lunes, 30 de septiembre de 2019

LEYENDAS DE LAS PENAS DE RODAS

Las Penas de Rodas, en el municipio de Outeiro de Rei, en la provincia de Lugo, Galicia, son dos enormes rocas graníticas cuya disposición hacen creer, al decir de unos, que se trata simplemente de una formación natural un tanto curiosa, y a decir de otros, que bien pudiera tratarse de un antiguo observatorio astronómico sagrado donde se celebraría, de forma simbólica, la unión del Sol con la Tierra. Independientemente de que sea uno u otro caso, lo cierto es que alrededor de este lugar tan encantador y evocador circulan multitud de leyendas, unas pocas de las cuales pasaré a explicar a continuación.

Entre las Penas de Rodas.

No es sorprendente que un lugar tan extraordinario como las Penas de Rodas haya dado origen a un gran número de leyendas. Posiblemente en este artículo no explique todas las que existen, y de las pocas que cuente aquí, hay que tener en cuenta que existen multitud de variedades de las mismas que pueden omitir o añadir algún que otro detalle. En todo caso, espero que las disfrutéis.

Vista semilateral de las Penas de de Rodas.

LA PIEDRA QUE SE PARTIÓ EN DOS

Cuenta una leyenda que las dos enormes piedras que actualmente forman el conjunto de las Penas de Rodas originalmente eran parte de una única roca. Cuando ésta cayó (no se especifica exactamente de dónde)  y se abrió por la mitad, esparció todo el alquitrán que tenía en su interior, petrificando a todos los habitantes de la zona. Es por eso que, en los alrededores de estas rocas, se encuentran numerosas piedras de gran tamaño, algunas de ellas de formas caprichosas: no son otros que los cuerpos de los antiguos habitantes de este lugar, que con el transcurrir del tiempo, y a causa de los elementos, han acabado siendo erosionados y cubiertos de liquen y musgo.

En las Penas de Rodas.

ORO Y ALQUITRÁN

Una leyenda, que en ciertos aspectos nos recuerda a la anterior historia, explica que el interior de una de las Penas de Rodas está llena de oro, mientras que el interior de la otra está llena de alquitrán. Si una persona logrará averiguar que roca es la que contiene el oro y la partiese, se haría enormemente rico, pero si errase y escogiera la roca equivocada, cuyo interior está lleno de alquitrán, al partirla, ésta se abriría por la mitad inundando toda la comarca de esta pegajosa sustancia negra, haciendo desaparecer ambas rocas, llevándose consigo a aquel que la hubiere partido, dejando toda la zona anegada, ahogando a todos sus habitantes y transformando la tierra en un páramo negro, infértil y desolador. Es por esa misma razón, explican, que las dos rocas todavía se conservan perfectamente hoy en día: ya que aunque el deseo del oro puede ser grande, el deseo de vivir es aún mayor.

Una contiene oro, la otra alquitrán. ¿Cuál es cuál?

LAS PENAS DE RODAS SON OBRA DE UN TRASNO O DEL DIABLO

Por su parte, los habitantes de la parroquia de Gaioso, cerca de las Penas de Rodas, cuentan que éstas son la obra de algún trasno burlón (una especie de duende o trasgo gallego), o del mismísimo diablo, que las puso allí para ver si algún hombre es capaz de moverlas, y reírse de todos aquellos que lo intentan sin lograrlo.

Un trasnu o el diablo colocó las piedras...

LA MAGIA DE LOS ANTIGUOS DRUIDAS

Por otro lado, enlazando con la creencia de que las Penas de Rodas y buena parte del paraje que la rodea bien pudiera ser mano del hombre, no falta quién ha querido ligar la existencia de estos dos enormes peñascos a los antiguos druidas celtas, que serían los habrían conjurado esas dos enormes esferas graníticas, introduciendo en su interior una fuerza tan mágica y poderosa que nadie se ha atrevido a definirla jamás. Si esas rocas se partieran, por los motivos que fueran y la energía de su interior quedase liberada, el mundo conocido sufriría una metamorfosis profunda, aunque no queda claro si esa metamorfosis sería física o espiritual.

En honor a los viejos cultos paganos...

Aunque esta leyenda hace referencia a los druidas celtas y evoca a tiempos antiguos, lo cierto  es que parece ser una historia relativamente moderna, surgida, quizás de algunas creencias, cultos o movimientos neopaganos.

