martes, 30 de abril de 2019

¡QUÉ PACIENCIA TIENES CONMIGO, AMOR MÍO!



Después de más de dos meses y medio deambulando de aquí para allá cual mosca cojonera, pasándome prácticamente todo el día en casa, creo que hoy ha llegado el momento de decirte esto: “¡Qué paciencia tienes conmigo, amor mío!”

¡Qué paciencia, sí! Porque aunque estos meses de baja laboral en ciertos momentos han podido ser un suplicio para mí, más por el dolor que me dejó la operación que no por otra cosa, lo cierto es que creo que mis quejas y protestas a veces estaban de más. Ya sabes a que me refiero: esa manía humana en que los humanos a veces reflejamos el dolor con protestas o mal humor. Si ya soy un cascarrabias y un viejo gruñón por naturaleza, ¿cuánto más no habrás tenido que sufrir al oírme protestar una y otra vez? Sí, sí, lo sé, tienes paciencia (mucha paciencia), pero eso no me exime de tener que pedirte perdón.

Sé perfectamente que durante esos días has entendido la razón y el porqué de mis quejas; sé que también has comprendido que muchas veces te pidiera uno u otro favor a causa de la situación de escasa movilidad en la que me encontraba después de la operación. Pero eso no me libra de culpa, pues bien sé que más de una vez podía callarme y no hacer mi voz protestando por las molestias o el dolor.

Así que aquí, en público, voy a pedirte perdón. Sé que me dirás que no hace falta, que vaya tontería, que yo hubiera hecho lo mismo, y mil cosas más. Pero puesto que soy yo quién decide por mí, quiero pedirte perdón.

Porque más allá de estos días, si lo pienso detenidamente, bien puedo encontrar otros motivos para volver a decir “¡Qué paciencia tienes conmigo, amor mío!” Paciencia ante todo, por aguantar mis ronquidos. Paciencia por callar cuando me escuchas conduciendo, sin parar de despotricar por si aquel va lento, corre demasiado o hace tal o cual infracción. Paciencia por aquellos días en los que voy al supermercado, y me das algunos encargos que con mi proverbial falta de atención acabo por no comprar. Paciencia por haberme acomodado a no poner todas esas lavadoras que antes yo mismo ponía y que ahora tú te encargas de llenar. Paciencia por esos días en que yo me encargo de hacer la comida, y de tanta comida que hago la nevera y la casa amenazan con reventar. Paciencia por cuando vamos por la calle, y yo me pongo a cantar “¡Te quero, te quero, te quero! ¡Te quero, te quero, te quero! ¡Te quero, te quero, te quero! ¡Te quero, te quero, te querooooo!” y me pongo a bailar. Paciencia por hacerte salir de casa conmigo para ir observar aves o cazar leyendas cuando tú sólo quieres descansar. Paciencia por miles razones que ahora mismo se me olvidan, pero que a poco que piense sobre ellas, por la gran cantidad me van a enterrar.

¡Qué paciencia tienes conmigo, amor mío! ¡Qué paciencia, te lo digo de verdad!

No hay comentarios:

Publicar un comentario