Dedicado a toda la gente que quiero, y a toda esa gente que quiera formar parte de mi firmamento.
Es de noche. Me tumbo en aquella vieja lápida horizontal que antiguamente era una piedra que formaba parte de un reloj de sol, a la que le falta la varilla metálica que, con su sombra, marcaba las señales de las horas aún grabadas sobre su superficie. Podría decirse que descanso sobre el tiempo.
Aquí estoy, en los límites de este pequeño pueblecito, en el interior del terreno de su vieja iglesia, rodeado de tumbas que guardan los huesos de hombres y mujeres que en vida debieron vivir las mismas alegrías, tristezas y pasiones que todos los hombres ha vivido. Cada uno a su manera, pero cada uno tan humano como nosotros mismos. ¿A veces os detenéis a pensar en los muertos, en lo que vivieron? ¿Lo hacéis acaso con los vivos? Yo sé que mis padres, por ejemplo no son sólo eso. No son únicamente las personas que me criaron. Ellos también vivieron lo que yo he vivido, en otro tiempo, en otro lugar, y como yo sintieron la vida. Su infancia, su niñez, el primer amor de su adolescencia, sus amigos de juventud, los amigos que perdieron por el camino... y sienten la vida... como yo la he sentido... su propia vida, aquella que han compartido y aquella de la que nadie más sabe nada. Y así fue con mis abuelos, que vivieron una guerra, y así ha sido con los hombre. Porque el hombre evoluciona, pero sus sueños, pasiones e inquietudes siempre han sido las mismas.
Un hombre en el siglo XXI... pero miro las estrellas y bien pudiera ser un humano en el albor de los tiempos. Un hombre primitivo, que como yo ahora, contempló el mismo cielo, sintiéndose en consonancia con la naturaleza, y maravillado por sus misterios. Nada nos diferecia de los hombres de aquellos tiempos tiempos, salvo la cultura. Pero la base genética continúa siendo la misma, y los pensamientos y sentimientos, en su base, no han cambiado nada. Somos el mismo hombre.
Miro el cielo, y allí las veo: mis compañeras, las estrellas...
Antaño conocía el nombre de muchas de aquellas constelaciones. Recuerdo que en mi infancia, cuando vivía en el campo, mi padre me las nombraba. Y en las cálidas noches de verano, cuando los mayores y, nosotros, los niños, nos reuníamos bajo su luz contando historias, y en la mayoría de casos, nosotros, los más pequeños, escuchándolas embobados, contemplábamos las estrellas y nos íbamos marcando el mapa del cielo, y cada uno le decía el otro cual era tal constelación y que estrellas formaban parte de ellas. A veces las conocíamos por sus nombres astronómicos, y otras veces por sus nombres populares... pero aprendimos que sitio ocupaban en el cielo del mismo modo que nos habían enseñado a distinguir a los pájaros por su canto.
Han pasado los años, y aunque nunca he perdido mi fascinación por el cielo, la vida en la ciudad ha mellado mi memoria. Ya no recuerdo sus nombres.
¿Qué puedo hacer? Ahora miro el cielo, y lo que antaño era un conjunto de luces parpadeantes ordenado, a través del cual sólo se movían la luna y los planetas, ahora se me antoja un caos de luces móviles y cambiantes.
Miro el cielo desconocido, y acabo creando mis propias constelaciones, quizás como intentó hacer el primer hombre primitivo que se maravilló ante el cielo nocturno y quiso poner en orden las cosas...
Ahí está la Nebulosa de la Familia, apiñada en pequeñas nubes. Las dos estrellas más brillantes son Josep y Remei, tan cercanas, que con su luz me dieron la vida, y la vida de mi estrella hermana, Susana. Susana se ha movido y ahora es un estrella que no veo. Ha desaparecido del cielo, rumbo al hemisferio sur, formando allí su propia galaxia, junto a su estrella binaria, Ramon, y sus tres estrellas hijas, Èlia, Eduard y Marcel. Regresarán. Curiosa es la física, que pese a que son estrellas que no veo, su luz aún me llega a los ojos. Y en la Nebulosa de la Familia brillan gran multitud de estrellas, formada por tíos, abuelos, primos y demás. La luz de algunas de ellas ya extinguidas, pero formando todavía parte de mi recuerdo. Paco, Eva, Arantxa, María del Mar, Carmen, Teresa, Ton, Ramon, Ana, Cristina, Ángela, Joan S, María, Juan G, Aina, Arnau... nombres y nombres a las que se les podría seguir la pista.
Más allá, pero igual de próxima está la Constelación de los Amigos Íntimos. Con su luz, desde el cielo de Girona puedo afirmar que, en la oscuridad, me han iluminado más que el mismo sol del mediodía: Sandra, Manel, Andreu, Sergio M, Pili, Bibi, Isa, Óscar, David... forman mi otra familia. Y alrededor de estas estrellas muchas otras revolotean como cometas. Son y han sido parte de mi vida. Sergi C, Nacho, P Cavero, Sònia C, Vanessa L, Ana A, Susanna R, Mireia B, Josep S… una estrella, con su luz, conduce a la otra… y así, inevitablemente me olvidó de muchos nombres. Más allá, desde el cielo de Vilanova, brilla el recuerdo de algunas estrellas que murieron, y otras que permanecen aún como Narcís, Sònia, Santi, Rocker, Iván, o la estrella binaria formada por los dos Oriols: Oriol M y Oriol T... o Esther, cuya luz brilla con fuerza, proyectando pensamientos de equilibrio que me agradan. Y surgidos del calabozo desde donde trabajaba, la luminosidad de Gemma B y Juan V, de los que espero que el paso del tiempo no me separe.
