Nota encontrada en la habitación de Joan Ramon Santasusana Gallardo, después de que algunos familiares y amigos denunciasen su desaparición a la policía, al cabo de unos días de no dar señales de vida, no aparecer en su trabajo, ni hallarlo en su piso. Tras una semana de su desaparición, los cuerpos policales continúan buscando.
Supe que algo no iba bien la primera vez que visité Granada.
Allí los vi por primera vez. Estaban a la vista de todos, como sucede en todas las ciudades. Eran los hombrecitos verdes...
Ya desde mi tierna infancia los había visto. Al principio sólo en las ciudades. Más tarde, también en pueblos, urbanizaciones e, incluso, en las carreteas donde el tránsito humano abundaba.
Su número crecía día a día, a medida que lo hacían las ciudades y éstas se modernizaban. Siempre inmóviles, aunque con el gesto de dar un paso, observándonos.
Siempre creí que los hombrecitos verdes formaban parte de nuestro mundo de luces y señales eléctricas. Iluminaban las noches en las calles vacías, lo mismo que las figuras enhiestas e inmóviles de sus hermanos rojos.
Hablo de los hombrecitos verdes. Los hombrecitos verdes de los semáforos...
Teníamos que haberlo entendido entonces, pero nadie ató cabos...
¡Tanta gente que desaparecía en las ciudades misteriosamente y nunca más se sabía de ella! ¡Tantos pequeños accidentes misteriosos que ocurrían de noche! ¡Tantos avisos hombrecitos verdes que se atribuían a alucinaciones causadas por las drogas, el alcohol o a cualquier tipo de enfermedad mental! Hombrecitos verdes que desaparecían de su sitio incluso a la luz del día, a la vista de todos, e, ingenuos de nosotros, creíamos, simplemente, que si no estaban es su sitio era a causa de alguna bombilla fundida o algún cable desconectado... La verdad es mucho más lúgubre.
No empecé a vislumbrar la verdad hasta que fui a pasar aquellas vacaciones en Granada.
Allí fue donde vi por primera vez que los hombrecitos verdes se movían.
Parecían semáforos modernos. Así de simple. Cuando los peatones podían cruzar la calle, los hombrecitos verdes aparecían y movían sus piernas, como si anidasen, acelerando su ritmo cuando el semáforo de los peatones estaba a punto de volver a ponerse en rojo, y el de los vehículos en verde.
Me parecieron graciosos entonces. ¡Estúpido de mí! Aunque por primera vez se me ocurrió que podían estar vivos. Materia para un simple cuento de los míos.
Y en eso hubiese acabado la historia. Muñecos de luces que me parecían graciosos.
Los volví a ver en Almería, en Málaga. Moviendo sus piernecitas y sus brazos, dentro de sus esferas de cristal, tal cual si andasen o corriesen. Un signo más de modernidad en las ciudades.
Cuán equivocado estaba.
Se me ocurrió mencionarle mi teoría a un amigo mío al lado de un semáforo de peatones. ¿Y si los hombrecitos verde estuviesen realmente vivos? ¿Y si intentaran invadirnos sutilmente, para, en un momento determinado abalanzare sobre nosotros? Se lo comenté a un amigo al lado un semáforo, observando al hombrecito verde. Hubiera jurado que cuando le mencioné mi teoría a mi amigo, simplemente como material para un cuento, el hombrecito verde me devolvió la mirada.
Pero olvidé eso rápidamente, como si fuera uno de mis tantos delirios.
Y se terminaron las vacaciones y volví a mi hogar.
Girona.
A la semana descubrí que había un nuevo semáforo a poca distancia de mi casa. En una rotonda cercana a una escuela para niños, habían instalado un nuevo semáforo, y en el semáforo para peatones había un hombrecito verde que se movía. Un hombrecito como los de Granada.
Y cada vez que pasaba por allí y me detenía con mi coche, hubiera jurado que me observaba. Él sabía que yo sabía...
No hay ningún otro hombrecito verde de este tipo en mi ciudad. Sólo ese hombrecito verde, en ese único semáforo, a menos de 500 metros de mi casa.
Hoy escribo esto, porque últimamente duermo inquieto y despierto por la noche. Y un par de veces hubiese jurado ver una luz verde iluminando el marco de mi ventana.
Esta última noche hubiese jurado ver asomar su cabecita verde, brillante, sonriendo, mientras a fuerza de sus pequeños brazos, haciendo palanca con una pequeña barra de hierro, levantaba mi persiana.
Saben que yo sé. Son los hombrecitos verdes. Y sé, que en la ciudad, yo pronto también desapareceré.
Y vosotros leeréis esto, y creeréis que tan solo es un cuento más. Y continuaréis creyendo que los hombrecitos verdes son tan sólo una señal luminosa, inofensiva, creada por la mano del hombre. Y permitiréis que vayan adueñándose de vuestras calles. E, inexorablemente, ellos conquistarán las ciudades, los pueblos, el planeta...
Los hombrecitos verdes de los semáforos...
Muy inquietante... Cuando instalen uno en mi pueblo estaré alerta. ¡Un saludo!
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