martes, 9 de mayo de 2017

LA IRA

 

¿Sabéis qué? ¡Qué os den!

¡Hace tiempo que aguanto! ¡Si no lo digo, estallo! Un mundo que prácticamente podría ser perfecto está siendo defenestrado por los humanos: asesinado por los que mandan, dictan y ordenan; asesinado por los que les siguen ciegamente, consumen, ejecutan y obedecen...

En gran medida todos somos culpables. Todos participamos de esta rueda, de esta trampa, de esta carrera autodestructiva, de este motor, de este crimen planetario.

Me entristece ver como buena parte de la humanidad no evoluciona: homófobos infelices que se creen con derecho a decir cómo deben vivir los otros sus vidas, prepotentes con aire de superioridad que piensan que su palabra es ley, fieles creyentes que se creen con derecho a eliminar a aquellos que no son de su credo, maltratadores que se excusan afirmando que es amor, políticos y jueces que sólo siguen ciegamente el sueño del poder o del dinero, ávidos devoradores de naturaleza que sólo crean veneno y basura. ¡Estúpidos! ¡Estúpidos! ¡Estúpidos! Científicos que en nombre del progreso destruyen el mundo, ejércitos que en nombre de la paz sólo hacen la guerra, personas que se creen superiores a otros personas, gente que sólo se dedica a procrear sin pensar en las consecuencias. Parásitos de este mundo, depredadores, carroñeros, ladrones, mangantes, traidores, carniceros...

¡Siento la ira! La ira que crece en mi interior, que me convierte en una especie de Mr. Hyde reprimido, en una especie de Hulk que no acaba de escapar de su prisión. ¡Quisiera poder aplastar vuestros prejuicios, vuestros tanques, vuestra intolerancia, vuestras vanas creencias sin fundamento, el egocentrismo egoísta, las máquinas e incluso la ciencia que no trabaja en pos del bien de la humanidad, sino de las corporaciones, la industria y la asfixia! ¡Aplastaros con los puños, exprimir los jugos de vuestra mente seca, convertiros en guano para que al menos seáis útiles para fertilizar la tierra!

Dentro de mí siento el monstruo de la ira que crece sin parar. ¡La ira!

Pero no grito sólo mi ira, sino la ira de muchos otros. No sólo la ira de la humanidad, sino la de los animales, las plantas, ¡los seres vivos que aplastáis!

¡Vosotros, los asesinos, los expoliadores, los autoproclamados, dueños o amos, los verdugos! Sois verdugos, pero también víctimas... y detrás de vosotros sólo quedarán cenizas.

Y así, escupiendo palabras, sin hacer prácticamente otra cosa, mi ira se desvanece. ¿Qué ha cambiado? Nada.

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