lunes, 9 de abril de 2012

PRINCESA

Dedicado a Sandra de Montserrat, dulce compañera.


Surgiendo entre las hierbas de aquel verde campo cuyas hojas se inclinaban a tu paso, acariciada por el viento, te vi venir hacia mí como aquel paso primaveral que aleja el frío del invierno desolado.

No sabría decir con certeza quién eras, llama de mi corazón, pero lo cierto es que yo, refugiado de aquellos bosques a los que llamaba hogar, bajo cuyos árboles sombríos me sentía protegido del dolor del cual huía, no pude apartar la mirada del verdor lejano de tus ojos, mientras, escondido, te veía avanzar.

¿Quién eras tú, mujer, que vagabas apartada, como yo en mis bosques, por aquel claro solitario?

¡Hay cosas sobre las que el hombre civilizado habla y habla pretendiendo entender su significado! Existen numerosos sentimientos sobre los que escriben sus poetas, monjes y sabios, pero sus palabras jamás lograrán capturar la esencia de todo ello salvo como si de un sueño únicamente se tratase. No somos diferentes a ellos en eso los bárbaros, pero más allá de las palabras, sabemos lo que sentimos.

Escondido te contemplaba en tu incesante avanzar a través de aquel campo y, al ver que tus pasos se encaminaban hacia mí, aparte el ramaje de aquel profundo bosque que me escondía de tu vista, para dirigir mis pasos hacia los tuyos y que nuestras miradas se encontrasen.

Sé que en realidad nunca fuiste una diosa ni princesa, pero al final me conquistaste, y supe y di por cierto que eras la diosa y la princesa de mi corazón…

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