miércoles, 30 de noviembre de 2016

AMAR A LOS ANIMALES

Qué fácil es hablar del amor sin hacer nada por demostrarlo...


Hasta donde yo recuerdo, siempre he amado a los animales, lo que no significa necesariamente que siempre los haya tratado bien.

Es muy fácil hablar de animales y decir cuanto los ama y respeta uno cuando se trata de gatos, perros o cualquier tipo de mascota en general. Pero hablar de amor hacia los animales debería ir muchos pasos más allá: incluir a todos los animales salvajes, independientemente del género al que pertenezcan, a su medio natural y a su entorno. ¿De qué sirve decir que amamos a los animales si después destruimos sus ecosistemas fragmentándolos con carreteras, quemamos las tierras donde viven y lo llenamos todo con nuestra basura y nuestro ruido? ¿Cómo podemos hablar de amor, cuando fomentamos la crianza de los animales que nos servirán de alimento en granjas donde no se muestra ningún respeto hacia la propia dignidad de esos animales que más tarde consumiremos? Que la finalidad de un animal sea acabar como alimento humano no significa que no le debamos un trato digno.


Oigo a demasiada gente decir que ama a los animales simplemente porque algunos de éstos les parecen graciosos, simpáticos… pero no basta con eso. Si uno ama a los animales, debería hacer algo por ellos: defender el entorno donde estos viven, denunciar los malos tratos gratuitos a cualquier animal (¡y sí, eso incluye a las corridas de toros!), y respetarlos con misma dignidad que desearíamos para nosotros.

Me crié en el campo, y los animales, cuando vives en el campo, acaban formando una parte de ti, aunque te alimentes de ellos, del mismo modo que acaba formando parte de ti la vegetación que te rodea, el río, las montañas, el paisaje, las cosechas o las estaciones. Percibes el mundo de otro modo, el entorno forma parte de ti, y tú de él. Creo que eso lo entenderán mejor aquellas personas que se criaron en el campo desde su niñez, especialmente si les inculcaron un mínimo de valores y respeto hacia la vida. El egoísmo y la crueldad también tienen cabida en ese entorno, pero la percepción del yo y lo que te rodea, por lo general, funciona de otro modo. La gente no es tan egocéntrica como suele serlo en las ciudades.


Supongo que mi respeto a los animales fue algo que me enseñaron mi padres. Por parte de mi madre, el cariño hacia cada animal o ser vivo, empezando por los cachorros o polluelos, y de ahí, hacia arriba. Por parte de mi padre, entendí el valor que cada animal tiene, ya sea como alimento, como amigo o como vecino, pero que a todos debe respetárselos por igual porque cada uno tiene su función y cumple su papel en el mundo, del mismo modo que nosotros.

Amor, respeto, vida, muerte… Los animales sienten, cada uno a su modo, e intentar negar eso es adjudicarnos una superioridad que realmente no tenemos. Podemos ser más inteligentes, pero eso no nos hace ni mejor ni peor que un leopardo, un canguro, una lagartija, un mejillón o un mosquito… En todo caso, es la propia vanidad la que nos puede hacer creer eso. Con ello, no digo que las otras especies animales sean mejores. Ni mejores ni peores, simplemente diferentes.


Al final todos formamos parte de este rompecabezas que es la vida, pero no sé exactamente porqué, el hombre parece deseoso de destruir buena parte de las piezas que forman este mosaico o este puzzle, y en ello, hoy más que nunca, la codicia, la vanidad, la ignorancia o la falta de conciencia tiene mucho que ver. Y el falso amor a los animales no ayuda.

Con Félix Rodríguez de la Fuente aprendí mucho más sobre todo ello. Fue uno de esos pocos naturalistas que supo transmitirme algo que iba mucho más allá de la ciencia. Algo que también hicieron algunos otros, como Jacques Cousteau, con su estudio de los océanos, o David Attenborough, al mostrarme un espectro tan amplio de la vida en el mundo. E incluso Carl Sagan, al hablarnos de las estrellas y el papel de la vida en ellas.


En su conjunto, más que hablarnos de la vida, estos naturalistas se preocuparon de los efectos devastadores que el hombre ejerce en su propio planeta al no luchar lo suficientemente por mantener un equilibrio entre sus propios deseos, el consumismo desmedido, la presión de su población, su turismo o su avaricia. Donde antes habían árboles, montañas, ríos o cielos, los hombres sin alma sólo ven negocio, dinero y especulación, sin considerar las cenizas que dejaran detrás suyo, porque únicamente viven para su egocentrismo y ansias de poder desmedido, sea éste del tipo que sea.

Hoy quiero decir que amo a los animales, y de hecho a la naturaleza en general, pero me pregunto, ¿qué hago en realidad por ella? ¿Qué hago para contrarrestar todo el mal que de un modo u otro casi todos nosotros permitimos que se haga contra ellos? Más bien poco… porque en el fondo soy un simple reflejo de lo que somos la mayoría de nosotros.


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