Lo escribí entonces, cuatro años atrás.
Corría la fecha del 25 de julio del 2010.
Te conoceré en agosto… y bajo el sol poniente contemplaré por fin tu rostro.
Te conoceré en agosto… y me sé incapaz de controlar el deseo de sentir tu mano acariciando mi mejilla y las yemas de mis dedos recorriendo tu piel. Caricias que me recordarán que a ti debo el nacer de nuevo.
Necesito verte, saberte real, oír la voz y la risa que te acompañan. Saberte humana, de carne, con virtudes y defectos. Rendirme, en agosto, a lo que me dicte el corazón.
Hay un tiempo para todo. Incluso para olvidar y ahogar los recuerdos que aún a veces me atormentan… Tu amor contagioso por la vida, en agosto, llenas las plazas de gentío, sólo te contemplaré a ti, salvación de mi alma rescatada en un instante por tus palabras.
Hace tiempo que no lloro. Las lágrimas ya se secaron. Mi felicidad se fue, desvanecida, pero no extinguida. Llamas arden en mi fragua capaz de forjar y tejer otro hilo. Sólo sé que mi felicidad anda tan perdida como yo, buscándome de nuevo. Y, al recordarte, al recordar tus pensamientos, vuelve fugaz por un instante, rondándome el corazón. Susurrándome que aún existe la esperanza, que esto no es un juego. Que no hay reglas que valgan en el amor.
Siento inquietud al oír que, en otro lugar, la vida me está esperando. Espera que la coja, que la atrape, que la viva y sienta de nuevo. Que no sólo de pensamientos se vive, sino de sensaciones que se sienten con el cuerpo. Temo mis sentimientos. Temo enamorarme de nuevo. No por miedo a volver a querer, sino por miedo a volver a fracasar de nuevo.
Pero sé que el miedo nunca me detuvo. No te equivoques. En mí yace un corazón guerrero. Te conoceré en agosto… y entonces, bajo el sol poniente contemplaré por fin tu rostro.
Y sumergiéndome en esos ojos, que el resto llegue solo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario