lunes, 15 de agosto de 2016

CONTEMPLANDO UNA LLUVIA DE ESTRELLAS


El pasado viernes, durante la noche que transcurrió entre el 12 y el 13 de agosto, mi pareja y yo fuimos a ver las estrellas.

Contemplamos las estrellas tumbados en la oscuridad, en aquel mágico lecho seco y rocoso que es el Clot o Platja d’Espolla, en la comarca del Pla de l’Estany, rodeados de pinos, robles y encinas. Un lugar famoso por su maravilloso estanque de aguas intermitentes que parece surgir del suelo cada tantos años, cuando las lluvias son especialmente abundantes y continuas por la zona, y en cuyas aguas, cuando aparece, nadan esas extrañas y primitivas criaturas que son los triops, unos pequeños crustáceos acorazados cuyos huevos son capaces de permanecer aletargados en aquella tierra reseca durante un tiempo indefinido.

Era noche de lluvias de estrellas, de las famosas perseidas o de “les llàgrimes de sant Llorenç”, que decimos en mi tierra; esa lluvia de meteoros que ocurre cada año por estas fechas, que suelen coincidir con las tres noches posteriores al día 10 de agosto, que el santoral católico dedica precisamente a este santo -san Lorenzo en castellano-, a lo largo de las tres noches que van del 11 al 13 de agosto.

Y es que, según cuenta la tradición o leyenda, el 10 de agosto es supuestamente la fecha en que este santo recibió martirio, y las perseidas no son otra cosa que las lágrimas que san Lorenzo no pudo evitar verter al sufrir el martirio de ser asado vivo en una enorme parrilla, cerca del Campo de Verano, en Roma, delante del mismo emperador romano Decio, mientras lanzaba la famosa frase “Assum est, inqüit, versa et manduca” contra sus propios verdugos, o sea “¡Dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho, y comedme!”. Y tras esto, gritó “¡Gracias, Señor Jesucristo, porque he merecido franquear las puertas de tu reino”, y murió.

Pero volviendo a la realidad, ¡vaya si vimos estrellas y estrellas fugaces durante esa noche! Entre las nubes que se distinguían de la Vía Láctea, vimos caer meteoros de todos los tamaños y colores. Algunos de estos meteoros eran pequeñas estrellas fugaces que más que verse se intuían, y uno podría dudar de si realmente lo vio, si no fuera porque la otra parte también la había visto. Pálidas luces y estelas que duraban lo mismo que una pequeña chispa en la oscuridad. Otros se veían claramente, como pequeñas estrellas cayendo del cielo. Pero de todos ellos, los más impresionantes sin duda eran los grandes meteoros que vimos caer que dejaban una larga estela a su paso, de colores variables, y que en algunos casos incluso siguieron rutas curvas o fluctuantes o se dividieron y estallaron en pequeños fragmentos o pedazos al entrar en la atmósfera.

Allí estuvimos tumbados, mi pareja y yo, contemplando aquel maravilloso cielo nocturno, como si se tratase del reflejo inverso de un cielo celeste en las aguas de un mar tranquilo, mientras poco a poco la cálida temperatura descendió hasta tener frío, obligándonos a acurrucarnos juntos, en un abrazo.

¡Qué agradable me resultó sentir de nuevo el roce de su piel, su cuerpo contra el mío! No pude evitar pensar en aquellos primeros días en que nuestras piernas, nuestros brazos o nuestras manos se rozaban haciéndonos sentir mil sensaciones distintas de intenso placer. Despertar en mí aquel sentimiento que uno siente en los primeros días de descubrir un amor...

Debatimos y hablamos largamente, allí tendidos, acompañados por el canto de los grillos, el croar de los sapos, el ulular de los búhos, el aullido de los zorros y toda una miríada de sonidos desconocidos que surgían de la oscuridad. Sólo el ocasional sonido  lejano de algún coche, en una aún más lejana carretera, nos recordaba que, en algún otro lado, aún existía la humanidad.

¡Me levanté del suelo y bailé bajo la luz de la luna, cantando una canción de mi propia invención, que hablaba de magia, demonios, misterio y qué sé yo! Escuché la risa de mi amada.

¡Qué hermoso era todo! ¡Qué paz había!

Allí pasamos la noche, bajo la luz de las estrellas...

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