Contemplo ahora otra zona que aún debo explorar bien. Su luz me ha llamado la atención y he entrado en su territorio descubriendo sus planetas. Son las Pléyades de los Amigos por Descubrir, que se aproxima peligrosamente a la Constelación de los Amigos Íntimos, y puede que con el tiempo algunas de sus estrellas acaben formando parte de ésta. Son las nuevas estrellas que me gustaría descubrir: Tatiana B, lejan en el firmamento; Verónica S, un lugar donde aún se esconde la magia; Mary, la estrella del cálido abrazo... Ismat, estrella nocturna que proyecta energía positiva... Noelia, Jordi, Raquel, Marta, Pasku... Se juntan y revolotean junto a muchas otras formando un grupo cercano y compacto, pero siempre abierto. Cristina E encajaría perfectamente aquí… Nombres que a veces van y vienen, que se me olvidan y vuelven al recuerdo. A algunas las miro y, día a día, su luz brilla cada vez más, con amor propio. Su luz embellece el cielo.
Y ahí está mi estrella Polar, Tere, que pese a estar más lejos que muchas otras estrellas más cercanas, con su brillo supo sacar mi corazón roto de los hielos fríos y oscuros en los que andaba atrapado. Que me recordó que en el cielo de la noche a veces está la salvación, y que las estrellas se llevan tus penas y las queman. Luz sanadora del alma, sus rayos me atravesaron y se mostraron como un don, enseñándome la fuerza que yo poseía. Mi astro guía, el faro de la noche que impidió que me hundiera en estas procelosas aguas de tristeza y autocompasión. Risa reparadora. Quizás la llegue a contemplar en todo su esplendor, brillando bajo el claro cielo de Málaga.
Está ahí la luna, astro rey del cielo de la noche. Verónica, la luna de mi cielo, que acalló mis llantos cuando la luz extinta de Silvia, aquella que amé con locura, aún me quemaba el corazón y por la que tantos llantos derramé. A ella también le debo parte de mi redención y renacimiento, porque fue, junto la estrella errante Desiree, la que en aquellos amargos momentos escuchó mis penas cuando creí que me derrumbaba. Ellas tendieron el brazo cuando creí que me ahogaba.
De Tere, Verónica y Desiree aprendí que la vida continúa, y con ellas llegó la chispa del autoconocimiento. Tere con su espiritualidad; Verónica, con su extraño hechizo mágico de bruja. Y entonces Rosa, la oscura princesa de la noche, moderna Hécate del firmamento negro, me hizo plantear preguntas y me dijo cosas que me hicieron pensar y meditar introspectivamente sobre mi yo verdadero.
Más allá, multitud de estrellas cuya luz he intuido, pero cuyo brillo no he llegado a ver. Sin embargo, aprendí de sus historias, vivencias y experiencias, descubriendo que aún en la oscuridad, se puede navegar. De ellas no he llegado a conocer nada más que su reflejo, pero con ellas he reído y llorado, y me siento cercano: Ana, Rocío, Lou, Jaime, Marga, que brevemente me ilumino con su brillante relámpago, Rut... Nerea, de todas ellas, la única con la que he coincidido bajo el cielo veraniego de Tarragona. Y Alberto, Arya, Paulo... cuyas palabras grabadas en el cielo, cruce de filosofía y sabiduría, me reconfortaron cuando mis ideales flaqueaban. ¡Aún quedan caballeros en la Tierra dispuestos a luchar por sus ideales, sólo eso os digo!
Y luego existen aún más y múltiples estrellas que me gustaría descubrir, porque guardan sus misterios... Nat, escurridiza cual gamusino; Marga M, luchadora sin par; la mística Sara, personificación del optimismo; Merche, cuyo brillo único e espiritual me recuerda al de Tere; la joven Tereseta, que me hizo creer que no existen los imposibles; Peck, creador de sueños que me recordó que existen hombres dispuestos a luchar por ellos; Vera, Sheila… Y Tània, Sadika o Vanessa, las estrellas de las que tan poco sé, pero de lo poco que sé, sé que me gustaría saber más...
Y más y más nombres: Luisa, Diana, Gemma C, Jorge S, Sandra, Sònia, Kaileena…
Estrellas de palabras e ideas, de sentimientos, luz y espiritualidad… pero también existen las estrellas que vienen marcadas por la acción y la vida pura, surgidas del reinos de fantasía que no descansan.
¡Contempladlas ahí! ¡Brillan frías como el hierro! Son las constelaciones conocidas como La Hermandad del Acero, cuyo resplandor recuerda al filo de la espada y el escudo antes de la batalla. La Era del Caos, de miembros cambiantes y los Paladines de Midgard, dispuestos a guardar el mundo del vacío del espacio. La luz del Dragón, donde Mireia B y Josep S se muestran habitualmente… Laura, hija del gran Cthulhu…
Y ahora contemplo las estrellas y las estrellas no me juzgan. Me iluminan con su luz y yo quisiera devolverles su luz con mi corazón. Van y vienen, algunas desaparecen y sé que otras de nueva aparecerán, pero no hay luz que no deje su recuerdo imprimido. A todas les debo algo, incluso aquellas que me dañaron con sus brillantes rayos de luz.
¿Y porqué miro el cielo nocturno, me preguntas?
Miro a la noche porque, cuando la miro, veo brillar todas esas estrellas en las que también brilla la luz de los que compartieron su alma conmigo. La luz de las preguntas que me hago, que no tienen otra respuesta salvo la pregunta misma. La luz de los sueños que nunca murieron.