viernes, 29 de agosto de 2014

CAN BALDRIC DE DALT

Dedicado a todos aquellos con los llegué a compartir en algún momento en Baldric...


Volví a Baldric... Nunca he sabido si su nombre hace referencia a la casa o al lugar donde esta se halla.

Baldric... Un lugar apartado, solitario, bello, misterioso... con su propia leyenda... con su propio fantasma... con sus propios recuerdos...

¿Qué puedo decir o explicar del lugar que ha dejado tantos recuerdos grabados en mi memoria?


Ya hacía tiempo que me picaba el deseo y la curiosidad de volver allí. Últimamente me había asaltado de nuevo el deseo de salir de noche por la montaña para poder contemplar las estrellas. Pero cuando las miraba siempre recordaba su visión desde los campos de Baldric. Baldric... Allí no hay el más mínimo destello de luz artificial que perturbe la claridad del cielo nocturno. Contemplar la noche desde este trozo de mundo es contemplar el firmamento en toda su plenitud. Ver un universo donde la claridad de millones de estrellas a veces te permiten dudar de si el cielo nocturno es negro o blanco. Donde se observa con todo detalle los rastros que deja la Vía Láctea, como si de un luminoso camino se tratase, De hecho, así se lo conoce popularmente en Cataluña, "el Camí de Sant Jaume" (el Camino de Santiago).


Ese día había llovido bastante en Girona, y al principio dudé si ir hasta esas tierras altas del Ripollès, pues allí el tiempo suele ser inclemente. Pero llegaba el final de mis vacaciones y si no subía en ese momento, dudaba que lo hiciera pronto. Así que decidí hacer mi mochila e ir a la aventura.

Emprendí el camino con mi coche. Girona, Castellfollit de la Roca (donde hice una breve parada), Sant Joan de les Abadesses, Ripoll, Ribes de Freser y, finalmente, Planoles. Cruce muchos otros pueblos, pero no recuerdo sus nombres. Una vez en Planoles, dejé la carretera general y empecé a internarme en las inhóspitas montañas, hasta llegar a Nevà, un pueblecito del municipio de Toses, que se encuentra a 1250 m de altura, en el lado sombrío del monte, que no deja de ser una localización extraña para un pueblecito de montaña. Un pueblecito tan pequeño que ni siquiera tiene una tienda donde comprar algo. Pero un lugar bello y agradable. Allí dejé mi coche, pues allí acaba el asfalto con el que el hombre cubre los caminos transitados.


¿Porqué quería volver a este sitio? ¿Era sólo mi deseo de volver a contemplar las estrellas? ¿Mi necesidad de sumergirme de nuevo en una naturaleza salvaje que parece ser la única capaz de traerme paz y serenidad de espíritu que tanto necesito sentir últimamente? ¿O era simple añoranza, tal vez?

Fuera como fuese, ahí estaba.

Era un día algo gris, con un cielo cubierto de nubes, pero al contrario que en mi ciudad, no parecía que hubiera descargado del cielo ninguna terrible tormenta, y el calor era sustituido por un aire fresco.

Emprendí el camino.


Baldric es un sitio apartado, en pleno corazón de la naturaleza. Un lugar prácticamente inaccesible, donde se puede llegar a través de un camino de tierra y piedras. Un camino apto sólo para ir a pie, a caballo, tractor o todoterreno. Puede intentarse circular por él con un turismo, pero eso es arriesgarse a quedar atrapado en mitad del camino, o a acabar teniendo algún tipo de accidente o avería. Lo sé por experiencia... en realidad, tres amargas experiencias. Pero eso forma parte del encanto de Baldric. Siempre que he ido, he vuelto con una serie de anécdotas que explicar. Aunque en el caso de las del coche, fueron historias que me pasaron su factura.


