La respuesta del Jefe Seattle al Gran Jefe
de Washington actualmente es considerado como uno de los discursos
ecológicos más emotivos que existen, aunque de él circulan varias
versiones distintas que han ido evolucionando con el paso del tiempo, tres de las cuales, las más conocidas, se presentan aquí. De
todas esas versiones, sin duda la más larga y emotiva es la versión que
escribiera Ted Perry con los añadidos de John Stevens, ya muy alejado
del verdadero discurso que diera Noah Seathl, Jefe Seattle, el año 1854.
A día de hoy resulta difícil saber con exactitud cuales fueron las
verdaderas palabras que realmente transmitió este personaje histórico a
Isaac Ingalls Stevens, el primer gobernador y comisionado del Territorio
de Washington que, usando una cuidadosa combinación de intimidación y
fuerza para forzar a las tribus indígenas del territorio de Washington a
firmar tratados donde entregaban la mayor parte de sus tierras y
derechos al gobierno del propio Stevens. Cuando Stevens encontraba
resistencia, usaba las tropas a su disposición para tomar venganza. Ante
este panorama desolador, se entienden mejor las palabras del jefe
indio. Sin embargo, más allá de la verdadera autoría de esas palabras,
pertenezcan realmente al Jefe Seathl o no, el mensaje que subyace en el
fondo es el mismo: la fina línea que separa la vida del hombre de la
naturaleza que le rodea, y la fina línea que separa la vida de la
supervivencia.
PERO... ¿QUIÉN FUE EL JEFE SEATTLE?
El
Jefe Seattle (también conocido como Sealth, Seathl o See-ahth) nació
alrededor del año 1786 en Blake Island, en el estado de Washington,
tierra a la que siempre quedaría ligado para la posteridad, ya que la
ciudad de Seattle, Washington, tomaría su nombre del gran jefe
amerindio. Para ser un nativo de Puget Sound era muy alto, midiendo 6
pies (alrededor de 182 cm). También era conocido como orador en su
idioma nativo (lushootseed meridional), y se dice que su voz podía
llegar hasta media milla de distancia cuando se dirigía a una audiencia.
Su padre, Schweabe, fue líder de la tribu suquamish, y su madre,
Sholitza, era la hija de un jefe de los duwamish; ya que en estos
pueblos se sigue una línea materna de descendencia, Seathl era
considerado un duwamish.
Seathl ganó su reputación por
el coraje, osadía y liderazgo demostrado emboscando y derrotando a
grupos de enemigos invasores que venían desde Green River en las faldas
de la cadena montañosa Cascade, y atacando a los chemakum y a los
s’klallam, tribus que vivían en la Península Olímpica. Siendo todavía un
joven jefe, consiguió el control de seis de las tribus locales, y fue
el líder de las tribus amerindias suquamish y duwamish. A través de los
años, mantuvo las relaciones amistosas iniciadas por su padre con los
colonos blancos y ayudó que estos se acomodasen en las nuevas tierras.
Se
casó tomando dos esposas de la aldea de Tola’ltu, justo al este de
Duwamish Head en Elliott Bay (ahora parte del oeste de Seattle). Su
primera esposa murió al dar a luz a su primera hija, que sería conocida
como Princesa Angelina por los pobladores blancos. Con su segunda esposa
tuvo varios hijos e hijas. Tras la muerte de uno de sus hijos, Seathl
se convirtió a la fe de la iglesia católica, bautizándose con el nombre
de Noah Seathl, probablemente alrededor de 1848, cerca de Olympia,
Washington. Toda su prole también fue bautizada y creció en la misma fe,
y su conversión marcó su aparición como un líder que buscaba la
cooperación con los nuevos colonos americanos. Falleció el 7 de junio de
1866, en la reserva suquamish de Port Madison, Washington (al norte de
Bainbridge Island y al este de Poulsbo).
Al decir de
algunos, el Jefe Seattle fue un cobarde y un traidor al aceptar el
tratado en que se cedía las tierras de los nativos norteamericanos al
hombre blanco. Sin embargo, al decir de otros, el Jefe Seattle, como
líder y con lo que pudo preveer en su momento, hizo la elección justa
para asegurar la supervivencia de su pueblo, que de otro modo hubiera
sido masacrado e, incluso, extinguido por el hombre blanco.
LA RESPUESTA DEL JEFE SEATTLE
El 10 de enero de 1854, el Jefe
Seattle se reunió con Isaac Ingalls Stevens, el primer gobernador y
comisionado del Territorio de Washington (lo que conllevaba aparejado
hacerse cargo de los asuntos indígenas), para discutir la venta o
rendición de las tierras de los nativos de aquella región a los nuevos
colonos blancos. Después de que el gobernador expusiera su misión,
Seattle se levantó para hablar y, apoyando una mano sobre la cabeza del
gobernador Stevens, mucho más bajo que él, con gran dignidad dio un
discurso que según algunos testimonios tuvo una duración de
aproximadamente media hora. Este discurso ha sido comúnmente conocido
como la “Respuesta del Jefe Seattle”.
Posteriormente, después de
más de treinta y dos años, el 29 de octubre de 1887, aparecería impresa
una versión de dicho discurso en el Seattle Sunday Star, escrita por
uno los testigos presenciales de dicho acontecimiento, el Dr. Henry A.
