sábado, 26 de julio de 2014

EL VIAJE QUE DECIDIERON EMPRENDER JUNTOS

Éste es un cuento fantástico, pero no es un cuento fantástico corriente... Lo dediqué dedicado a Andreu Blanco y a Pilar Agell, dos de mis amigos más preciados, porque llegó un día, tiempo atrás, en que decidieron emprender juntos un viaje, del cual su boda -el 10 de julio de 2010- fue tan sólo un paso más de este largo camino que es la vida. Creo yo que el paso más importante ya lo dieron hace tiempo. Pero quise conmemorar aquella unión de dos almas de este modo.


Así sucedió que, después de muchas vicisitudes, penas y luchas en su vida, un día, de repente, Andreu abandonó aquella ciudad para dirigirse a las tierras del norte, y en otra ciudad muy parecida, Pilar hizo lo mismo. Eran ciudades apartadas, y allí ellos eran extraños, cada uno en su ciudad, donde se encontraban solos; no exactamente perdidos, pero sin encontrar su lugar, como tan a menudo sucede entre la raza de los hombres. El sur ya no les ofrecía nada. Atrás sólo quedaban las Tierras Solitarias, que pertenecían al pasado, donde ya sólo quedan ruinas y recuerdos estériles. El resto, todos los recuerdos de todas sus experiencias vividas en aquellas tierras olvidadas, la familia, los amigos y la gente importante que había formado parte de sus vidas, continuaba en sus corazones, parte de su sabiduría y bagaje.

Sin embargo, amando la vida, y estando cada uno en una ciudad apartada, decidieron continuar su camino, y, desde sus ciudades distintas emprendieron de nuevo su viaje a un desconocido destino incierto en el lejano norte. Porque así es como la gente humana encuentra lo que busca, siempre siguiendo adelante, sin desfallecer, esperando encontrar las respuestas a las preguntas que le inquietan, o que las respuestas que buscan los encuentren a ellos.

Caminaron por sendos caminos separados a través de los Llanos de la Afinidad. Porque para ser afín a alguien o a algo, primero se ha de ser afín a uno mismo, y el camino para conocerse a menudo pasa por la soledad, y la soledad comporta conocimiento. Y así fue que encontrándose a ellos mismos, un día, en el Cruce de la Conexión, ellos se encontraron y coincidieron.

-¡Hola, peregrina, soy Andreu, un viajero! –Dijo él.

-¡Buenas, peregrino, soy Pilar, una viajera! – Contestó ella.

A veces no hace falta hablar más entre viajeros. Eran transeúntes solitarios en aquel solitario camino, y toda compañía sería bien recibida. Bastó una mirada entre ellos para saber que podían confiar el uno en el otro y que podían continuar juntos el viaje en el silencio de aquellos Llanos de la Afinidad, donde apenas moraban algunos insectos o los pájaros otanca, de colorido plumaje cambiante, que volaban a ras de la alta hierba que se extendía hasta el horizonte.


Los días pasaron, y caminando y descansando compartieron el pan y el agua, y al caer la noche durmieron juntos bajo la fría luz de la luna, compartiendo su calor, mientras escuchaban el extraño canto de las liebres plañideras de rayado pelaje y el aullar de los oscuros tigrauros carnívoros que viajaban en manadas en busca de caza.

Hablaron en el camino, y especialmente hablaron cuando, congregados ambos alrededor de una hoguera elemental de llamas azules, cocinaban la cena exigua y seca de la que se alimentaban, quizás acompañadas de algunas raíces o de algún extraño animal que hubieran podido cazar en su avance. Pero diré que más que sus palabras fueron sus actos los que empezaron a crear un lazo en su corazón. Y así, dos corazones empezaron a formar un solo latido, tal es el equilibrio.

Y fue que por fin, una tarde, cuando el sol ya se ponía, que encontraron el páramo solitario la Posada del Beso, poco concurrida en estos tiempos donde el verdadero amor ya es escaso. Era un lugar donde guarecerse después de tantos días de dormir en el duro raso.

Y creo yo que esa noche se besaron por primera vez. Pero si durmieron juntos en ese lugar o no, yo no sé nada, puesto que el posadero del lugar es persona cauta y precavida, a la par que silenciosa y prudente, y cuando pregunté por ellos no quiso decirme nada.