El primer tramo del camino es el más fácil. Tras coger una empinada y fuerte curva reforzada con hormigón, empieza el camino pedregoso que sube la montaña y se va dejando el pueblo atrás. Es un camino casi llano, que apenas asciende el terreno, hasta que se llega a un lugar que nosotros llamamos o conocemos como "el camp de les patateres" (el campo de las patateras). Nunca he sabido porque lo llamamos así. Jamás he visto patateras sembradas en este lugar. Sólo hierba, heno y vacas en algún momento casual. Nada más. Pero es un buen nombre de referencia.


Desde este lugar uno tiene una buena visión panorámica del valle, y puede contemplar perfectamente toda la montaña que aún le queda por subir. Es un sitio despejado, donde unas cercas de alambre delimitan los campos donde pacen las reses durante ciertos momentos del año. Un punto donde el camino se divide en dos: una curva que sube hacia la última granja de la zona, y un camino largo, recto y descendente que lleva hacia el interior del bosque, donde se halla el camino de subida hacia Baldric.

Después de contemplar durante unos instantes el lugar y detenerme a hacer unas fotografías, empecé a descender por el camino para internarme al interior de la montaña boscosa y sombría. Me pareció un buen momento para sacar una magdalena con manzana de Can Tuset, que había comprado en Castellfollit de la Roca, y merendar.


Hacia tiempo que quería volver a este lugar. Sentía añoranza, tal vez. Quería saber que era de la casa y en que estado se encontraba. Si aún se podía alquilar. Quería subir allí para pasar una noche al raso y poder contemplar desde allí aquel magnifico cielo nocturno. Oír el ulular del búho en la noche. Los misteriosos ruidos del bosque que a veces me tranquilizan, y otras me atemorizan.

Hacía poco que había hablado con mis amigos de Vilanova i la Geltrú de este sitio del que tan gratos recuerdos guardamos. Mi intención hubiera sido venir con alguno de ellos. Pero yo quería subir para ver las estrellas y no podía esperar. Había nubes en el cielo y supe que no podría ver el cielo, pero visité los alrededores de la casa de nuevo.


Aquel lugar donde pasé tan buenos momentos con mis amigos de Vilanova i la Geltrú i de Girona... Un sitio donde las horas pasan lentas, plácidamente. Donde incluso el aburrimiento es algo bienvenido, pues los ojos entonces se deslizan observando el cielo, las nubes, las montañas, los bosques y la hierba, que adoptan extrañas formas a medida que la luz solar se desplaza y va cayendo en el ocaso.

Un sitio donde los oídos se regalan escuchando el constante cantar de las cigarras, los saltamontes y los grillos, el zumbido de las abejas, el graznido de los arrendajos y el canto de diversos pájaros. Donde la visión del vuelo de un águila, un ratonero, un buitre o un cuervo es algo cotidiano. Un lugar apartado en medio de la naturaleza.


Es un lugar apartado, misterioso, en la cima de una montaña. Antaño Baldric fue un refugio al que se podía acceder alquilando una plaza en el centro excursionista "L´Atalaia", de Vilanova i la Geltrú, que a su vez tenía alquilada la casa al dueño del lugar. Pero hace tiempo que eso dejó de ser así. Subí con la esperanza de encontrar a alguien, para ver si la casa estaba en buen estado, y para preguntar si aún podía alquilarse.


El acceso a este sitio, si es en vehículo, no es fácil. Un estrecho sendero pedregoso surcado de canales dejados por las aguas desbordadas de la lluvia son la pauta. Sin acceder a demasiada velocidad, subiendo una empinada cuesta, la opción más fácil es subir a pie o en todoterreno. También un tractor o mediante caballo Puede intentarse llegar con un vehículo normal, pero se corre el riesgo de que el coche no llegue, llegue en mal estado o quede atrapado en el camino. ¡Y lo digo por experiencia! (¡Tres malas experiencias tuve, de hecho!; ya veis, soy de aquellos tipos que insisten... XD)


Recuerdo el interior de la casa, hecha de madera. Donde la única luz que se obtenía era mediante un generador eléctrico de gasolina, o mediante la luz de las linternas y las velas. El ambiente ideal para aquellas veladas en las que al caer la noche nos reuníamos alrededor de una mesa para jugar, o junto a la enorme chimenea de leña de la cocina, para explicar historias de miedo, cuando por el frío no podíamos hacerlo en el exterior.


