Avanzando con determinación, sin rumbo fijo ni destino, mecido por las tormentas del azar, los pasos que seguía me condujeron hacia ti.
A orillas de aquel mar nocturno acariciaste mis cabellos; al ritmo del mecer de las olas me sentí morir ante el toque suave de tus dedos, desvaneciéndome ante un relajante olvido. Sentía a través del viento frío, tu cuerpo caliente. Contemplé así, una vez más, tus azules ojos serenos y tu áureo cabello rubio de valquiria, sabiendo que de nuevo podía vivir y regresar del mundo de los muertos.
Con promesas de banquetes desconocidos, me regalaste tu cuerpo. Nuestras melenas, noche y día, se mezclaron mientras podía oler el perfume de tu piel con olor de campos recién segados y de mar. Ofrendas de suspiros y de sexo, hacía tiempo que no yacía con ninguna mujer. Tú me recordaste que para el amor no existe edad, que mi cuerpo de guerrero aún puede aguantar muchas batallas y aún me quedan muchas guerras por librar.
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