Texto: Joan Ramon Santasusana Gallardo.
Únicamente
quería dormir. ¡Sólo dormir! Hacía tanto tiempo que no descansaba.
¡Demasiado! No debí coger el coche aquella noche. El sueño, el
cansancio, los reflejos... ¡La oscuridad! Con tan poca visibilidad y mi
atención tan menguada, es natural que no viera aparecer de repente
aquella figura desnuda en el estrecho arcén de aquella carretera tan
poco transitada. No pude reaccionar. Lo arrollé, le pasé por encima, y sentí como la arrastré durante unos pocos metros a lo largo de mi abrupta frenada. Definitivamente no debí coger el coche aquella noche,
no. Tras unos instantes de duda (¿Debía huir? ¿Estaba vivo?),
puse las luces de posición y salí para ver aquel cuerpo destrozado que
había dejado un par de metros más atrás. Algo no encajaba... aquello,
aquel hombre, aquella cosa aplastada, tenía sus miembros anormalmente
retorcidos, flácidos, casi como si no tuviera huesos, como si fuese únicamente algo hecho de goma o gelatina. Y aquellas manos y aquellos pies tenían
unos dedos... demasiados dedos. ¡Demasiados! Y entonces aquella
grotesca cabeza calva se giró para mostrarme su único gran ojo central
enmarcado dentro de un extraño rostro carente de orejas y adornado con una gran boca en
forma de estrella de mar. Lo escuché en mi mente: “Ahora... eres... mío”. Únicamente
quería dormir. ¡Sólo dormir! Y desde entonces ya no ha dormido y sé que ya no dormiré jamás, siendo como soy, ahora y para siempre, su esclavo, un títere que le sirve para la eternidad.
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