El misterioso búnker escondido en el interior del bosque, a aproximadamente un kilómetro o kilómetro y medio de la casa. En aquel extraño lugar siempre húmedo y repleto de enormes setas... Aquel búnker sobre el que hicimos tantas apuestas de a ver quién se atrevía a ir solo de noche... Creo que yo fui el único que lo hizo una vez. Me refiero a ir solo, de noche hasta allí. Era muy distinto marchar en grupo bajo la luz de la linterna, oyendo la voz de tus compañeros, que ir solo, escuchando el ruido de tus propios pasos, oyendo el constante chasquido de las ramas y el solitario vuelo de algún pájaro...

El miedo, y la sensación de combatir constantemente ese miedo, cuando bajo la luz de la luna o la linterna te parece distinguir extrañas figuras por todos los sitios, ya sea en medio del camino, o detrás de los árboles.


Visité el búnker y al penetrar con mi linterna vi un extraño escrito en catalán en una de sus paredes. No recuerdo si aquello lo escribí yo o alguno de mis amigos en alguna de nuestras partidas de rol en vivo. No lo recuerdo en absoluto. Pero desde luego, el trazo y el tipo de letras parece mío: "Si heu arribat fins aquí és que esteu molt aprop de resoldre el misteriòs assassinat. Però el culpable no és cap dels vostres sospitosos. És un boig amb una destral. Aquest boig us està vigilant." (Traducido: "Si habéis llegado hasta aquí es que estáis muy cerca de resolver el misterioso asesinato. Pero el culpable no es ninguno de vuestros sospechosos. Es un loco con un hacha. Este loco os está vigilando.)"

¡Qué recuerdos, aquéllos!


Realmente es un sitio casi mágico, esta parte del bosque. Aquí, al contrario que en el resto de la montaña, los árboles están retorcidos, el suelo cubierto de ramas y troncos cubiertos de liquen y musgo. Las zarzas y arbustos apoderándose del bosque... Las telarañas casi siempre llenas de rocío. Las amanitas muscarias, el hongo alucinógeno por excelencia, creciendo en abundancia en otoño, como muchas de tantas y tantas setas de aspecto grandioso.


Y parece ser una de las partes más silenciosas de estos bosques, lo que siempre produce una sensación inquietante.

Así anduve por la zona, embelesado en aquella extraña paz que acaba produciendo intranquilidad. Aquella paz que alerta todos los sentidos.


Finalmente me volví a dirigir a la casa, atravesando aquel camino que se halla en la pendiente de la montaña, donde crecen enormes y delgados pinos que apuntan hacia el cielo y muchos árboles de hoja caduca, bajo su sombra, con retorcidas raíces que intentan agarrarse en ese rocoso suelo apenas cubierto por una fina capa de tierra y hojarasca.


Permanecí, finalmente, alrededor de la casa, y me acosté en duro suelo de cemento que hay en la parte trasera de la casa; y allí, acostado, me dormí escuchando el susurro del viento, el canto de los insectos y contemplando el movimiento de las nubes...

Me despertó el frío. El sol ya caía, aunque aún no había caído el crepúsculo. Los gorriones chillaban alrededor de la casa. Cogí mi mochila y volví a coger el camino hacia Nevà, con la sensación de dejar atrás parte de mi pasado.




1 comentario:

  1. Estuve allí dos veces la semana pasada desde Planoles, la primera sólo con mi mujer, y la otra también con mis hijos y nietos (de 4 y 1 año), las visitas fueron breves y con la intención de conocer los tramos para dar en alguna otra ocasión una vuelta completa incluyendo Can Gasparo, pero había leído los comentarios de tu Blog y aunque soy de otra generación me influyeron tus comentarios.
    Por cierto espero volver la próxima primavera y me gustaría saber si me puedes pasar la localización del bunker. Tengo GPS.
    Gracias.
    pepehc@gmail.com

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