Sólo sé que al día siguiente emprendieron de nuevo el camino juntos, dirigiéndose nuevamente al norte, hacia la enorme y oscura Cordillera de la Unión, que recibe este nombre porque une la Tierra del Espíritu con la Tierra de los Sueños. Y el único paso accesible para los hombres en este punto de empinadas montañas que se extienden cual enorme muro es la Puerta del Compromiso, único lugar donde se pueden dirigir los viajeros humanos para continuar su viaje.

Durante días, ambos peregrinos vislumbraron, mientras avanzaban, las imponentes montañas oscuras de la Cordillera de la Unión, que poco a poco, día a día, iban creciendo ante sus ojos, extendiéndose hacia oriente y occidente. Hasta que una noche de luna nueva, apenas iluminada por la luz de las estrellas, llegaron ante la Puerta del Compromiso, cerrada de manera hermética, guardada por sus invisibles celadores.

Pocos son los que se atreven a atravesar estas puertas, y de éstos pocos que lo intentan, muchos deben hacerlo una y otra vez hasta que sus guardianes consideran que son dignos, puesto que, para hacerlo, es de menester que la persona acceda a un compromiso personal y con corazón sincero.

Amaneció y, con el amanecer, Andreu y Pilar contemplaron la vasta extensión de la broncínea puerta doble, que medía más de 90 pies de ancho y unos 360 pies de altura. Grabados en su superficie se veían multitud de rostros no humanos, de miradas y ceños escrutadores, y cuerpos de extrañas formas, que según dicen algunos sabios y místicos representan las tentaciones que todo ser humano halla en su camino cuando debe mantenerse firme ante un compromiso. Y de repente, unas voces profundas, metálicas, estentóreas, parecieron surgir del interior de las puertas, y de la misma montaña, como si fueran clamadas por aquellos metálicos rostros, dirigiéndose a ambos caminantes:

“¿Porqué deberíamos abrir la puerta que conduce hacia el norte? ¿Cual es el compromiso por el cual atravesarías el límite que yo marco, Pilar? ¿Cual es el compromiso por el cual atravesarías el límite que yo marco, Andreu?”

-¡Él! – Dijo Pilar señalando a la figura de Andreu.

-¡Ella! – Dijo Andreu señalando a Pilar.

Se sintieron escrutados por miradas invisibles, y una extraña fuerza pareció examinar sus mentes y corazones para ver si decían la verdad como si de manos invisibles se tratasen, examinando cada recodo de su alma.

La puerta rugió entonces con su extraña voz y el eco de los montes cercanos repitieron hasta a saciedad su grito, y cuando éste cesó, esto fue lo que dijo la puerta:

“¡Sus corazones han hablado y no mienten, hemos leído su mente y dicen la verdad! ¡Podéis continuar vuestro camino! Así lo dicta el pacto y así lo dicta vuestra determinación.”

Y lentamente, cayendo repentinamente el silencio, las puertas se abrieron solas retumbando, mostrándoles el paso abierto que a su destino los había de llevar. Y cogiéndose de la mano, compartiendo su mirada, sobrecogidos pero sonriéndose mutuamente, Pilar y Andreu avanzaron.

Y no avanzaron mucho, cuando allí, a unos 100 codos de distancia, a la entrada de una oscura cueva, vieron una pequeña criatura peluda que los esperaba, sujetando las riendas de dos bípedas monturas de aspecto reptilesco que recordaban vagamente a un avestruz, un gran animal emplumado que existe en el mundo de los hombres. Y todo esto que cuento lo sé porque me lo contó esa misma criatura que les entregó aquellas monturas.

-¡Son vuestras! –Les dijo la chillona bestia peluda que apenas les llegaba a la cintura, entregándoles las riendas de aquellas extrañas criaturas de piel lisa y escamosa, semejantes a pequeños saurios con su forma de avestruz de pequeños brazos. – Son el regalo que la Puerta del Compromiso os ofrece, viajeros, para acelerar vuestro paso. Y una montura se llama Constancia y la otra Perseverancia y os acompañarán en vuestro viaje y largo camino.

Y así, cabalgando sobre Perseverancia y Constancia, aceleraron el paso de su viaje penetrando en el Reino de la Convivencia, y allí, en la Ciudad de la Verdad se dijeron por primera vez que se amaban. “¡Te amo!”, dijo él, “¡Te amo!”, contestó ella, y así era, pues en la Ciudad de la Verdad nadie puede mentir, y es por ello que allí no se acercan nunca los políticos, mercaderes, ni ladrones.

