Veréis, hace días, después de que el Tribunal Supremo sacara su ya tristemente famosa sentencia sobre el Procés, quise escribir un pequeño artículo de opinión sobre ello. Decidí dejar pasar un par de noches por aquello de que mis propios ánimos se calmaran ya que, a veces, en caliente es mejor no hablar, y en ese momento rabia e impotencia era lo que sentía al ver que España, después de tanto tiempo, aún está varada en su pasado… independientemente de lo que diga Europa, la ONU o Amnistía Internacional. España, Una, Grande y Libre. ¡Ja! A España de Libre ya le queda poco (la Ley Mordaza, la sentencia de sedición, y los medios de comunicaciones españoles ya se ocupan de eso), de tan Grande, ya se va quedando chiquita. Pero cierto, España es Una, y a este paso se va a quedar sola, porque, por si no se han dado cuenta, los catalanes, cada vez en mayor número, ya nos hemos alejado de ella de corazón, y más tarde o más temprano lo haremos como nación.
Bien, el hecho es que quería escribir un artículo sobre el tema en cuestión, y consideré que lo mejor era acostarse y dormir: nada como consultar la almohada para equilibrar los estados objetivos (los hechos) y subjetivos (la opinión) de uno mismo para, al día siguiente, ver las cosas con más perspectiva y más claridad. El hecho es que, sin embargo, tal y como sucede numerosas veces en la vida, mis expectativas no se cumplieron, porque desde entonces las cosas, aquí en Cataluña, y por ende, de España, han ido a más y peor.
Sí, los catalanes nos vamos. Incluso aquellos que en su tiempo nos sentimos españoles, nos vamos retirando lentamente. Y no es algo de ahora, no. Nos estamos yendo desde aquel tristemente famoso 1 de octubre de 2017 en que se celebró un referéndum por la autodeterminación que España quiso prohibir, considerándolo ilegal. ¡De risa! España quiso poner cadenas a la libertad, considerando ilegal al voto o al derecho de decidir. ¡Cuidado, no sea que los ciudadanos empiecen a pensar y decidir por si mismos! El 1 de octubre, ese fue el día en que se realizaron las infames cargas policiales de violencia exagerada que los medios de comunicación españoles constantemente han intentado esconder desde entonces, mostrando a Cataluña que clase de políticos gobiernan desde Madrid, y los medios y juegos sucios de los que se han valido, escondiendo la verdad al resto de sus ciudadanos bajo un disfraz de que aquí, en Cataluña, nunca ha pasado nada desproporcionado. Demostrado así, al menos a los catalanes y al resto de mundo, salvo a España, que ni siquiera la mal llamada prensa libre de España ni es objetiva, ni es libre.
Se ha pretendido demonizar a las auténticas víctimas de aquel día: a los catalanes y españoles que decidieron ir a votar. Se descubrió así el juego sucio de un estado que empleó al poder judicial para conseguir sus propósitos, y al no lograrlo, emplear los medios de comunicación necesarios para esconder su propio fracaso como democracia. Y encima, después de decir que los medios de manipulación catalanes adoctrinan, se atrevieron a decir que el resto de medios de comunicación internacionales habían sido adoctrinados por los medios catalanes. De risa, si no fuera porque aquel día vi no sólo como robaban la libertad de Cataluña, sino como ya habían robado la libertad al resto de España.
Pero bueno, no era nada nuevo ¿Os suena el atentado del 11 de marzo de 2014 en Madrid? Los terroristas eran ETA, incluso cuando ya toda la prensa internacional lo había desmentido y las pruebas señalaban lo contrario. ¡Pues eso, dos tazones más de lo mismo! Mentiras, mentiras y más mentiras, y sobretodo callar la verdad.
Pero no nos engañemos, las cosas vienen de más atrás, cuando en aquella otra tristemente fecha del 28 de junio de 2010, el Tribunal Constitucional dictó la sentencia contra el Estatut d’Autonomia de Catalunya, que había sido refrendado por los catalanes en el referéndum celebrado el 18 de junio de 2006. Algo que se había hecho en connivencia con los políticos de turno, ¡cómo no! Y tras la sentencia, muchos políticos españoles se regodearon y aún tuvieron la desfachatez de reírse ante la cara de todos los catalanes jactándose de ello como un gran “logro” político. Revolviéndose en sus propias heces de autocomplacencia, como otras veces.