Smith. En base a unas extensas notas que había recogido ese día (que
nunca han sido halladas ni contrastadas), Smith tradujo el mensaje del
Jefe Seattle. Pese a que se sabe que, efectivamente, Smith acudió a
escuchar la alocución, la exactitud de la traducción del mismo se ha
puesto numerosas veces en duda, ya que Smith no hablaba el idioma del
Jefe Seattle, y se sabe que su mensaje fue traducido del lushootseed a
la jerga chinook (una lengua usada sobretodo en las transacciones
comerciales, mezcla de varios idiomas), y de ésta al inglés, de donde
Smith, a su vez, tomaría sus notas. Este proceso obviamente simplificó
mucho el mensaje de Seathl, perdiéndose buena parte de él en cada una de
sus traducciones. Ciertamente, la retórica que engalana la versión de
Smith -de un florido estilo victoriano, más propio de los antecedentes
de Smith que no de los de Seathl- es suya y no del jefe Seattle, y
muchos de los conceptos y las palabras presentes en la versión de Smith
serían difíciles de expresar en chinook, por lo que parece claro que la
interpretación de Smith posiblemente captura más el estilo de Seattle
que no sus contenidos específicos. El mismo Smith insistió en su momento
en que su versión no contenía la gracia y elegancia del discurso
original.
Sin embargo, en el año 1982, miembros del Museo
Suquamish determinaron, después de consultar algunos ancianos de su
tribu, que la versión de Smith es sin duda el mejor recuento del
discurso de Seathl que existe en la actualidad. Era éste, en esencia, un
discurso bastante pesimista, puesto que en la época en que se hizo era
común la creencia entre los blancos lo mismo que entre muchos
amerindios, que los americanos nativos se extinguirían de los nuevos
colonos.
Quizás el mensaje del Jefe Seattle hubiese pasado
desapercibido, si no hubiese sido que, hacia el año 1969, William
Arrowsmith, profesor de literatura clásica en la Universidad de Texas,
decidió tomar la versión del Dr. Henry A. Smith y reeditarla usando el
lenguaje y modo de hablar más común de las tribus de la región en la
época de Seathl, a la vez que actualizándolo para que tuviera un
lenguaje más actual, sin el florido estilo victoriano empleado por el
propio Henry A. Smith. Conversando con ancianos tradicionales de estas
tribus, Arrowsmith pudo desarrollar un sentido de la sintaxis que pudo
usarse antaño, a la vez que actualizarlo. Excepto por esta
modernización, el texto resultante era muy similar en mensaje y forma al
escrito original de Smith.
Sin embargo, la versión más conocida y
popularizada del discurso del Jefe Seattle, y posiblemente la más
bella, fue escrita alrededor del año 1972, obra de Ted Perry. Esta
versión guarda ya poco parecido con la versión de Henry A. Smith.
Perry
era dramaturgo, guionista y profesor de cine y teatro. Al parecer,
mientras daba clases en la Universidad de Texas, pudo acudir al primer
“Día de la Tierra” en dicho campus, donde escuchó a un orador leer la
versión del supuesto discurso del Jefe Seattle de Arrowsmith, adaptada a
los tiempos modernos. Cuando Perry recibió el encargo de escribir un
guión de profundo corte ecologista para una película llamada “Home”
(1972), que versaba sobre contaminación y ecología, producida por la
Comisión de Radio y Televisión de la Iglesia Bautista del Sur y cuyo
productor era un tal John Stevens, creó el precioso texto del discurso
del Jefe Seattle más popularizado. Perry no tenía idea que alguien
consideraría su trabajo como otra cosa que no fuera una ficción, y
cuando eso sucedió, trató de corregir la confusión. Efectivamente, a los
cambios añadidos por Perry, se sumarían los cambios añadidos por
Stevens, el productor del film. Stevens hizo algunos cambios al texto y
convirtieron el discurso en una carta enviada al Presidente Franklin
Pierce que en realidad jamás existió. Esta nueva versión trata al Jefe
Seattle como un visionario ecologista anticipado a su tiempo, hablando
sobre el conocimiento de su gente en el funcionamiento de la naturaleza,
y, justificadamente o no, hizo que se convirtiese en un modelo a seguir
por movimiento ecologista.
Así, aparte de algunos detalles
importantes, obra de Perry, como el hecho de obviar que la tribu de
Seattle se dedicase principalmente a la recogida de almejas, los
bisontes no habitaran en ese territorio, o el tren no llegase a esa
región hasta más de una década después de la muerte del jefe indio, se
añadieron otros cambios, obra de Stevens, que agregó frases referentes a
Dios y la línea “Soy un salvaje y no comprendo...”, entre otros. La
revista Environmental Action publicó la versión bautista del discurso en
su número del 11 de noviembre de 1972, convertida ya no en el discurso
que el Jefe Seathl dirigiera a Isaac Ingalls Stevens, sino en una carta
que envió al Presidente Franklin Pierce.
Actualmente, además, también circula por diversos medios una nueva interpretación acortada de la tercera versión.
LA VERSIÓN DE HENRY A. SMITH (1887)
“He allí el cielo que ha llorado lágrimas
de compasión sobre mi pueblo durante incontables siglos y que, aunque nos pueda
parecer inmutable y eterno, puede cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede
estar encapotado con nubes.
Mis palabras son como las estrellas que
nunca cambian. Cualquier cosa que diga Seattle, el gran jefe en Washington
puede confiar en ello tanto como él pueda confiar en el regreso del sol o de
las estaciones.
El jefe blanco dice que el Gran Jefe en
Washington nos envía saludos de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de
su parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son muchas sus
gentes. Son como la hierba que cubre vastas praderas. Mi gente es poca. Se
asemejan a los pocos árboles que se encuentran esparcidos en una pradera
azotada por una tormenta. El gran, y presumo – buen, Jefe Blanco dice que desea
comprar nuestra tierra pero que, al mismo tiempo, nos deja suficiente para que
vivamos confortablemente. Verdaderamente esto parece ser justo, y aún generoso,
ya que el Hombre Rojo no tiene más derechos que él necesite respetar, y la
oferta también parece ser sabia ya que no necesitamos más un territorio
extenso.
Hubo un tiempo en el que nuestra gente
cubría la tierra como las olas en un mar encrespado por el viento cubren el
fondo cubierto de conchas, pero ese tiempo hace mucho que desapareció junto con
la grandeza de las tribus que ahora son apenas un recuerdo doloroso. No trataré
el tema, ni lloraré sobre eso, de nuestra desaparición a tiempo, ni voy a
reprochar mis hermanos cara pálida con haberla acelerado, porque también
nosotros somos en algo responsables de ella.
La juventud es impulsiva. Cuando nuestros
jóvenes se enojan por alguna injusticia real o imaginaria, y se desfiguran sus
caras con pintura negra, denotan que sus corazones son negros, y que con
frecuencia son crueles e implacables, y nuestros viejos y viejas son incapaces
de moderarlos. Así siempre ha sido. Así fue cuando el hombre blanco empezó a
empujar a nuestros antepasados hacia el oeste. Pero esperemos que nunca
regresen las hostilidades entre nosotros. Tendríamos todo que perder y nada que
ganar. Los jóvenes consideran como ganancia a la venganza, aún al costo de sus
propias vidas, pero los viejos [que permanecen] en casa en momentos de guerra,
y las madres que tienen hijos que perder, saben que no es así.
Nuestro buen padre en Washington -ya que
presumo que ahora es nuestro padre al igual que suyo, ya que el Rey George ha
movido sus fronteras más hacia el norte- nuestro gran y buen padre, digo, nos
envía el mensaje de que si hacemos como él desea, él nos protegerá. Sus bravos
guerreros serán para nosotros como una erizada pared de fortaleza, y sus
maravillosos barcos de guerra llenarán nuestros puertos, para que nuestros
antiguos enemigos más al norte -los Haidas y Tsimshians- cesen de asustar a
nuestras mujeres, niños, y viejos. Realmente él será nuestro padre y nosotros
sus hijos.
Pero, ¿puede eso suceder alguna vez? ¡Su
Dios no es nuestro Dios! ¡Su Dios ama a su gente y odia a la mía! Él pliega
amorosamente sus fuertes brazos protectores alrededor del cara pálida y lo
conduce por la mano como un padre conduce a un hijo infante. Pero, Él ha
desamparado a Sus hijos Rojos, si realmente son Suyos. Nuestro Dios, el Gran
Espíritu, parece que también nos ha abandonado. Su Dios hace que su gente se
haga más fuerte cada día. Pronto ellos llenarán todas las tierras.
Nuestro pueblo está menguando como una
marea que retrocede rápidamente y que nunca regresará. El Dios del hombre
blanco no puede amar a nuestra gente o Él los hubiera protegido. Ellos parecen
huérfanos que no tienen donde buscar ayuda. ¿Cómo, entonces, podemos ser
hermanos? ¿Cómo puede su Dios llegar a ser nuestro Dios y renovar nuestra
prosperidad y despertar en nosotros sueños de una grandeza que regresa? Si
tenemos un Padre Celestial común, Él debe estar parcializado, porque Él vino
hacia Sus hijos cara pálida.
Nosotros nunca lo Vimos. Él les dio leyes
pero no tuvo palabras para Sus niños rojos cuyas prolíficas multitudes una vez
llenaban este vasto continente como las estrellas llenan el firmamento. No;
somos dos razas diferentes con orígenes diferentes y destinos separados. Hay
muy poco en común entre nosotros.
Para nosotros, las cenizas de nuestros
antepasados son sagradas y su lugar de reposo es terreno reverenciado. Ustedes
se alejan de las tumbas de sus antepasados y aparentemente sin pena. Su
religión fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de su Dios
para que así ustedes no pudieran olvidar.
El Hombre Rojo nunca podría comprender o
recordarlo. Nuestra religión es las tradiciones de nuestros antepasados -los
sueños de nuestros hombres viejos, dados en las horas solemnes de la noche por
el Gran Espíritu; y las visiones de nuestros jefes, y está escrita en los
corazones de nuestra gente.
Sus muertos dejan de amarlos y la tierra
natal tan pronto como traspasan los portales de la tumba y vagan más allá de
las estrellas. Ellos pronto son olvidados y nunca regresan.