LA BENDICIÓN DE LOS DIOSES ANTIGUOS

Otra leyenda, también relacionada con los antiguos cultos paganos, asegura que si durante los días del solsticio de verano (alrededor del día 22 de junio y los seis días siguientes) cuando los días se alargan y las noches se hacen más cortas, uno va hasta las Penas de Rodas al atardecer y deposita sobre el altar que hay delante de ellas una ofrenda de flores, frutas y conchas de mar en honor a los antiguos dioses y permite que el último rayo de luz antes de anochecer lo alcance, el aire gira a su alrededor, la luz lo envuelve durante un momento y es como si los antiguos dioses lo aceptaran y bendijeran. En que consiste exactamente esa bendición, es difícil decirlo.

Colocando una ofrenda...

Personalmente, nosotros visitamos las Penas de Rodas el 17 de septiembre de 2019, pero creímos que no estaba de más hacer alguna que otra pequeña ofrenda, que colocamos sobre una de las piedras que hay en la parte posterior de las dos rocas principales. Nunca está de más armonizar con la naturaleza.

Una ofrenda hecha a base de materiales naturales encontrados por el lugar.

TEMPLO ASTRONÓMICO Y LUGAR DE CULTO, ¿REALIDAD O LEYENDA?

Algunas investigaciones elaboradas hasta el momento hipotetizan que las Penas de Roda bien pudieran ser producto de la mano humana, ya que fijan su orientación hacia la puesta del sol del solsticio de verano y la salida solar del solsticio de invierno. Así, se cree que los dos enormes bolos de piedra y buena parte de sus alrededores muy bien pudieran ser los restos de un viejo observatorio astronómico y lugar de culto que podría haber sido utilizado a modo de calendario para la predicción de fechas importantes relacionadas con el ciclo agrícola.

Fotografiando el lugar...

Los investigadores sustentan esta teoría en base a la precisa orientación de las piedras hacia la puesta de sol, y su proximidad a la ciudad de Lucus Augusti (Lugo), para otorgar una gran certeza a su posible origen romano, aunque no falta quién asegura que este observatorio solar perfectamente podría haber sido levantado anteriormente por los copori que habitaban el lugar antes de la llegada de los romanos mismos. Así, la existencia del santuario de las Penas de Rodas en territorio copori guardaría cierto paralelismo con un ritual hierogamo (celebración de un matrimonio sagrado o unión carnal o espiritual entre dos dioses) entre el dios pancéltico Lugus con la Tierra, o dicho de otro modo, del Sol con la Tierra, otorgando a éste un carácter fortalecedor sobre la fecundidad de los campos y la cosecha.

Este ritual posiblemente se completaría con un sacrificio animal, de un toro o un carnero, entre los dos grandes bolos de piedra, y sería contemplado ante una multitud fascinada situada en la platea natural que hay frente a las dos enormes piedras, con los principales autoridades subidas sobre las gradas de piedras circulares que hay unos metros más allá, que favorecía la visión del ritual.

Vista posterior de las Penas de Rodas.

A todo esto, además, se añade el hecho de que el mismo significado del nombre de las Penas de Rodas estaría relacionado con la profundidad y simbología de este rito solar cíclico, ya que haría alusión a la roda, la rueda, cosa circular o círculo formado de cosas o personas, disco del sol o de la luna, es quizás uno de los símbolos más utilizados en todas las civilizaciones y hace alusión a la concepción del tiempo como algo cíclico: la rueda del año, la rueda del tiempo.

No hay que olvidar, sin embargo, que hasta el día de hoy todo esto no deja de ser una mera hipótesis o teoría, ya que las peñas y todo lo que hay alrededor de ellas muy bien podrían ser de origen natural, creadas a partir de la erosión y aunque su aspecto pueda resultar sorprendente, no es en absoluto extraño hallar formaciones de este tipo en la naturaleza. Así, de momento el origen de las Penas de Rodas continúan siendo un misterio, aunque durante siglos, independientemente de cual su origen, han sido consideradas un lugar de culto.

Un poema de Manuel María grabado al pie de una de las rocas del lugar.

EL SIGNIFICADO DE LOS PENDIENTES ENTRE LOS ANTIGUOS MARINEROS Y PIRATAS

Uno podría creer que, durante la edad de oro de la piratería, los piratas llevaban pendientes en sus orejas simplemente como adornos o abalorios, pero lo cierto es que, el hecho de llevar un pendiente, o varios, según el caso, solía tener un significado profundo, ya que en cierto modo marcaba su capacidad y veteranía.