Fue en aquellas fechas que, lo que hasta ese momento había sido un movimiento minoritario en Cataluña, los independentistas, empezó a crecer día a día y desde entonces no ha dejado de crecer. ¿Cómo podía ser de otro modo, si desde entonces sólo se han fomentado los mensajes de odio y amenaza contra los mismos? Ante los constantes ataques de España a través de sus líderes políticos, sus instancias judiciales, su prensa controlada y la red (a través de grupos o individuos radicales asociados, por lo general, con la derecha y la extrema derecha), entre la mayoría de los catalanes sólo se ha alimentado el deseo de formar una nueva nación y seguir un camino que nos permita evolucionar a nuestra modo, mirando al futuro. Porque, en general, los catalanes tienen más tendencia a mirar hacia el futuro, que no esa España rancia que vive mirando e futuro anclada en su propio pasado. En definitiva, los catalanes tenemos algo que ya les queda a pocos españoles: ¡Esperanza!
Porque, ¿sabéis?, lo cierto es que muchos de los independentistas catalanes no somos realmente independentistas, sino simplemente gente que quiere ser libre y ama la libertad. Gente que sabe que ya sabe que tenemos nuestra propia ración de políticos ineptos y corruptos, como para encima tener que ir cargando los políticos ineptos y corruptos del resto España con los que también nos quiere cargar. Y sabemos que sus instancias judiciales van unidas a intereses, amiguismos y colegueos bajo toga, o que su triste patriotismo de unidad y bandera ni siquiera sabe valorar la riqueza multicultural de sus propias tierras. España, la triste España que gobierna y no cambia es esa España donde aún se mata a los toros por diversión, que ama su rancia catolicidad obsoleta, y ampara su patriotismo con racismo, la xenofobia, la homofobia, el ejército, y la escasa capacidad crítica. Sé que existe otra España mejor, lo sé, pero está tan aprisionada como los catalanes, y lo tienen más complicado para escapar. Si acaso los vascos pueden tener aún su oportunidad.
No soy de los que creen que aquellas frases tan manidas que dicen que “La violencia no es una opción” o “La violencia nunca es la solución” son ciertas. Lamentablemente la realidad nos demuestra que, en más de una ocasión, la violencia ha sido la opción y que algunas veces ha sido la solución. o debería ser, en todo caso, la última opción: la opción de los desesperados, de los que ya no tienen nada que perder… No es la mejor solución, cierto, pero definitivamente lo ha sido en más de una ocasión. ¿Porqué sino tantos gobiernos y autoridades mundiales mandarían sus ejércitos y su policía contra tantos de los suyos? Los poderes fácticos emplean las violencia cuando consideran que los “disturbios” (aunque estos sean pacíficos) no les son favorables, ya sea por motivos políticos o económicos. Porque sea institucionalizada o no, la violencia a veces funciona. Los que gobiernan y mandan siempre pretenderán justificar su violencia y criminalizar la de los otros, pero que una violencia sea legal y la otra no, no justifica la propia violencia, ni puede ser una excusa para emplearla gratuitamente a la más mínima provocación, ni necesariamente eso legitima o ilegitima la de los demás. Son los propios actos violentos, y las razones e intereses por los cuales realmente se comenten, lo que los ilegitima o no. Y la violencia de España contra los catalanes tal y como yo lo veo, desde un punto de vista democrático, hasta ahora no ha sido legítima en ningún momento.
No, no estoy a favor de la violencia, pero que no os engañen: la violencia también es una respuesta, una opción, y en el peor de los casos, a veces acaba resultando ser una solución. Posiblemente la más primitiva de todas. ¿Da miedo? Sí.
Me da miedo lo que venga ahora, porque sea lo que sea, no creo que sea diálogo ni más libertad, sino todo lo contrario. Está sucediendo en Cataluña, está sucediendo en España y está sucediendo en el resto del mundo. A empezado una era de perdida de los derechos civiles, de los derechos más básicos de la humanidad, y pocos países parecen capaz de frenarlo. Quiero mirarme el mundo con algo de optimismo, pero si ni siquiera somos capaces de luchar por algo tan elemental como es la lucha contra el cambio climático, el envenenamiento de la Tierra y la extinción masiva de especies animales y vegetales porque los intereses económicos prevalecen sobre la vida, ¿cómo vamos a ser siquiera optimistas a la hora de luchar por los derechos humanos más básicos? Si ni siquiera somos capaces de auxiliar (y ya no digo acoger) a los inmigrantes que se ahogan diariamente en el mar Mediterráneo, ¿cómo podemos presumir de ser una sociedad desarrollada y civilizada? Saben muchos que en Cataluña se ha intentado acoger a muchos de estos inmigrantes sin hogar, y desde España nos lo han impedido. Intentamos abolir la tortura de los toros en Cataluña, y España no los ha impedido. Se aprobó una ley de sostenibilidad energética, y no los han prohibido. Quisimos votar, y nos lo han prohibido.
Hoy mi corazón llora. Llora porque los actos de unos pocos de cientos de chavales y un puñado de radicales van hacer sombra a la más que asombrosa manifestación pacífica realizada por más de medio millón de catalanes llegados de cada rincón de Cataluña, acompañados además por un buen puñado de gente de otros lugares de España y el mundo. Gente que se ha querido sumar a ese llamamiento de la libertad, la democracia y el derecho de decidir. La vía pacífica, la llamamos. Pero esa es una vía que tanto desde el poder político, como el poder judicial, como el poder de los mass media españoles se han ocupado de transformar en el camino del terrorismo, la violencia o la sedición. La vía pacífica ha sido criminalizada, así que… ¿qué esperabais? Si la vía pacífica es violenta, no era de extrañar que la violencia acabara por aparecer. Me horroriza ver a donde se ha llegado.
Lo he dicho en otras ocasiones: amo a España, pero quiero seguir otro camino. Amo a España por diversos motivos: sus pueblos, sus gentes, su cultura, su comida y ser parte de la tierra donde nací... y en cierto modo porque España también fue una madre para mí (metafóricamente hablando, claro). El país donde crecí, aprendí, estudié, evolucioné, conocí, descubrí y me enseñaron a creer en la libertad y la diversidad de pensamiento y culturas. Pero eso ha quedado enterrado por esa ola de falso patriotismo español, ese
falso “patriotismo” de bandera que, no lo voy a negar, también se produce en el otro lado, en Cataluña, con su estelada. Ese “Todo por España” o “Visca Catalunya!” con los que algunos pretenden justificar que un país pase por encima de las propias personas que lo habitan.
Hoy, la violencia en las calles de Barcelona y otras ciudades de Cataluña se ha convertido en la violencia que nunca ha existido pero que muchos grupos políticos deseaban y, no nos engañemos, han estado alimentando durante estos años: el PP, Ciudadanos (estos, currándoselo mucho) y, a última instancia, Vox. Pero no nos engañemos, en todo eso los socialistas también jugaron su papel y aún recuerdo las palabras del poco honorable señor Alfonso Guerra sonriendo cuando dijo aquello “Nos hemos cargado su Estatuto”, riéndose delante de la cara de todos los catalanes que veían las imágenes en televisión. Ese fue el día que personalmente yo decidí que España ya no era mi país, ni su pensamiento me representaba, aunque Cataluña continuaría siendo mi tierra.
No es ya una cuestión de independentismo o no, sino una cuestión de dignidad, de decidir crear un lugar mejor. Y eso es Cataluña para mí, y para muchos otros.
Nunca me he considerado independentista, ni siquiera a día de hoy, pero tengo claro que quiero marcharme de este país, y hacer con Cataluña algo nuevo. Demasiadas diferencias nos separan, y la lengua es la menor de ellas, aunque a menudo se haya utilizado el catalán como el gran hecho diferenciador. Pero realmente no creo que la lengua sea la diferencia que nos separa, sino era constante idea que existe en Cataluña de evolución y progreso, de lucha por los derechos sociales, que va un paso más allá que la mentalidad de unos pocos españoles que viven anclados en su “patriotismo” y su pasado, y no dejan evolucionar al resto de ciudadanos de su país. Porque sinceramente creo que muchos españoles también están hartos de esa España de la bandera, la España “patriota” que ama a un país por su nombre y su trapo de colores, pero es incapaz de amar a los seres humanos que lo habitan, y no quiere dejarlos evolucionar y ser libres como auténticos seres humamos que son. Pero no, en esa España aún existe esa mentalidad de primero España, después España, y después, ya si acaso, el ser humano y la libertad. Pero eso ya parece quedar para en última instancia.
Realmente creo que la independencia de los catalanes sería algo bueno para los propios catalanes, pero más bueno para España si lo supiera canalizar. Porque quizás de ese modo podría reflexionar, mirarse a sí misma y preguntarse ¿qué he hecho mal? Y entonces, si perdiera su orgullo, quizás lo entendería y sería capaz de convertirse en algo mucho mejor, mucho, mucho mejor de lo que es y evolucionar para convertirse en el gran país que podría llegar a ser de verdad.