Pasaron los días y bajo el paso rápido de sus saurios corredores, pronto llegaron a la Posada del Abrazo, donde se contaron sus secretos, y penetraron en el País de la Confianza, donde en la Ciudad de la Justicia se dijeron “Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío. Yo te doy completa libertad”. Y es justo que así sea.

Y allí pasaron tres días y tres noches, y al cuarto amanecer emprendieron de nuevo el camino, atravesando el Puente de la Fidelidad, que se encuentra justo encima del punto donde confluyen el Río del Cariño y el Río del Afecto para formar el caudaloso río de las Dos Almas, habitado por enormes bancos de peces espejismo. Y pasado este puente uno entra al Reino de la Intimidad.

Y allí, en el Reino de la Intimidad, morando por caminos sembrados de una eterna primavera, finalmente entraron los amantes al Bosque de los Deseos, donde las pérfidas ninfas y bestiales sátiros pretenden tentar a los amantes con aspectos y promesas engañosos, y sólo aquéllos cuyo amor resiste con su luz a la oscuridad de sus hechizos son dignos de continuar el sendero que atraviesa aquella extraña arboleda milenaria formada por los extraños árboles rosales de anchos y espinosos cuerpos. Y de los que sucumben a la magia de los antropófagos espíritus, sólo se sabe lo que se cuenta: que desaparecen encantados en el interior del bosque, donde son devorados en un macabro banquete. Extraño es que en la tierra de los hombres estos espíritus sean tomados por benéficas criaturas. Sea como sea, de los amantes desaparecidos nunca se ha hallado otro rastro que no sean sus huesos o rasgadas vestiduras colgando de las enormes espinas de los árboles rosales.

Así, sin salir del Camino de los Compañeros, Andreu y Pilar se aventuraron por el interior de estos bosques y sobrevivieron hasta poder llegar a la Posada de las Caricias, donde pudieron curar las heridas inflingidas por las espinas de los árboles rosales que invaden este camino ya tan poco transitado, pues son muchos los que se pierden entre las manos, garras y dientes de los espíritus antes mencionados, ávidos siempre de la carne humana de los más incautos y débiles viajeros.

Y si me preguntáis como logre yo sobrevivir, sólo contestaré que dando un rodeo por extrañas sendas subterráneas, de las cuales debo guardar el secreto.

Sin embargo el camino continúa en el Bosque de los Amantes, donde en la Refugio del Sexo pueden dar amplio margen a sus deseos explorando sus cuerpos y todos sus sentidos ya lejos de las tentaciones que les extienden otras fantásticas criaturas. Y aquí, por lo que me contaron, pasaron ambos amantes mucho tiempo, dando solaz a sus cuerpos. Pocos minutos fueron los que pasé yo, no teniendo compañera, pero el tiempo suficiente para escuchar lo que me contaron.

Abandonaron ese bosque los amantes para penetrar en los Llanos de los Sentimientos, donde, en su centro se encuentra el Volcán de la Pasión, que con sus eternos fuegos amenazan con consumir la tierra que de puro placer, mientras enormes bandadas de pájaros éxtasis sobrevuelan entre sus llamas, día y noche, cazando los elementales de fuego que de la tierra escapan.

Y dicho volcán es la entrada a la Tierra de Nosotros. Y en la Tierra de Nosotros los amantes se contemplaron y bajando de sus reptilescas monturas subieron hacia la cima de Monte Amor, grabando en una piedra sus nombres: “PILAR + ANDREU”

Pero de eso no sé nada, salvo lo que la los habitantes de esa tierra me explicaron, porque de momento la entrada a este monte me está vetada aún, y sólo sé lo que aquellos espíritus del aire que moran en tan gran montaña me contaron entre silbidos y zumbidos inquietos.

Yo sólo soy un ser solitario, que os cuenta lo que de aquellos dos amantes averiguó en el camino. Los Amantes de Monte Amor los llaman, y se dice que desde su cima se perdieron en el cielo, convirtiéndose en dos brillantes estrellas que, siendo dos, iluminan por mil. Y bajo su luz vuelvo ahora a mi camino de vuelta a casa, hacia el sur.

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