Nuestros muertos nunca olvidan este
hermoso mundo que les dio vida. Ellos todavía aman a sus verdes valles, sus
rumorosos ríos, sus magníficas montañas, sus apartadas cañadas y lagos y bahías
bordeados de verde, y siempre suspiran con un tierno y cariñoso afecto por los
seres vivos de corazones solitarios, y con frecuencia regresan del feliz coto
de caza para visitarlos, guiarlos, consolarlos, y confortarlos.
Día y noche no pueden convivir. El Hombre
Rojo siempre ha rehuido los acercamientos del Hombre Blanco, como la neblina
matutina huye antes que aparezca el sol de la mañana. Sin embargo, su
proposición parece justa y creo que mi gente la aceptará y se retirará a la
reservación que usted le ofrece. Entonces, viviremos separados en paz, ya que
las palabras del Gran Jefe Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que
hablan a mi gente desde la densa oscuridad.
Importa poco donde pasemos el resto de
nuestro días. No serán muchos. La noche del Indio promete ser oscura. Ni
siquiera una simple estrella revolotea en su horizonte. Vientos de voz triste
se lamentan en la distancia. Un triste destino parece estar en el camino del
Hombre Rojo, y donde quiera escuchará los pasos que se aproximan de su cruel
destructor y se prepara impasiblemente a enfrentar su destino, como hace el
antílope herido que escucha los próximos pasos del cazador.
Una pocas lunas más, unos pocos inviernos
más, y ninguno de los descendientes de los poderosos espíritus que alguna vez
se movían por esta amplia tierra o vivían en hogares felices, protegidos por el
Gran Espíritu, permanecerá para llorar sobre las tumbas de un pueblo que una
vez fue más poderoso y con más esperanzas que el suyo.
Pero, ¿por qué debo llorar sobre el
destino a destiempo de mi pueblo? Tribus siguen a tribus, y naciones siguen a
naciones, como las olas del mar. Es el orden de la naturaleza, y lamentarse es
inútil. Su momento de decadencia puede estar distante, pero seguramente
llegará, porque aún el Hombre Blanco cuyo Dios caminó y habló con él como un
amigo a otro, no puede estar exonerado del destino común. Puede que seamos
hermanos, después de todo. Veremos.
Estudiaremos su proposición y cuando
hayamos decidido, se lo haremos saber. Pero, si la aceptamos, yo aquí y ahora
pongo esta condición, que no se nos niegue el privilegio, sin molestarnos, de
visitar en cualquier momento las tumbas de nuestros ancestros, amigos, e hijos.
Cada parte de este suelo es sagrado en la consideración de mi pueblo. Cada
ladera, cada valle, cada pradera y huerto, ha sido consagrada por algún triste
o feliz evento en días hace tiempo desaparecidos.
Aún las rocas, que parecen ser mudas y
muertas ya que se tuestan en sol a lo largo de la costa silenciosa, están
llenas con las memorias de eventos excitantes conectados con las vidas de mi
gente, y el mismo polvo sobre el cual ustedes se encuentran responde con más
amor a nuestras pisadas que a las suyas, debido a que ha sido enriquecido por
la sangre de nuestros antepasados, y nuestros pies desnudos son conscientes del
toque simpático. Nuestros difuntos, bravos, amadas madres, alegres y felices
doncellas, y aún los niños que vivieron aquí y se regocijaron aquí por una
breve estación, amarán estas soledades sombrías y, durante la caída de la
tarde, ellos recibirán a los tenebrosos espíritus que regresan.
Y, cuando el último Hombre Rojo haya
perecido, y la memoria de mi tribu se haya convertido en un mito entre el
Hombre Blanco, estas playas estarán repletas de muertos invisibles de mi tribu,
y cuando los hijos de sus hijos se crean solos en el campo, la tienda, el
taller, en la carretera, o en el silencio de los bosques sin senderos, ellos no
estarán solos. En toda la tierra no hay lugar dedicado a la soledad. En la
noche, cuando las calles de sus ciudades y pueblos estén silenciosas y ustedes
crean que estén desiertas, ellas estarán atestadas con los huéspedes que
regresan y que una vez las llenaban y que todavía aman esta hermosa tierra. El
Hombre Blanco nunca estará solo.
Que él sea justo y trate amablemente a mi
gente, porque los muertos no son impotentes.”
LA VERSIÓN DE WILLIAM ARROWSMITH (1969)
“Hermanos,
ese cielo que está encima de nosotros se ha compadecido de nuestros
padres durante muchos siglos. Nos puede parecer inmutable, pero puede
cambiar. Hoy está despejado. Mañana puede estar encapotado con nubes.
Mis
palabras son como las estrellas. Ellas nunca se ponen. Lo que diga
Seattle, el gran jefe en Washington puede confiar en ello tanto como
nuestros hermanos blancos pueden confiar en el regreso de las
estaciones.
El hijo del Jefe Blanco dice que su padre
nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Esto es muy amable de su
parte ya que sabemos que él necesita poco de nuestra amistad. Son
muchas sus gentes, como la hierba que cubre las praderas. Mi gente es
poca, como los árboles esparcidos por las tormentas en las praderas.
El
gran -y bueno, presumo- Jefe Blanco dice que desea comprar nuestra
tierra. Pero él reservará suficiente para que podamos vivir
confortablemente. Esto parece ser generoso, ya que el hombre no tiene
más derechos que él necesite respetar. También podría ser sabio, ya que
no necesitamos más un gran territorio. Hubo un tiempo en que mi pueblo
cubría esta tierra como la marea moviéndose con el viento por los llanos
cubiertos de conchas. Pero ese tiempo se ha ido, y con él la grandeza
de tribus ahora casi olvidadas.
Pero no lloraré por la
desaparición de mi pueblo. Ni voy a reprochar a mis hermanos blancos por
haberla causado. Quizás también nosotros somos parcialmente culpables.
Cuando nuestros jóvenes se enojan por alguna injusticia, real o
imaginaria, se desfiguran sus caras con pintura negra. Entonces también
sus corazones están desfigurados y feos. Son crueles y su crueldad no
tiene límites, y nuestros viejos no pueden moderarlos.
Esperemos
que nunca regresen las guerras entre el hombre rojo y sus hermanos
blancos. Tendríamos todo que perder y nada que ganar. Los jóvenes
consideran a la venganza como una ganancia, aún cuando pierden sus
propias vidas. Pero los viejos que se quedan atrás en la guerra, madres
con hijos que perder, ellos saben que no es así.
Nuestro
gran padre Washington -porque él debe ser nuestro padre al igual que
suyo, desde que George movió sus fronteras más hacia el norte- nuestro
gran y buen padre nos envía el mensaje con su hijo, quien seguramente es
un gran jefe entre su gente, de que nos protegerá si hacemos lo que él
desea. Sus bravos soldados serán una fuerte pared para mi pueblo, y sus
grandes barcos de guerra llenarán nuestros puertos. Entonces nuestros
antiguos enemigos del norte -los Haidas y Tsimshiams-cesarán de asustar a
nuestras mujeres y viejos. Entonces será nuestro padre y nosotros
seremos sus hijos.
Pero, ¿puede eso suceder alguna vez?
Su Dios ama a su pueblo y odia a la mía. Él pone sus fuertes brazos
alrededor del hombre blanco y lo conduce por la mano, como un padre
conduce a su pequeño hijo. Él ha abandonado a sus hijos rojos. Él hace
que su gente sea cada vez más fuerte. Pronto inundarán toda la tierra.
Pero mi pueblo es como una marea menguante que nunca regresará. No, el
Dios del hombre blanco no puede amar a sus hijos rojos o él los hubiera
protegido. Ahora somos huérfanos. Nadie está para ayudarnos.
¿Cómo,
entonces, podemos ser hermanos? ¿Cómo puede ser su padre nuestro padre,
y lograr que prosperemos y despertar en nosotros sueños de una futura
grandeza? Su Dios debe esta parcializado. Vino hacia el hombre blanco.
Nosotros nunca lo vimos, ni siquiera escuchamos su voz. Él les dio leyes
al hombre blanco, pero no tuvo palabras para sus niños rojos cuyas
multitudes una vez llenaban esta tierra como las estrellas llenan el
firmamento.
No, somos dos razas diferentes, y debemos permanecer separados. Hay muy poco en común entre nosotros.
Para
nosotros, las cenizas de nuestros antepasados son sagradas. Sus tumbas
son suelo sagrado. Pero ustedes son personas errantes, dejando detrás
las tumbas de sus padres, y no les da pena.
Su religión
fue escrita sobre lápidas de piedra por el dedo de hierro de un Dios
enojado, para que así no la olvidaran. El hombre rojo nunca podría
comprender o recordar eso. Nuestra religión es las tradiciones de
nuestros antepasados, los sueños de nuestros hombres viejos, enviados
por el Gran Espíritu, y las visiones de nuestros jefes. Y está escrita
en los corazones de nuestra gente.
Sus muertos se
olvidan de ustedes y de la tierra que los vio nacer tan pronto como van
más allá de la tumba y pasean entre las estrellas. Rápidamente son
olvidados y nunca regresan. Nuestros muertos nunca olvidan esta hermosa
tierra. Es su madre. Ellos siempre aman y recuerdan a sus ríos, sus
grandes montañas, sus valles. Ellos suspiran por los seres vivos, que
también están solitarios y que añoran sus muertos. Y sus espíritus
regresan con frecuencia para visitarnos y consolarnos.
No, día y noche no pueden convivir.
El
hombre rojo siempre se ha retirado ante los avances del hombre blanco,
como la neblina en las laderas de la montaña huye ante el sol de la
mañana.
Así que me parece justa su proposición, y creo
que mi gente la aceptará y se retirará a la reservación que usted le
ofrece. Viviremos separados, y en paz. Porque las palabras del Gran Jefe
Blanco parecen ser las palabras de la naturaleza que hablan a mi gente
desde la densa oscuridad -una oscuridad que se adhiere a nosotros como
la neblina nocturna que se mueve tierra adentro desde el mar.
Importa
poco donde pasemos el resto de nuestros días. No serán muchos. La noche
del indio será oscura. Ninguna estrella luminosa brilla en su
horizonte. El viento es triste. El destina caza al hombre rojo. Donde
quiera que vaya, escuchará los pasos de su destructor que se aproxima, y
se prepara para morir, como el antílope herido que escucha los pasos
del cazador.
Una pocas lunas más, unos pocos inviernos
más, y ninguno de los descendientes de de las grandes tribus que alguna
vez vivieron en esa amplia tierra o que vagan ahora en pequeñas bandas
en los bosques quedarán para llorar sobre las tumbas de un pueblo que
una vez fue tan poderoso y con tantas esperanzas como el suyo.
Pero,
¿por qué debo llorar sobre el paso de mi pueblo? Las tribus están
compuestas por hombres, nada más. Los hombres van y vienen, como las
olas del mar. Una lágrima, una oración al Gran Espíritu, un canto
fúnebre, y ellos desaparecen de nuestros añorantes ojos para siempre.
Incluso el hombre blanco, cuyo Dios caminó y conversó con él como un
amigo con otro amigo, no puede estar exonerado del destino común.
Puede que seamos hermanos, después de todo. Veremos.
Consideraremos
su oferta. Cuando hayamos decidido, se lo haremos saber. En caso de que
aceptemos, aquí y ahora pongo esta condición: nunca se nos negará el
derecho a visitar, en cualquier momento, las tumbas de nuestros padres y
nuestros amigos.
Cada parte de esta tierra es sagrada
para mi pueblo. Cada ladera, cada valle, cada claro y bosque, es sagrada
para la memoria y experiencia de mi pueblo. Inclusos esas rocas mudas a
lo largo de la costa están cargadas de eventos y recuerdos de la vida
de mi pueblo. El polvo bajo sus pies responde con más amor a nuestras
pisadas que a las suyas debido a que son las cenizas de nuestros
abuelos. Nuestros píes desnudos reconocen el toque familiar. La tierra
es rica con las vidas de nuestra gente.
Los jóvenes,
las madres y las niñas, los niños que una vez vivieron y fueron felices
aquí, todavía aman estos lugares solitarios. Y al atardecer, los bosques
se oscurecen con la presencia de los muertos. Cuando el último hombre
rojo se haya desvanecido de esta tierra, y su memoria sea solamente una
historia entre los blancos, estas costas todavía estarán repletas de
muertos invisibles de mi gente. Y cuando los hijos de sus hijos piensen
que están solos en los campos, los bosques, los talleres, los caminos o
en la quietud de los bosques, ellos no estarán solos. No hay lugar en
este país donde un hombre pueda estar solo. En la noche, cuando las
calles de sus pueblos y ciudades estén silenciosas y ustedes crean que
están desiertas, ellas estarán atestadas con espíritus que regresa y que
una vez las llenaban y que todavía aman estos lugares. El hombre blanco
nunca estará solo.
Que él sea justo y trate amablemente a mi gente. También los muertos tienen poder.”
LA VERSIÓN DE TED PERRY Y JOHN STEVENS (1972)
“El gran Jefe de Washington nos envía un mensaje para hacernos saber que desea comprar nuestra tierra.
También nos manda palabras de hermandad y de buena voluntad. Agradecemos el detalle, pues sabemos que no necesita de nuestra amistad. Pero vamos a considerar su oferta, porque también sabemos de sobra que, de no hacerlo así, quizá el hombre blanco nos arrebate la tierra con sus armas de fuego.
Pero... ¿Quién puede comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esa idea es para nosotros extraña. Ni el frescor del aire, ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podría alguien comprarlos? Aún así, trataremos de tomar una decisión.
Podéis estar seguros de lo que decida y por tanto del compromiso de mis palabras. Mis palabras son como las estrellas: eternas, nunca se extinguen. Pero tenéis que saber que cada trozo de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada aguja de un abeto, cada playa de arena, cada niebla en la profundidad de los bosques, cada claro entre los árboles, cada insecto que zumba es sagrado para el pensar y sentir de mi pueblo. La savia que sube por los árboles es sagrada experiencia y memoria de mi gente. Los muertos de los blancos olvidan la tierra en que nacieron, cuando mueren y desaparecen para vagar por las estrellas. Los nuestros, en cambio, nunca se alejan de la tierra, pues es la madre de todos nosotros. Somos una parte de ella, y la flor perfumada, el ciervo, el caballo, el águila majestuosa, son nuestros hermanos. Las escarpadas montañas, los prados húmedos, el cuerpo sudoroso del potro y el hombre..., todos pertenecen a la misma familia.
Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington nos envió el recado de que quería comprar nuestra tierra, exigía demasiado de nosotros. El Gran Jefe nos quiere hacer saber que pretende darnos un lugar donde vivir tranquilos. Él sería nuestro padre, y nosotros seríamos sus hijos. ¿Pero eso será posible algún día? Dios debe amar a vuestro pueblo y ha abandonado a sus hijos rojos. Él ha enviado máquinas para ayudar al hombre blanco en su trabajo, y con ellas se construyen grandes poblados. Él hace que vuestra gente sea, día a día, más numerosa. Pronto invadiréis la tierra, como ríos que se desbordan desde las gargantas montañosas, como una inesperada lluvia. Mi pueblo, sin embargo, es como una corriente desbordada, pero sin retorno.
No, nosotros somos razas diferentes. Nuestros hijos y los vuestros no juegan juntos, y vuestros ancianos y los míos no cuentan las mismas historias. Dios os es favorable, y nosotros nos sentimos huérfanos. Aun así, meditaremos sobre vuestra oferta de comprarnos la tierra. No será fácil, porque esta tierra es sagrada para nosotros. Nos sentimos alegres en estos bosques. Ignoro el por qué, pero nuestra forma de vivir es diferente a la vuestra. El agua cristalina, que corre por los arroyos y los ríos no es sólo agua, es también la sangre de nuestros antepasados.
Si os la vendiéramos tendríais que recordar que es sagrada, y enseñarlo así a vuestros hijos. De hecho, los ríos son nuestros hermanos. Nos libran de la sed, arrastran nuestras canoas y nos procuran alimento. Cada imagen fantasmagórica que reflejan las claras aguas de los lagos son el recuerdo de los hechos que ocurrieron y la memoria de mis gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
Así es, Padre Blanco de Washington: los ríos son nuestros hermanos. Si os vendemos nuestra tierra, tendréis que recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos -y en adelante, los vuestros- y tratarlos con el mismo cariño y dulzura que se trata a un hermano. Es evidente que el hombre blanco no entiende nuestra manera de ser. Os es indiferente una tierra que otra porque no la ve como a una hermana, sino como a una enemiga. Cuando ya la ha hecho suya, la desprecia y sigue caminando. Deja atrás la tumba de sus padres sin importarle. Saquea la tierra de sus hijos y le es indiferente. Trata a su madre -la Tierra- y a su hermano -el firmamento- como a objetos que se compran, se usan y se venden como ovejas o como cuentas de colores. Hambriento, el hombre blanco acabará tragándose la tierra, no dejando tras de sí más que un desierto.
Mi gente siempre se ha apartado del ambicioso hombre blanco, igual que la niebla matinal en los montes cede ante el sol naciente. Pero las cenizas de nuestros antepasados, sus tumbas, son tierra santa, y por eso estas colinas, estos árboles, esta parte del mundo, nos es sagrado. No sé, pero nuestra forma de ser es muy diferente de la vuestra. Quizá sea porque soy lo que vosotros llamáis un salvaje y, por eso, no entiendo bien. La vista de vuestras ciudades hiere los ojos y el oído de mi gente. Quizá porque el Piel Roja es un salvaje y no lo comprende. No hay silencio alguno en las ciudades de los blancos, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera y el zumbido de los insectos. No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar desde el que poder escuchar en primavera el brote de las hojas o el revolotear de un insecto. Tal vez sea porque soy lo que llamáis un salvaje y no comprenda algunas cosas... El ruido de vuestras ciudades es un insulto para el oído de mi gente y yo me pregunto ¿Qué clase de vida tiene el hombre que no es capaz de escuchar el grito solitario de la garza o el diálogo nocturno de las ranas en un estanque? Mi pueblo puede sentir el suave susurro del viento sobre la superficie del lago, el olor del aire limpio por el rocío de la mañana y perfumado al mediodía por el aroma de los pinos.
El aire es de gran valor para nosotros, pues todas las cosas participan del mismo aliento: el animal, el árbol, el hombre, todos. El hombre blanco parece no dar importancia al aire que respira, a semejanza de un hombre muerto desde hace varios días, embotado por su propio hedor. Pero, si os vendemos nuestra tierra, no olvidéis que tenemos el aire en gran estima, que el aire comparte su espíritu con la vida entera. El viento dio a nuestros padres el primer aliento, y recibirá el último. Y el viento también insuflará la vida a nuestros hijos. Y si os vendiéramos nuestra tierra, tendríais que cuidar el aire como un tesoro y cuidar la tierra como un lugar donde también el hombre blanco sepa que el viento sopla suavemente sobre la hierba en la pradera. Si decidiese aceptar vuestra oferta, tendría que poneros una condición: que el hombre blanco considere a los animales de estas tierras como hermanos.
Soy lo que llamáis un salvaje y no comprendo vuestro modo de vida, pero he visto miles de búfalos muertos, pudriéndose al sol en la pradera. Muertos a tiros, sin sentido, por el hombre blanco desde un tren en marcha. Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo una máquina humeante -el caballo de hierro- puede importar más que el búfalo, al que nosotros sólo matamos para sobrevivir. ¿Qué es el hombre sin animales? Si todos los animales desaparecieran el hombre moriría de una gran soledad de espíritu, pues lo que ocurra con los animales también le sucederá al hombre. Todas las cosas están estrechamente unidas.
Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la Tierra es nuestra madre. Lo que le ocurre a la Tierra también le ocurre a los hijos de la Tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos. Nosotros sabemos que la tierra no pertenece al hombre, que es el hombre el que pertenece a la Tierra. Lo sabemos muy bien, Todo está ligado entre sí, como la sangre une a una misma familia. El hombre no tejió la trama de la vida, es sólo una fibra de la misma. Lo que haga con ese tejido, se lo hace a sí mismo.
Tenéis que enseñar a vuestros hijos que el suelo que está bajo sus pies contiene las cenizas de los nuestros. Para que respeten la tierra, contadles que la tierra contiene las almas de nuestros antepasados. Nuestros muertos siguen viviendo entre las dulces aguas de los ríos, y regresan, de nuevo, con cada suave paso de la Primavera, y sus almas van con el viento que sopla, rizando la superficie del lago.
Consideramos la posibilidad de que el hombre blanco nos compre nuestra tierra. Pero mi pueblo pregunta: ¿Qué es lo que quiere el hombre blanco? ¿Cómo se puede comprar el Cielo, o el calor de la tierra, o la velocidad del antílope? ¿Cómo vamos a vender todo esto y cómo vais a poder comprarlo? ¿Acaso podréis hacer con la tierra lo que queráis, sólo porque firmemos un pedazo de papel y se lo entreguemos al hombre blanco? Si nosotros no poseemos el frescor del aire, ni el resplandor del agua, ¿cómo vais a poder comprarlo? ¿Es que, acaso, podréis comprar los búfalos cuando ya hayáis matado al último?
Consideraremos la oferta. Sabemos que si no os la vendemos vendrá el hombre blanco y se apoderará de ella por la fuerza. También sabemos una cosa que, tal vez, el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es vuestro Dios. Podéis pensar que ahora Él os pertenece, de igual manera que hoy deseáis que nuestras tierras sean vuestras. Pero no es así. Él es el Dios de todos los hombres y su amparo alcanza por igual a mi gente y a la vuestra.
Consideraremos vuestra oferta de que vayamos a una reserva. Queremos vivir aparte y en paz. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. Nuestros hijos verán a sus padres sumisos y vencidos. Nuestros guerreros estarán avergonzados. Después de la derrota pasarán sus días en la holganza, y envenenarán sus cuerpos entre comida y alcohol. No importa dónde pasemos el resto de nuestros días. No quedan ya muchos. Sólo algunas horas -un par de inviernos- y no quedará ningún hijo de la gran estirpe que en otros tiempos vivió en esta tierra, y que ahora en pequeños grupos viven dispersos por el bosque, para gemir sobre las tumbas de su pueblo. Un pueblo que en otros tiempos fue tan poderoso y tan lleno de esperanza como el vuestro.
¿Pero, por qué entristecerse por la desaparición de una nación? Las naciones están hechas por hombres. Es así. Los hombres aparecen y desaparecen como las olas del mar. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común de las cosas. Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos... Porque también los blancos desaparecerán, y quizá antes que otras estirpes. Continuad contaminando y corrompiendo vuestro lecho y cualquier noche moriréis ahogados en vuestros propios excrementos. Eso sí..., caminareis hacia la extinción rodeados de gloria y espoleados por la creencia en un Dios que os da poder sobre la Tierra y sobre los demás hombres.
Cuando todos los búfalos se hayan ido, los caballos salvajes hayan sido domados, el rincón más secreto del bosque invadido por el ruido de la multitud, y la visión de las colinas esté manchada por los alambres parlantes, cuando desaparezca la espesura y el águila se extinga, habrá que decir adiós al caballo veloz y a la caza. Y sólo podréis comeros el dinero. Será el final de la vida y el comienzo de otra. Por algún motivo que se me escapa, Dios os concedió el dominio sobre los animales, los bosques y los Pieles Rojas. Quizá podríamos comprenderlo si supiésemos qué es lo que sueña el hombre blanco, qué ideales ofrece a los hijos en las largas noches de invierno, y qué visiones bullen en su imaginación, hacia las que tienden el día de mañana. Pero nosotros somos "salvajes". Los sueños del hombre blanco nos están vedados. Y porque nos están ocultos, nosotros vamos a seguir nuestro propio camino.
Pues, ante todo, estimamos el derecho que tiene cada ser humano a vivir tal como desea, aunque sea de modo muy diverso al de sus hermanos. No es mucho lo que nos une.
Consideraremos vuestra oferta... Si aceptamos es sólo por asegurarnos la reserva que habéis prometido. Quizá, allí podamos acabar los pocos días que nos quedan, viviendo a nuestro modo. Pero cuando el último Piel Roja de esta tierra desaparezca y su recuerdo sea solamente la sombra de una nube sobre la pradera, todavía estará vivo el espíritu de mis antepasados en estas orillas y estos bosques. Pues ellos amaban esta tierra, como ama el recién nacido el latido del corazón de su madre.
Si os llegáramos a vender nuestra tierra, amadla como nosotros la hemos amado. Cuidad de ella como nosotros la cuidamos y conservad el recuerdo de esta tierra tal como os la entregamos.
¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Qué ha sido del águila? Desapareció.
Así se acaba la vida y empieza la supervivencia.
Esperamos que el hombre blanco sea justo y amable en su trato con mi pueblo, pues los muertos no carecen de poder y no existe en esta tierra un espacio de soledad. Por las noches, cuando las calles de las ciudades blancas estén en silencio y el hombre blanco las crea desiertas, resonarán en realidad con el eco de nuestras huestes que retornan a las tierras que amaron en vida. El hombre blanco nunca estará solo.
Que nunca olvide esto, pues los muertos siguen siendo poderosos. ¿He dicho muertos? No existe tal cosa como la muerte, sólo una transición entre mundos.”