Captura del pirata Barbanegra, de Jean Leon Gerome Ferris

Durante el apogeo de las grandes aventuras por mar, entre los siglos XVI y XIX, los navegantes, animados por el comercio con países exóticos y remotos, alcanzaron casi todos los lugares del mundo en sus distintas embarcaciones de vela. Muchos de estos viajes entrañaban serias dificultades y peligros, especialmente las rutas que pasaban obligatoriamente por el Cabo de Hornos, conocida en aquella época como el Cabo de las Tormentas, situado en el extremo meridional de América del Sur, en la isla de Hornos.

Escollos, bajíos, vientos huracanados, lluvias y nieves durante casi todo el año, y una espesa bruma cuando las temperaturas se calmaban, convertían el Cabo de Hornos en un lugar impracticable, incluso para los más experimentados navegantes. Los naufragios estaban a la orden del día. De esta forma se convirtió en signo de suerte y valor entre la marinería el haber logrado cruzar con vida aquel infierno. Orgullosos de ello, y para que la hazaña quedara reflejada de por vida, los marineros comerciantes, los piratas y los corsarios se colgaban en una de sus orejas un pendiente en forma de aro, preferiblemente de oro.

A este distintivo se le podían unir otros dos, que simbolizaban el paso por el Cabo de Buena Esperanza, al sur de África, y el de York, en Oceanía. Sin embargo, ninguno de estos dos pendientes se podía igualar con el de Cabo de Hornos, el más temido de todos ellos y el más respetado. La costumbre, que se extendió con rapidez, como símbolo de valor y temeridad, fue también adoptada por los piratas que asolaron las costas del Caribe. Estos sólo tenían que enseñar la oreja para acobardar a sus víctimas.

Francis Drake, el famoso corsario inglés.

Así, según cuentan algunos cronistas, el corsario inglés Francis Drake, fue el primero en colocarse un aro de oro en su oreja tras cruzar el Cabo de Hornos el año 1578. Después de él, muchos fueron los piratas y navegantes que siguieron esa moda de distinguirse con un pendiente como forma de demostrar que habían cruzado con éxito cualquiera de estos los cabos mencionados.

Hay quién dice, sin embargo, que el origen de llevar un colgante de oro en la oreja era un mero acto de superstición, y se colocaban pendientes de oro al existir la creencia de que éste era un metal protector, que les salvaguardaría de cualquier infortunio, actuando, de este modo, como simples amuletos.

También se cuenta que portar un pendiente valioso servía para ayudar a pagar el entierro del marino o pirata en cuestión en caso de morir en tierra firme o ser sus cuerpos arrastrados hasta la orilla. Pero esta última teoría ha sido puesta en duda, ya que la mayoría de marinos y piratas de la época fallecían a causa de las enfermedades y las luchas que ocurrían en alta mar, y sus cuerpos no solían recibir ningún tipo de sepultura, sino que eran lanzados directamente al mar, ya que en aquellos tiempos no se disponía de los medios necesarios para preservar un cadáver en óptimas condiciones en el barco o buque en cuestión durante tanto tiempo.

LA SIMBOLOGÍA DEL CIPRÉS COMO ÁRBOL FUNERARIO

Cipreses en el cementerio de la iglesia de Santa Coloma Sasserra.

En el entorno mediterráneo, el ciprés común o ciprés mediterráneo (cupressus sempervirens) es el árbol funerario por excelencia, aunque no por ello simboliza únicamente la muerte, sino también la vida, la vida inmortal. Ello se debe, en parte, al simbolismo general de las coníferas: su follaje perenne y siempre verde evocan la inmortalidad y la resurrección, y su resina incorruptible a la incorruptibilidad del alma. Si a esto, en el caso del ciprés, además se añade su gran longevidad, ya que puede llegar a vivir más de mil años, se entiende perfectamente su simbología, relacionada con la permanencia del alma y la otra vida, o la vida del más allá. Además, a todo esto se añade el hecho de que el ciprés, en su variedad piramidal, de porte columnar (la más común en los cementerios o templos) siempre está majestuosamente erguido apuntando al cielo, considerándolo como el guía que ayuda a las almas de los muertos a elevarse en esa dirección. Así, no es de extrañar que este árbol se convirtiera en el elemento vivo ornamental por excelencia de templos, cementerios y otros lugares considerados sagrados en las distintas culturas mediterráneas.

Aunque posiblemente tengamos bien visibles a estos árboles por su presencia alrededor de las viejas ermitas e iglesias cristianas, y especialmente en sus cementerios, lo cierto es que el origen funerario de este árbol retrocede mucho más atrás en el tiempo.

Cipreses en el cementerio de Llers.

De acuerdo con Teofrasto (371 a.C.-287 a.C.), filósofo griego, el ciprés común estaba consagrado a Hades, el dios de la muerte, ya que sus raíces nunca daban nuevos brotes una vez talado el árbol. Los griegos conservando la costumbre de algunos pueblos antiguos, colocaban este árbol sobre los sepulcros y monumentos funerarios. Su ramaje sombrío y lúgubre, parecía llamar en efecto la melancolía y el dolor. Este árbol no fue consagrado solamente a Hades, dios del inframundo griego; Asclepio o Asclepios (llamado Esculapio por los romanos), dios de la medicina y la curación, también tenía un templo, cerca de Siciona, rodeado enteramente de cipreses. La ciudad de Ciparisa, en la Focida, fue llamada así en lo sucesivo, por estar rodeada de cipreses. Más abajo, explicaremos el origen mítico de este árbol dentro de la mitología helenística.

Horacio (65 a.C-8 a.C.), poeta romano, indica que los antiguos enterraban a los muertos con una rama de ciprés y envolvían el cuerpo con sus hojas. Por su parte, Plinio el Viejo (23 d.C.-79 d.C.), escritor, naturalista y militar romano, comenta que una rama de ciprés colgada en la puerta de una casa era un signo fúnebre. Los latinos daban al ciprés, lo mismo que a Plutón, dios del inframundo romano, el sobrenombre de Jeralis, árbol fúnebre, y los etruscos, los habitantes de Fiezoli, los asculanos y el pueblo de Verona, adornaban con él sus lámparas funerarias. Los mismos pueblos rodeaban de cipreses los altares de los dioses infernales y los sepulcros de los grandes hombres. Tal fue el caso del sepulcro del primer emperador romano, Augusto (63 a.C-14 d.C.), colocado en el Campo de Marte, en Roma. Se cubría también con ramas de este árbol el pavimento de las casas de los desgraciados y delincuentes. Era así mismo la señal del dolor y de la desesperación; todas las víctimas que se ofrecían a Plutón eran coronadas de ciprés y los sacerdotes en los sacrificios establecidos en honor de este dios, llevaban siempre sembrados sus vestidos con hojas de este árbol.

Fue precisamente el pueblo romano el que generalizó su empleo como árbol ornamental en los cementerios.

Cipreses en la entrada de la Cartuja de Escaladei.

APOLO Y CIPARISO: EL MITO DEL ORIGEN DEL CIPRÉS

El ciprés obtuvo su nombre de Cipariso, un personaje de la mitología griega. Cipariso (del griego: kyparissos; latín: cupressus, ciprés), fue un joven nacido en Quíos, o en Ceos, hijo de Télefo, descendiente de Heracles. Cipariso fue un amante del dios Apolo, y habría sido amado también por el dios Céfiro y, según la tradición latina, por Silvano, el espíritu tutelar de los bosques, aunque sólo el dios Apolo habría logrado el amor del muchacho. Apolo le regaló a Cipariso uno de sus ciervos sagrados, consagrado a las ninfas, que desde entonces se convirtió en el fiel compañero del muchacho. Cipariso adornaba las astas de oro del animal con guirnaldas de piedras preciosas, que también colgaba de su cuello. En cierta ocasión, Apolo regaló también a Cipariso una jabalina para cazar, pero el joven, al intentar cazar otro ciervo, mató por error al suyo. Fue tan intenso el dolor del muchacho por la pérdida del animal, que pidió al dios Apolo que le permitiera llorarlo para siempre y que sus lágrimas fluyesen eternamente. El dios aceptó su súplica y lo convirtió en ciprés, el árbol de la tristeza, el dolor y el duelo por los seres queridos, consagrado desde entonces a los difuntos.

Apolo y Cipariso de Claude-Marie Dubufe (1821).

EL CIPRÉS COMO SÍMBOLO DE HOSPITALIDAD

En algunas zonas el ciprés también fue considerado como un símbolo de hospitalidad. En la antigüedad se plantaban dos cipreses a la puerta de una vivienda para indicar a los viajeros que la hospitalidad de la casa les ofrecía comida y cama durante unos días. Esta simbología perdura todavía hoy en día, aunque ya no se practique al modo antiguo, y en algunos lugares es normal contemplar como dos hileras de cipreses discurren paralelas a través de la carretera o camino principal que conduce desde la puerta de entrada de un terreno o una villa hasta la puerta principal de una casa o edificio señorial.