema: los peces.

Todo ello supone, de algún modo, descubrir cada una de las características únicas de esos seres vivos (ya sean plantas o animales) que habitan entre cuatro paredes de cristal, y que, a veces, te permiten descubrir cosas increíbles, o simplemente recrearte y relajarte con su contemplación. Un proceso que, a veces, consiste en el método de ensayo y error, pero que, una vez logrado, te llena de satisfacción.


Sí, lo reconozco, tengo síndrome de creador, y quisiera disponer de mi propia isla, con sus bosques, montañas, lagos y ríos, para darle forma a medida que introdujera nuevas especies que interactuasen en ese paisaje, siendo yo, tan solo, un mero observador de la propagación de la vida, y de la evolución de ésta a lo largo de los años.

De algún modo, eso es lo que sucede con el acuario: un pequeño ecosistema que aún está en proceso de crecimiento. Algo siempre es mejor que nada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario